Hace tres años, el día 20 de septiembre de 2014, ensayé una memoria del sismo 1985 en la CDMX que ligué a esa otra rememoración del derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York-2001, y el otro desplome alegórico de la Bolsa neoyorkina que sinteticé así: Del 9/19MX, a 9/23 Ciudad de México, a 9/11NY, al 9/15 Wall Street, todas catástrofes ocurridas en el mes septiembre, semejando una fantasmagórica secuela de dolor, desolación, muerte y también vida restaurada; secuelas que del impacto físico repercuten en el impacto psicológico, emocional de personas vivas y actuantes, y es este último efecto sobre el que desemboca el concepto de encuentro humano que, al final del día, preside esta gran odisea.
Esta semana, día martes 19 de septiembre-2017, ominosamente ocurre de nueva cuenta un sismo que asola el territorio central del país: Puebla, Morelos, Estado de México, Guerrero y CDMX que se suman a las otras entidades ya afectadas previamente de Chiapas y Oaxaca sobre el eje del Istmo de Tehuantepec, ocurrido la noche del jueves, 7 de septiembre a las 11.49:18, como casi todo el país, el Istmo de Tehuantepec fue sacudido por un terremoto de 8.2 grados y cuyo epicentro estaba apenas a unos 150 kilómetros de distancia, en Pijijiapan, Chiapas. En casi todos los hogares las personas corrían para ponerse a salvo, rezaban y se encomendaban a dios para que sus casas no cayeran. (Publimetro.https://goo.gl/EDMHeU)
Sacudimientos telúricos o financieros cuya direccionalidad apunta sin duda a una misma diana, humana. Esta vulnerabilidad de la población sujeta a dichos fenómenos físicos o financieros, son curiosamente equidistantes del término acuñado como “fisiócratas”, refiriéndose a comportamientos de índole económica o a los agentes económicos que los controlan, que surge en el siglo XVIII. El efecto es dramáticamente paralelo, recordemos: – todo un sector de la población metropolitana que fue arrojada no tan solo a la calle, sino dejada a la intemperie y sin trabajo. Como en una escena dantesca o cinematográfica de terror y, por ello impensable, pasaron súbitamente al estatus de “damnificados”, que significa en los hechos personas sin techo, sin cama, sin cocina, sin comida, sin trabajo, sin ingreso. A la intemperie, un ejército ambulante entre camellones, plazas, parques y lotes baldíos para guarecerse.
La diferencia con el 85 consiste en que, entonces, todo ese contingente de la población metropolitana arrojada a la calle quedó sujeto al famoso Plan DN III, pero a modo de un simple acompañamiento de los ciudadanos para “protegerlos” de la gran amenaza que se había cernido por ellos, un mero resguardo policial. Vimos soldados mansamente formados ante los puestos improvisados de comida gratuita bajo la gestión ciudadana, que acompañaban como mudos testigos con armas en la mano, el dolor de una población herida de muerte, que también ayudaron al rescate de víctimas, pero que fueron ampliamente rebasados por una población civil que heroicamente salió a la calle y, por ello mismo, apareció en la historia. Hoy, a distancia de 32 años ese mismo Código DN III se muestra no tan sólo vigorosamente actuante en los sitios dañados, sino que encabezando técnica y físicamente el rescate de las víctimas o ciudadanos atrapados entre los escombros. Ahora, aparece el método quirúrgico del personal militar capacitado, operando el rescate; apoyado sin vacilación alguna por personas voluntarias de la sociedad civil, bregando sin tregua y con ánimo infatigable, codo con codo.
La historia nos enseña, por tanto, que ante un desastre natural de tremendos efectos físicos y socio-demográficos acremente lesivos de la población expuesta, desencadenan en paralelo un fenómeno social de inéditas características, al provocar la emergencia de una sociedad solidaria, pro-activa, participante, determinada a no dejarse vencer por la adversidad y abriendo todo tipo de líneas de apoyo interpersonal, ayuda mutua efectiva, redes civiles de organización comunitaria, asunción de toma de decisiones asertivas y con alto grado de autonomización, frente a y, ahora, al lado de instancias e instituciones de gobierno. Población vulnerable y solidaria de ciudadanos emancipados y en contra del paternalismo, del populismo y del clientelismo otrora dominantes; véase si no en los partidos políticos que hoy titubean ante el reclamo ciudadano de compartir sus prerrogativas dinerarias para forrar sus campañas o sus intereses que son lo mismo. Por segunda vez, nos estamos viendo empoderados y con derechos civiles emergentes desde una autonomización responsable.
No puedo dejar de evocar, ese otro evento que dejó marcas indelebles. Me refiero al movimiento civil del sindicato de costureras emergente al punto del sismo en la Ciudad de México, aquel aciago 19 de septiembre de 1985. A los pocos días de ocurrido, me tocó en suerte acudir a aquella zona urbana desolada de San Antonio Abad y Tlalpan, en el Centro Histórico. Fui en carácter de administrador de un fondo de ayuda de la Comunidad Mexicana de Quebec, por mediación de la Rectoría de la UNAM, que apoderó al Padre Miguel Concha Malo, O.P. -cofundador de La Jornada– como responsable de su manejo y destino. Ambos trabamos contacto con ese valiente contingente de mujeres obreras, solidarias con sus compañeras damnificadas o muertas. Un colectivo de mujeres, decididas a surgir literalmente de las cenizas a una nueva opción vital.
La memoria mundial registra el fatídico día 11 de septiembre de 2001. Caen dolorosamente dos grandes símbolos del éxito y pujanza económica capitalista de los Estados Unidos de Norteamérica: las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. Espacio de aniquilación que antes fue punto de encuentro creativo y en aras de la productividad y el desarrollo. En mi memoria está vivo el registro del año 1989, una década atrás, para ser preciso, en que asistí a un innovador curso denominado: “Administración Moderna del Personal”, que ofrecía The World Trade Institute radicado allí, que operaba en una de aquellas malhadadas Torres Gemelas, aulas en el piso 52; al que fui comisionado por la Subsecretaría de Política Sectorial de la entonces SARH. Allí nos encontramos personal de instituciones públicas de África, la India, Arabia Saudita -representada por un príncipe-, Afganistán, países de habla inglesa del Caribe, México (yo por el Conapo) y de la empresa Exxon de Venezuela -dos únicos latinoamericanos-. Uno de cuyos tópicos centrales ocupó el tema de: Carrera y Re-encarrerarse, como primicia del autor Ronald L. Krannich, PH.D., “Careering and Re-careering for the 1990’s -The complete guide to planning your future-“, 1989. Manassas, VA. USA. Nueva York.
Fue así como se desató el terror y su contraparte una guerra contra el terror, con la violencia de las armas. Podemos imaginar el espacio-tiempo del siglo XXI como una manta elástica tensionada, que es nuestra esencia, nuestra carne, nuestra vida, nuestra historia, y que está en un punto límite para cada uno de nosotros que estamos siendo interpelados acerca de la opción por nuestro encuentro humano.
El otro evento que merece también ser recordado ahora es el llamado septiembre negro, el cual quedó perfectamente caracterizado por la prensa internacional, y registrado para los anales históricos como el desplome de la bolsa de valores de Wall Street, una de cuyas elocuentes reseñas es la siguiente: “Lehman Brothers sucumbió, y con su colapso convirtió el 14 de septiembre en el día en el que el sistema bancario de Estados Unidos cambió su forma de funcionar. Su bancarrota, con un pasivo de 613.000 millones de dólares (unos 430.000 millones de euros) y unos activos teóricamente valorados en 639.000 millones de dólares (pero cuyo valor de liquidación puede resultar mucho menor) se convierte en la mayor de la historia (…). El milagro no llegó. La quiebra acaba con el cuarto banco de inversión de Wall Street, (…)Lehman Brothers en Broadway con la calle 50. (El País. Martes, 16 de septiembre de 2008. Sandro Pozzi, Nueva York. Lehman presenta la mayor quiebra de la historia con un pasivo de 430.000 millones. Unas 100.000 entidades, fondos de inversión y de pensiones están afectados).
Todos estos eventos históricos concurren en un punto, aquella diana inescapable de las catástrofes, el encuentro humano. En efecto expertos de ciencias de la conducta, etnología, la antropología social y filosófica coinciden que existe una graduación/un continuum que tiene como punto de partida el mero encuentro físico (en un elevador, la estación de trenes, autobuses, un metro; audiencia de un espectáculo); que avanza a un encuentro psicológico (del saludo de cortesía, o la pregunta de un domicilio hasta un abrazo efusivo y una animada conversación); a un encuentro personal (intercambio de vivencias de origen, trabajo, circunstancias emocionales); a una concurrencia empática, colaborativa, organizacional, solidaria (para conformar grupos brigadistas, de voluntariado, de adhesión a un movimiento o causa); en ascenso a un encuentro donde se comparten historias personales, y sigue luego la intimidad personal); al fin, la fusión de vidas e historias personales.
Este gradiente o continuum es de la mayor importancia, porque nos hace entrar en verdadera comunicación e integración de opciones vitales. Aquí sí, somos humanos, verdaderamente humanos. Quizá no alcancemos el ideal nietzscheano del super-hombre, porque en él no cabe la vulnerabilidad ni la ternura entrañable que sería entonces “humano, demasiado humano”.