Agradezco que exista la poesía - LJA Aguascalientes
22/04/2025

Si alguien me pregunta qué es la poesía, seguro tendría que recurrir a algún autor para poder explicarla. Y entonces, ¿cómo presentar un libro de poesía sin explicar con claridad qué es la poesía? Pensé que sería un buen recurso para invitar a los lectores el clarificar aquello que se entiende por poesía y de ahí partir para extender la invitación a la lectura de La casa que soy de Sofía Ramírez. Entonces decidí investigar.

Llegué a la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y encontré 3 mil 266 registros al escribir la palabra poesía en el servidor de búsqueda, el cual además me informaba que el número máximo de registros para desplegar y ordenar es mil. No resolvía mucho, así que me lancé a la aventura y busqué directamente en los estantes.

Sabía que quería una definición clara, que no mencionara los formalistas rusos, mucho menos a los clásicos de las preceptivas literarias.  Quería una definición que desde la razón me permitiera presentar a ustedes La casa que soy; aunque había una voz interna que me decía que eso no iba a funcionar. Algo en mí me decía que mi razón quería poner una trampa a mis emociones.

Entonces encontré un libro de Agustín Basave, ¿Qué es la poesía?,  y de golpe y porrazo me anunció desde el primer capítulo lo que mi intuición ya sabía. En “Hacia la esencia de lo poético” el filósofo dice:

“He aquí dos actitudes irreductibles: 1) apoderarse discursivamente de la sustancia poética con el propósito de analizarla y desentrañar sus procedimientos; 2) vivir la virginal esencia de la poesía por la vía cordial sin que la razón hunda en ella su garra. Se puede tener una vivencia que nos haga vibrar al unísono con el poeta o se puede teorizar acerca de la esencia de la poesía; lo que resulta realmente imposible es hacer ambas cosas a la vez”.

Y entonces justo ahí reconocí que yo buscaba hacer lo primero: analizar y desentrañar sus procedimientos, sacar mi garra y cuidar mis emociones. Menudo meollo en el que me había metido, la crítica literaria o la estilística no podrían salvarme.

La casa que soy es una casa que habito. Desde hace más de 20 años he sido parte de ella. No recuerdo con certeza cómo entré. Sofía abrió una pequeña rendija por la cual me fui escabullendo como la niña que entra a la alacena sin ser vista. He entrado y he permanecido en esa casa. En ella he expresado mis más profundas alegrías y las más profundas de mis penas. Y aún para mí, que tengo la fortuna de habitarla, en La casa que soy, la autora me muestra espacios, pequeños recovecos a los que nunca antes había entrado.

Estructurada en cuatro paredes: “Dios y el silencio de los pájaros”, “Yo no sé de rosas”, “Autorretrato con familia” e “Inquilinos transitorios” la casa está pintada de una melancolía sutil, frágil de la cotidianidad que también se reblandece. Es una casa de alquimias en donde la esencia adquiere diferentes formas. Los muebles de la casa no están fijos, se transforman porque no es lo que contiene sino lo contenido, la turbulencia de la vida salvaje y que luego se transforma en un suspiro.


La casa, mi casa, su casa es habitada por la familia, la madre, el padre, las hermanas, los hijos de sangre y de vida, pero también por los hermanos que se alimentan de las lealtades de la vida. Porque la familia que habita La casa que soy no es sólo la tradicional sino la familia de los cariños, los cuidados y los quereres que se van formando y transformando. Se parte de una familia nuclear pero también es amplia y reconstruida; casa de la inclusión, del amor en todas sus posibilidades, en donde la autora abre la ventana para dejar entrar el aire de nosotros, de ustedes y de ellos como un “grito de vida”.

La casa que soy es un texto abierto, profundo, sincero en donde vuelvo a desbordar mis emociones y me apropio de lo que me cuestiona, me responde y también me fortalece. En La casa que soy soy hierba, humo, agua; soy pájaro, canto, mar, noche y jacaranda; soy rana, tortuga y hormiga: la hormiga que quiere descubrir la escarcha  de azúcar antes de que el otro corra. Soy también el noveno reflejo porque yo agregó uno más a los ocho que la autora nombra; soy una arruga más y otra más a cada pregunta. Soy el padre de los toros, y también me cuelgo la moneda de la madre. Porque ahí también soy madre, soy hija, soy Sofía. Y es que, el mundo de la poesía, según Agustín Basave “se configura no tan solo con el poeta, sino también con el lector, con el intérprete, con el crítico, con el filósofo. Sin lectores, no tendría sentido la poesía”, y yo, Irlanda Godina, quiero ser todos.

Y es que las imágenes que crea Sofía Ramírez se convierten en golpes de abismo y de esperanza en donde por momentos nos volvemos “sombra o simplemente dolor o pájaro en barro” como en “El sueño de Dios”, o queremos volcarnos en el agua para agitar nuestros brazos y volar como en “Inquilinos transitorios”. Por eso quiero ser todos, lector, intérprete, crítico y filósofo, porque en cada lectura interpreto, sufro, gozo, pero sobre todo, habito. Porque la poesía de Sofía Ramírez es constante y nos transita por cada uno de los espacios, los abiertos, los cerrados, los aires, las nubes, esas nubes que luego de desbordan en el lagrimal:

“Comienzas a contar y yo me escondo donde siempre, dentro del lagrimal, y como siempre, interrumpes la búsqueda porque te aburres y te vas. Comienzo a llorar y pido salvarme por mí y por todos mis compañeros.

Una vez más las escondidas se vuelven solitario”.

Entonces en solitario decidí abrirme, desplegarme por cada uno de los versos, de las imágenes, en el desborde de las emociones que conllevan estar dentro de una casa que he habitado, y que en cada lectura y re lectura descubro eso pequeños secretos, recovecos que me motivan a estar y a salvarme, y también salvar:

“Ella parecía tener árboles plantados en los pies y lamentaba esa tonta forma de ir creciendo. Él tenía dos alas enormes que no sabía utilizar. Ella era una dulce alma de ojos azules y manos tibias. Él no creía, por eso vivía acosado por el movimiento de los peces en su cuerpo. Ella hubiera querido entregarle sus ojos y salvarlo”.

Y así, en cada lectura redescubro la soledad, y también la parvada, los espacios de cobijo y de asombro, espacios de caricia, lúdicos en la emoción. En La casa que soy leo aquello que no puedo expresar, porque justo Sofía es una poeta que modifica la lengua: “el poeta ha de trastornar la significación de los signos o las relaciones entre los signos de la lengua porque esta razón es condición necesaria para la poesía” y en donde “los contenidos psíquicos son únicos en la intensidad de sus elementos afectivos, en la nitidez de sus percepciones sensoriales y en la complejidad sintética del conjunto”, como explica Agustín Basave.

Y entonces, sé que es la poesía y así me lleva Sofía; en una carga expresiva, emotiva, llena de afectos que me permiten descubrir y redescubrir los instantes de vida. Y ya no puedo sacar la garra. Mi razón ha quedado subordinada a mis emociones. Porque la razón muchas veces es también traicionera, juega malas pasadas haciendo creer que el mundo es caos, demonios o perturbaciones, pero las emociones pueden ser orden, luz y claridad. Y es que así es Sofía Ramírez, en la palabra hablaba y en la palabra escrita es emoción, paz y sentido. Y me honro en habitar esta casa: casa de afectos y de cuidados. Pero entonces me descubro egoísta, porque hay una parte de mí que no quiere compartirla. Y es aquí donde agradezco que exista la poesía, y que usted, lector, tenga un trocito de mi Sofía, de su casa, y es que en La casa que soy usted encontrará respuestas, claridad, afectos y emociones como en una larga charla con la autora, en una tarde lluviosa y de café.

 

Referencia:

Basave Fernández del Valle, Agustín. ¿Qué es la poesía? Introducción filosófica de la poesía. Fondo de Cultura Económica. México, DF. 2002. 359p.


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