Pisas la patria orinada de un país que te oculta secretos
besas el rostro de una dama de gis en un mundo baleado
ves el amor esparcido al azar como granos de luz sincera
de los amantes que devolvieron sus almas de plástico a Dios…
La Buenos Aires – Real de Catorce
Somos un país determinado por nuestros procesos históricos. La independencia de la que decimos gozar es un poco ficticia e imprecisa, tal y como fue el propio proceso de emancipación de la corona española hace casi un par de centurias. Ese proceso histórico nos definió tal y como nos hubo definido también el proceso de conquista y colonización. El periodo del virreinato -por extensión- afianzó los estamentos sociales que -sorprendentemente- aún funcionan, tales como aquellos que basan las estructuras de poder en: el racismo, el malinchismo, el clasismo, el privilegio a lo católico. Tales estamentos no fueron removidos por la llamada “independencia”; por el contrario, se afianzaron mediante ésta y, con eso, nuestra identidad nacional.
Hacemos mal en no recordar el contexto español de inicios del siglo XIX. España estaba vapuleada, invadida por las tropas francesas, y su gobernante, el rey Fernando VII, preso por el hermano de Napoléon Bonaparte. Hacemos mal en no recordar el contexto de la Nueva España en el mismo periodo: la sociedad funcionaba con un modelo de castas, sumamente racista y clasista, basado en el poder político del catolicismo, y las pequeñas organizaciones insurgentes no buscaban la emancipación de la corona española, sino sólo la inclusión de los intereses de la élite criolla en los asuntos de gobierno. Con el apresamiento de Fernando VII se abrió una oportunidad para que el modelo virreinal colapsara en favor de los criollos. Eso, y no el ansia independentista, fue lo que catalizó el movimiento. El propio grito que presuntamente arengó Miguel Hidalgo da cuenta de ello.
Así, con la conformación del Ejército de las Tres Garantías (religión católica teocrática, independencia de España, y unificación de las distintas insurgencias) se le dio forma a un movimiento social que fue dirigido por criollos, que utilizó como carne de cañón a un pueblo mestizo e indígena vejado por más de 200 años, y que -en la práctica- sólo buscaba apropiarse de los estamentos que ya funcionaban. Los once años que duró la guerra, más los años que duró el primer Imperio Mexicano en manos de Iturbide, fueron determinantes para consolidar en el poder a una clase blanca, católica, monárquica, a todas luces lejana a los intereses de un pueblo mixto, hambriento, y vapuleado.
Por eso es que nuestra república está incompleta, por eso es que nuestro federalismo no funciona idealmente, por eso nuestra democracia es caudillista; porque en nuestra identidad nacional persisten los modelos anquilosados del virreinato. De hecho, todavía, hay círculos de la extrema derecha que adoran a la figura de Iturbide, y que en su ideario sostienen la necesidad de medidas de poder cercanas a la monarquía confesional. Claro, hay poca o nula gente morena o de rasgos indígenas en esos círculos; porque este tipo de gente -el pueblo raso- es más funcional como una abstracción disminuida a la que hay que cuidar o a la que hay que utilizar para acceder al poder.
Los párrafos anteriores pueden leerse escandalosos, pero puestos en piso de realidad, no son descabellados. El Inegi ha documentado el racismo y el clasismo en el acceso al poder económico. A partir de este estudio, el físico de la UNAM, Adrián Santuario, realizó una comparativa de los tonos de piel de los legisladores de todos los partidos, y con la información fotográfica disponible en internet hizo una escala cromática de los tonos de piel de los 500 legisladores federales (aquí el estudio: https://goo.gl/krNF7n), el resultado es previsible: existe una marcada preeminencia de la población blanca en escaños de poder legislativo. No sólo eso; movimientos como el del Frente Nacional por la Familia, y toda la andanada católica de la nueva cristiada en contra de la universalización de los derechos civiles nos habla de lo pujante que se encuentra esa derecha confesional, y de lo efectivo que ha resultado su chantaje a la hora de la discusión pública.
A más de doscientos años ¿qué tan lejos estamos de ese pueblo comandado por estamentos religiosos, raciales, y de clase, con una base social no emancipada y formada por mestizos e indígenas damnificados del fracaso educativo, económico y político? Los procesos históricos que nos anteceden, pesan de sobremanera en el presente, pero -dado que estamos obnubilados por la romántica historiografía del bronce, de la efeméride y de la monografía- estamos ciegos al pasado, y por eso nos cuesta entender el hoy. Y este hoy se vuelve insostenible. La independencia es sólo una festividad romántica que cumple su función de cohesión social; pero sigue siendo un cuento infantil para adormecer a los pueblos.
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