Hubo quienes laceraron con humor de mal gusto la tragedia: sujetos incapaces de la mínima empatía y la educación necesaria. Bajo la bandera de chéveres y simpáticos clamaban que el humor, de cualquier tipo y bajo cualquier circunstancia, es su forma de lidiar con los hechos. No entienden que el humor debería tener algunos límites.
Hubo quienes aprovecharon el caos para salir a delinquir en motocicleta o a pie en la oscuridad. La tragedia se convirtió en una más de las incontables variables que potencian el crimen desorganizado y violento. Asaltaron por igual a voluntarios, damnificados y quien se cruzara en su camino.
Hubo medios de comunicación que crearon narrativas para elevar su maltrecho índice de audiencia. Crearon personajes, diseñaron escenarios, acordaron las pautas de un paupérrimo guión que les permitiría, por unos días, vender a buen precio su publicidad y engrosar las arcas de la estulticia nacional.
Hubo políticos que buscaron sacar provecho preelectoral. Algunos prometieron donaciones del presupuesto de sus futuras campañas, otros dijeron haber escuchado a la ciudadanía y buscan cambiar la ley. Los menos llegaron al extremo de secuestrar camiones en camino a los centros de acopio para poder entregar a su nombre, y no al de la ciudadanía, los objetos recolectados por miles de mexicanas y mexicanos.
Hubo inequidad en la repartición de despensas, medicinas y agua. La Ciudad de México acaparó -por razones cuantitativas- la mayor parte de lo que se recolectó en miles de centros de acopio a lo largo del país. Es claro que en Chiapas, Oaxaca y Morelos -entre algunos otros estados- siguen necesitando nuestra ayuda.
Hubo y hay desinformación sistemática con respecto a lo que sucede y se necesita, porque hubo y hay personas que se aprovechan de la tragedia para pedir dinero y cosas a nombre de los damnificados. Todas y todos los que deseamos ayudar deberíamos informarnos con cabalidad de los mejores medios y formas de hacerles llegar nuestra ayuda a los afectados. Nuestra responsabilidad no termina cuando pagamos la cuenta en el supermercado y llevamos las cosas a un centro de acopio. Las y los que conocemos a afectados, tenemos la posibilidad de entregar nuestra ayuda sin mediación. Quizá sea ésta una de las mejores formas de ayudar.
Pero también hubo -y en su enorme mayoría- millones de mexicanas y mexicanos que nos unimos solidariamente para ayudar en el inicio de la tragedia. Hubo quienes salieron en la noche a retirar escombros, hubo quienes atendieron y montaron centros de acopio, hubo quienes pasaron días cargando cajas y llenando camiones en distintos puntos del país, hubo quienes no dejaron de combatir la desinformación día y noche… La enorme mayoría de la ciudadanía de mi país se unió, y gracias a ella esta tragedia vivió sus primeras horas y días en medio de un espíritu fraterno que parecía haberse extinguido hacía tiempo. Quedará mucho por hacer durante semanas, meses y años. La reconstrucción de la infraestructura dañada, así como del patrimonio de miles de familias mexicanas que de un momento a otro lo perdieron todo, llevará su tiempo.
Quienes perdieron a seres queridos, quienes lo perdieron todo, son ellos los protagonistas de este terrible episodio natural. Lo que más deseo es que la tragedia no se convierta en una injusticia, que los que pueden y deben responder, respondan. Porque la responsabilidad no sólo debe imputarse a la causa, sino al posible remedio. Todos y todas somos responsables de lo que sucedió, en tanto esté en nuestras manos seguir respondiendo de la mejor manera posible ante los afectados. Son y serán ellos nuestra principal ocupación.
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