Casi cualquier cosa que se pueda decir sobre el 19 de septiembre resulta obvia, accesoria o repetitiva. Aún bajo ese riesgo, como alguien que intenta tomar instantáneas de la historia, quiero hacer algunos pequeños apuntes sobre lo que hemos presenciado estos días.
Seguimos siendo un pueblo que sabe unirse. Mi amigo José Carlos Sierra preguntaba ¿Qué pasaría si el pueblo realmente tomara las decisiones de este país, si gobernara? Me parece una pregunta sensata. La clase política no ha sabido cómo generar vínculos reales con la sociedad ni viceversa. Pero la tragedia ha traído el recordatorio de que podemos unirnos. De que esto que las redes sociales han logrado puede servir para propósitos ciudadanos ulteriores. Esto, no el prontamente deslavado movimiento #yosoy132, se parece más a una revolución: la transformación de la dinámica ciudadana, la capacidad de organizarnos, corregirnos, apurarnos, coordinarnos, delegando y liderando sin que nadie tenga un distintivo de autoridad impuesta.
Evidentemente también esa vorágine comunicativa tiene sus costos y sus daños colaterales: seguimos explotando las redes sociales como un prisma que descompone todas nuestras tonalidades. Nos dibuja de cuerpo entero y sin medias tintas: lo más ridículo, ofensivo y pueril, pero también lo más profundo y conmovedor.
Como siempre la prisa por el ingenio y el chiste fácil para ser el más chévere que termina en el implacable empate de los imbéciles. Pienso en el humor como un compromiso epistémico, estético y moral. Evidentemente el humor siempre tiene víctimas, pero la encrucijada entre no renunciar a él y tampoco hacer censura sólo puede resolverse escogiéndolas bien. No tiene caso burlarnos del infortunio, del que ya sufre, vamos, del que ya es víctima. Que patear a un herido, a un cadáver, no es humor ni atrevimiento, es franca estupidez y mal gusto. En este sentido las correcciones, los reclamos para quienes hicieron chistes, no me parecen cuestión de censura, no es el límite ni el ataque a la libertad de expresión: es la sensatez y el esfuerzo por señalar la idiocia, por no dejar impune la negligencia que permite esta facilidad de escribir lo que queramos y que todo mundo pueda verlo esperando que no tenga consecuencias.
Respecto a la ayuda, con el riesgo de sonar, ahora sí, políticamente incorrecto, creo que incluso los ánimos sobrepasaron (era natural por la urgencia a la reacción) la coordinación. Es probable que en unas semanas la ayuda que ahora nos apuramos a dar todos al mismo tiempo, sea realmente vital. Como aprendizaje tal vez debamos también dosificar esfuerzos y también saber distribuirlos, es casi obvio que la atención de la capital le robó posibilidades de ayuda a Morelos y Puebla, e incluso a Chiapas y Oaxaca, dañados muchos días antes.
Sobre la mala comunicación, lo de siempre: que un científico loco ya lo había profetizado, que viene un mega temblor, que el mundo se va a acabar, que este sismo fue 10 veces menos fuerte que el del 85 y que aún así no aprendimos nada, que la pacha mama nos reclama ¿?, que somos malos y es un castigo divino porque las mujeres abortan en la CDMX. Basura que debemos de mantener al margen, que tenemos aprender a no replicar, porque también es importante depurar la comunicación, la saturación de estímulos, de notas, de shares entorpecía la información realmente capital. Por otro lado, también fue oportunidad para ver a los periodistas que hacen su trabajo y los que sólo carroñean, y para volvernos a preguntar por qué echamos en cara que Televisa nos cuente historias melodramáticas, pero nos desvelamos sintonizando televisión tradicional, cuando nunca tuvimos tantas oportunidades de información alternativa.
“Que los partidos donen lo de sus campañas”. No, que no lo donen -que para empezar no debería ser dinero que consideraran “de ellos”-: que aprovechemos para reestructurar nuestras prioridades en la distribución de recursos. Que tengamos más miles de millones destinados a esto que para un fondo de contingencia no puede ser sensato ni congruente. Que desde ya apuntemos que ante esta tragedia será obsceno ver campañas de playeras y sombrillas, de espectaculares y derroche. La sensibilidad y la oportunidad histórica deben urgirnos a un cisma ciudadano: campañas austeras y de ideas. No sólo para esta sino para todas las ocasiones. Esto sería verdaderamente aprender algo.
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