Yo caminaré entre las piedras,
hasta sentir el temblor en mis piernas.
A veces tengo temor, lo sé,
a veces vergüenza…
Cuando pase el temblor, Soda Stereo
Al cierre de esta columna, a las 16:09 horas del miércoles 27 de septiembre de 2017, se han registrado -de acuerdo al Servicio Sismológico de la UNAM- sólo el día de hoy (insisto, 27 de septiembre) la friolera de 59 sismos en México. Ninguno con magnitud mayor a 4.3, y con epicentros repartidos entre Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Baja California Sur. De acuerdo con el mismo organismo, del 7 de septiembre a la fecha han sucedido alrededor de 4,300 eventos telúricos en nuestro país. Sin pretender ser experto en geología, entiendo que son buenas noticias. Para la sustentabilidad humana siempre serán mejores las rachas de muchos sismos pequeños, a las rachas de ningún evento telúrico coronadas con un sismo de grandes magnitudes. Las tensiones y fricciones de nuestras placas tectónicas liberan energía siempre, y es deseable que se libere de continuo y de a poco, a que se acumule por lapsos para liberarse de golpe. Como fuese, sigue temblando y seguimos en el pasmo y la resaca del temblor.
¿Qué sigue, luego de los enormes movimientos sociales que replicaron al movimiento de la tierra? De entrada, no menguar en el sentimiento de solidaridad y empatía que se hubo generado, pero a la vez cuidarlo para que no sea capitalizado a la mala por algunos bribones de la clase política; luego, aprender, evaluar, y corregir. En este sentido, la solidaridad y la empatía generadas, los liderazgos sociales naturales emanados de la catástrofe, la inmensa capacidad de dar que mostraron muchas y muchos conciudadanos, deberá repercutir en la forma que tenemos para organizarnos como sociedad. Recordemos que -luego del temblor de 1985- la sociedad pudo por sí misma ayudarse, ante la inacción gubernamental de entonces, y de esa organización espontánea nacieron movimientos que incidieron en la transformación del régimen político, de la debacle del PRI en el 88, y en el nacimiento de las entonces llamadas Organizaciones de la Sociedad Civil. Pero ya no estamos en la década de los ochenta. Las redes sociales han servido para conectarnos y gestionarnos a nosotros mismos. También el régimen político y el sistema de partidos ha cambiado: siguen siendo unos bribones, pero están cada vez más acotados por la presión social. De cualquier modo, no faltarán (ni faltaron) los actores sociales oportunistas que vieron en la tragedia un modo vil para acercarse agua a su molino. Pero prevalecieron la solidaridad y la empatía. También la desinformación y el show mediático. Pero entre tanto, los sectores más vulnerados por el modelo económico, político, y social, quedaron aún más expuestos; los temblores han servido para visibilizar su situación de miseria y carestía. Entre la solidaridad y la empatía generadas, bien haríamos en enfocar la presión social para que esos sectores vulnerados históricamente puedan hacerse de un poco de equidad, de justicia, de posibilidades reales para su reconstrucción.
Por otro lado, sigue aprender, evaluar, y corregir. La corrupción mata: y la corrupción se expresa en peritajes mal hechos a propósito, en permisos de construcción o de uso de suelo amañados, en la licitación de obra con materiales de segunda, en el estúpido desvío de presupuestos originalmente destinados a la protección civil, a la prevención, y a la atención de desastres. Con los temblores, la corrupción ha sido asesina, y sus cómplices hemos sido todos, por acción u omisión. Como ciudadanos, debemos evaluar los canales administrativos que permitieron esa corrupción, y actuar cívicamente en consecuencia: no sólo al votar, al informarnos, al ejercer presión por distintos medios, al recurrir al marchito aparato de justicia y exigirle que funcione. Si estas acciones motivadas por los temblores sirven en ese aspecto de la formación ciudadana, podrán servir en todos los demás modos de ejercer la ciudadanía. No basta con haber aprendido, y haber evaluado nuestro momento histórico: hay que corregirlo. Es inmoral la indefensión que gran parte de nuestro pueblo vive por las precarias condiciones educativas, económicas, y sociales. El modelo que hemos seguido desde hace unas tres décadas no ha servido para maldita cosa, y sólo ha fomentado la depauperización de los más vulnerados. Que esto sirva como parteaguas para que nuestra ciudadanía diga No Más.
El año próximo se elige a quienes habrán de renovar a los Poderes Ejecutivo y Legislativo. Antes de los temblores se hubieron echado las apuestas, pero luego de éstos, las condiciones cambian. Quienes aspiren a representar políticamente a los ciudadanos, deberán mostrar humanidad, entereza, empatía, capacidad de construir los grandes acuerdos necesarios, y esas características se les exigirán en grado superlativo. También a los medios de comunicación. Los descalabros mediáticos por el vértigo de los temblores no deberán ser fácilmente olvidados. También a las instituciones, su acción y su omisión han determinado -en muchos casos- la vida o la muerte de las personas. Es momento de que entendamos que la cosa pública, la República, es un asunto de la más alta seriedad, y que merece ser restituida a la importancia colectiva que tiene.
Si los temblores pasados ayudaron a revelar nuestra verdadera identidad ciudadana, que el confort de haber sobrevivido no nos regrese a la inopia acomodaticia que nos trajo hasta acá. No más; no ahora, que hemos -de alguna manera- despertado ante las sacudidas.
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