Pasados los primeros días después del temblor, donde se unió toda la nación en un enorme gesto de solidaridad sin distingos, surgieron de nueva cuenta las fracturas. Una legión de activistas en las redes -Belinda incluida- se lanzaron con proclamas, videos y memes, en contra del “pinche gobierno” los “diputados y senadores huevones” los “políticos”. Consignas que demuestran un claro enojo social de la clase media (la que más usa las redes) pero que implican una sátira innocua, en tanto que denigra a instituciones que nunca van a desaparecer; peor aún, que en teoría política, son probablemente lo mejor que ha creado la humanidad, hasta ahora, como mecanismo para el ejercicio del poder, para el correcto desarrollo de los asuntos de la polis.
Ciertamente, después de siglos de lucha donde la sangre corrió a raudales, se consolidó, durante el renacimiento y la ilustración, una idea de lo estatal, con tres elementos clave: población, territorio y gobierno. A este último, para evitar que abuse de la fuerza, se le dividió en tres, ejecutivo, legislativo y judicial. Toda vez que, en nuestra sociedad de masas, es imposible tomar decisiones directas, creamos la democracia indirecta (representativa) elegimos legisladores, luego, los representantes populares son fundamentales en la forma en que concebimos la res pública. Aclaro, todo lo anterior es así, mientras no encontremos una mejor forma de organizarnos, a menos que queramos volver a una forma de gobierno unipersonal, como la monarquía absoluta o la dictadura.
Ahora bien, el problema, no son las instituciones, son quienes las representan, hablar de sustantivos en lugar de sujetos, genera una vacua argumentación, pareciera que su única finalidad es acabar con las formas de poder dentro del Estado. Es preocupante que, incluso gente con grado de educación alto, se exprese de esta forma, pues un vacío se asoma en su crítica, se transforma de facto en anarquistas ¿En verdad luchan por una sociedad donde no exista el gobierno? ¿O donde no tengamos una división de poderes? ¿Por eliminar a los representantes populares? Como si estuviéramos en una película de ciencia ficción, Fahrenheit 451 (1966) o V de Vendetta (2006) sólo por citar alguna, se conceptualiza al “gobierno” como un ente amorfo, sin rostro pero malévolo. Veo un inconveniente: esta impersonalidad, a quien más beneficia, es al mal servidor público, al político corrupto, al funcionario que desvía recursos, pues en esa generalidad, oculta su fisonomía y sus acciones.
Es momento de dejar de ser chairo, y lo escribo con toda la expresión de adjetivo ofensivo que señala la definición del Colmex: “persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender”. Hay una falta de compromiso si no se dicen nombres y apellidos, situaciones de tiempo, modo y lugar, o si las que se dicen, se basan en fake news ¿Real hartazgo o buenpedismo? Nada mejor que ser opositor de la nada, de ese “gobierno” incoloro o impersonal, crítica que tantos likes genera, con todos queda bien, pero como no señala a nadie, no resuelve nada.
Me parece que el camino para crear una ciudadanía comprometida con las causas, transformar al chairo en ciudadano, atraviesa necesariamente por abandonar la diatriba fácil, el denostar a las instituciones, dejar el meme del día y la noticia falsa, y pasar a las denuncias concretas de las personas, con nombre y apellido, señalar a aquellos que hacen mal las cosas pero también reconocer a quien las hace bien (Ejército y Marina como parte del gobierno, son ejemplo en la reciente catástrofe). Esta ruta implica que el poder ciudadano, a través de las cámaras comerciales, los medios de comunicación, las asociaciones, los grupos de presión, presenten a su vez denuncias concisas en las instancias correspondientes, que además se impulsen los cambios legislativos y que se cree un contrapeso civil al gobierno, con la finalidad de construir, no simple y llanamente de destruir. Ya se ve algo de eso en México, pero aún falta mucho por hacer. El combate a la corrupción y a la impunidad, comienza por ahí, el anarquismo que experimentan muchos de los chairos, sólo sirve para el cotorreo digital, para ganar likes, pero solo genera el desgaste del debate público, y en nada coadyuva para mejorar este país.
Maestro, como siempre es un gusto leerle. De igual manera, coincido con la mayoría de los argumentos expuestos al final de su columna. Sin embargo, la apreciación teoría del inicio, en la que menciona la existencia de “conceptos en teoría política que nunca desaparecerán”, me parece apela al reduccionismo del pensamiento político e histórico de occidente o en falta de compromiso por analizar de manera compleja el andamiaje teórico y filosófico de nuevas estructuras políticas y democráticas, me refiero en específico a la tripartición de poderes y la democracia representativa. Si bien en su columna hace mención de que estos conceptos e instituciones “son lo mejor que hay HASTA ahora” dejando una salida muy rápida ante la crítica, que al final solo es eso mismo: “una salida rápida”, que no abona a las problemáticas que se presentan en la teoría y en la realidad social.
Si suponemos que la tripartición de poderes y la concreción de una democracia representativa (liberal) son el magnum opus del pensamiento filosófico del ser humano, seria homologable a darle una palmada de benevolencia al “fin de la historia” de Fukuyama. Ya que si analizamos a estos conceptos teóricos desde el pensamiento moderno occidental (como los encajoné de inicio, no por discreción sino por congruencia histórica) equivale a comprenderlos de forma acrítica, cuestión que tiene plena correspondencia con la modernidad y con la posterior crítica a esta modernidad (Adorno, Horkheimer, Marcuse, etc.), así como a asimilar el pensamiento político filosófico de forma unívoca (Beuchot) o, peor aún, como discurso moderno absoluto (Foucault).
Con lo anterior, no me refiero a que la tripartición de poderes no haya traído consigo aportaciones a la política pública o a la agencia política de las personas (o ciudadanía como muchas/os le llaman), porque obviamente el tránsito del medievo a la modernidad y de la monarquía unipersonal al Estado de derecho moderno trajo avances (en cuanto a la limitación del poder absoluto de origen teocentrista), pero también es necesario reconocer sus limitaciones y los usos perversos que el discurso moderno (más sofisticado y basado en UNA razón única) trajo consigo. Comprender estos avances y retrocesos es una tarea primordial del pensamiento político, a efecto de mantenerse acorde a una sociedad dinámica, y a partir de ello, poder historizar los conceptos (Ellacuría) lejos de dogmatizarlos. Porque, cuestionando a Fukuyama y a “su fin de la historia”, ¿seguirá afirmando que la democracia representativa-liberal es perfecta después de la designación del actual presidente de EE.UU.?
Ejemplos de historización o (re)construcción de los conceptos, como democracia y tripartición de poderes, existen y tiene cuenta en el pensamiento político actual. Muestra de ello se hace latente al final de su columna, cuando describe una democracia no solo representativa, sino deliberativa (Habermas), la cual está compuesta por la participación, la dialéctica y la dialógica democrática de la sociedad civil, lo que de entrada implica un cambio teórico y filosófico de la visión democrática construida en las revoluciones burguesas (para constatarlo, solo basta con leer el pensamiento de Tocqueville, Stuart Mill y compañía, estos autores nunca habrían aceptado la deliberación como una forma democrática). Es imprescindible cuestionar todo conocimiento político entendido como dado, y proponer nuevos mecanismos e instituciones que puedan (re)construir la agencia de las personas como verdaderos actores políticos. Como ejemplo de lo anterior, tenemos a la obra histórica-política de Julio Fernández, en la que propone alternativas teóricas y prácticas a la tripartición de poderes, entre muchos otros autores; ya que la ciencia, la filosofía y la teoría política tiene la consigna de criticar, cuestionar y (re)estructurar conceptos y categorías, y no solo rendirles tributo de forma fetichista (De la Torre Rangel y Oscar Correas) o buscar únicamente sus falencias pragmáticas.
De la misma manera, retomar lo que ya se tiene y cuestionarlo en la empírea; es decir, en la forma en la que se materializan los conceptos de la teoría política, también es una cuestión de suma importancia, como usted bien lo dice. El poder público, la tripartición de poderes y la misma democracia representativa tienen elementos de optimización, debido a que existe una enorme diferencia entre “lo que se dice y se hace con ellas” (Galeano). Concuerdo en que se debe de evaluar la manera en la que se operativizan y materializan las instituciones, la autoridad y los conceptos políticos (los funcionarios y servidores públicos, con nombres específicos); sin embargo, eso no quiere decir que estas instituciones y conceptos teóricos sean absolutos, últimos e incuestionables, ya que eso consistiría en retroceder a los vicios teocentristas de la visión acrítica del poder que se ampara tanto en el pensamiento medieval como en una modernidad plagada de univocismo y universalismos dominantes. Saludos y felicitaciones por la columna.
Querido Alfredo, perdón por la tardanza en contestarte. Obviamente se trata de un artículo de opinión, que por su formato, es simplista, no quise decir que no se pueda mejorar, pero después de todos tus argumentos nunca contradices que la división de poderes (no sólo en tres, sino en más, con la asunción de los autónomos) o el principio deliberativo de los parlamentos, pueda desaparecer. En pocas palabras tu crítica es vacua, aja, mi posición es que es lo mejor acabado, tu dices que eso es pensar que la historia se terminó, y si dices que no, entonces ¿Qué sigue? Optimizarlos, nada más, como bien lo dices. Saludos amigo.
Gracias por su respuesta maestro, siempre es un gusto leerlo. Con referencia a todo lo dicho, y abocándome a mi comentario inicial, cabe recalcar que cuestioné la asunción casi fetichista que se les otorga a conceptos políticos que surgieron de los procesos históricos de las revoluciones burguesas (cómo así las denomina el célebre historiados Eric Hobsbawm) y de la concreción epistemología de la modernidad occidental; en específico: la tripartición de poderes y la democracia representativa (cómo lo mencioné en el primer párrafo).
Cuando menciono la posibilidad de insertar otros conceptos como poderes autónomos o mecanismo de limitación al poder público, así como la implementación de la democracia deliberativa, lo hago únicamente para evidenciar cómo la tripartición de poderes y la democracia representativa han sido desbordadas; toda vez que usted habla al comienzo de su columna sobre la tripartición de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y la democracia representativa, cuestión que cambia o tergiversa sin distinción hacía el final de dicha columna. Ahí se sustenta materialmente parte de mi critica (distanciándose de la vacuidad), pero, para ello, primero habrá que distinguir que hablamos de conceptos distintos (democracia representativa y democracia deliberativa no son lo mismo, ni son ni determinismos históricos derivativos). Haciendo hincapié en lo anterior, mi argumento de fondo sobre la postura crítica, se encuentra dirigida a toda teoría, tradición filosófica o institución, incluso al mismo sistema iuspublicistico basado en la deliberación. La misma democracia deliberativa, ha sido y sigue siendo cuestionada severamente (cómo lo hizo Dussel a la democracia deliberativa (eurocéntrica) de Habermas, sustentada en la comunidad “ideal” de comunicadores, criticas que resonaron en el emérito autor alemán para la elaboración de su obra “La inclusión del otro”), lo que deja de manifiesto que nunca se deben asumir a los conceptos como absolutos y dados filosóficamente.
Por último, como lo señalé en mi comentario, concuerdo con usted que los conceptos se pueden optimizar en la empírea, pero, también se pueden transformar radicalmente en el ámbito teórico, al punto de desaparecerlos y crear otros distintos (cómo fue el caso con la fusión de la democracia y la representatividad que en su momento hizo Alexis de Tocquevilla), por ello hice la referencia a Fukuyama con su panfleto “El fin de la historia”. Al margen de las observaciones aquí vertidas, creo estamos en la misma sintonía: mejorar las instituciones desde su conceptualización hasta su correcta implementación. Saludos y gracias por tomarse el tiempo de leerme y contestarme.
PD. Fue muy interesante el diálogo que esta columna abrió con el doctor Salvador, lo que evidencia la relevancia y pertinencia de su texto.
Es un gusto debatir y dialogar cuando hay sustento en las posiciones contrarias, como contigo y el Dr. Salvador. Saludos Amigo.