Hoy, justo hace 44 años, el Kreditbanken del centro de Estocolmo fue atracado. El 23 de agosto Jan-Erik Olsson entró al banco y mantuvo como rehenes a cuatro trabajadores del banco: Birgitta, Elisabeth, Kristin y Sven. A ellos cinco se uniría Clarck Olofsson, presidiario amigo de Jan-Erik cuya liberación era parte de las exigencias del primer delincuente. Los vínculos que se establecieron entre ellos durante el secuestro fue puesto en evidencia con las muestras de apoyo de los rehenes a sus secuestradores una vez liberados, a pesar de que estos últimos los mantuvieron atados y su vida estuvo en riesgo. La actitud de apoyo causó tal impresión que fue claro el vínculo establecido entre los seis protagonistas. Esta situación derivo en amplios estudios de patología psicológica al punto que fue denominado como el síndrome de Estocolmo.
Para algunos investigadores el síndrome de Estocolmo ha sido una herramienta para analizar factores particularmente atribuidos a la violencia doméstica (A. Montero), sin embargo para otros autores, como Joseph M. Carver, el síndrome permite además analizar otras situaciones en las relaciones interpersonales, intimidantes y controladoras.
Ramón tiene una hija que vive en Alemania. Decir que desde su divorcio su vida fue un calvario sería exagerado pues su relación previa a ello ya mostraba profundas fisuras. Sin embargo, aun así él estaba en la disposición de establecer una relación sana con su ex pareja y en un país que no era el suyo. A pesar del acuerdo de custodia, solo podía ver a la niña en los términos que la madre confería y nunca imaginó que su convivencia estaría controlada también en función de las necesidades y disposiciones de su ex pareja, e incluso en la forma en que ella como mujer concebía la paternidad. Cuando Ramón tuvo una nueva relación afectiva la ex pareja atribuía cualquier cambio de humor de su hija a la nueva condición de su padre. Además, insinuaba que el dinero nunca le alcanzaba aludiendo meses de adeudo de gas y el riesgo de no tener calefacción, siempre para su hija. Con el tiempo la vida siguió siendo un calvario de emociones sujetas a las palabras, actitudes y actos de la madre; pero era incapaz de reconocer el grado de control que ella ejercía sobre su vida, pues siempre la justificaba y defendía ante cualquier situación o comentario, desacreditando toda información u opinión que lo incomodara. Ramón era víctima y su ex mujer su controlador, en un claro ejemplo del síndrome de Estocolmo.
Para Joseph M. Carver en El Amor y el Síndrome de Estocolmo: El Misterio de Amar a un Abusador, el síndrome de Estocolmo también “puede encontrarse en las relaciones familiares, románticas e interpersonales: esposos, novios, padres o cualquier otra persona con un papel que le permita al abusador adoptar una posición de control o autoridad”. Se han identificado además cuatro situaciones o condiciones que sirven como base para que se desarrolle el síndrome, explica Joseph M. Carver: una amenaza que se percibe como riesgo contra la supervivencia física o psicológica de la persona y la creencia de que el abusador cumplirá esa amenaza; pequeños gestos de aparente amabilidad por parte del abusador hacia la víctima; aislamiento de cualquier otra perspectiva diferente a la del abusador, y percepción de incapacidad para escapar de la situación.
El síndrome de Estocolmo, desde la perspectiva de las relaciones controladoras describe la condición de percepción de amenaza como la forma en que el controlador da a la víctima la responsabilidad del bienestar de sus seres queridos, y que solo con su colaboración ellos estarán a salvo. El controlador también “hace amenazas sutiles para que la víctima no lo abandone o tenga pareja”, pues lo ve como una amenaza a su posición. En la condición percepción de pequeños gestos de amabilidad se describe como, en la búsqueda de cualquier evidencia de esperanza, “el abusador o controlador le muestra a la víctima algunos pequeños gestos de amabilidad, aunque de todos modos sean para beneficio del abusador… (y) la víctima interpreta esos pequeños gestos de amabilidad como una característica positiva del captor”. En el tercer síntoma del síndrome de Estocolmo se describe el aislamiento de cualquier otra perspectiva diferente de la del captor, como la condición donde la víctima teme decir o hacer algo que desate la furia del controlador y “para sobrevivir comienza a ver el mundo desde la perspectiva del abusador. Comienza a corregir aquellas cosas que podrían causar ataque y comienza a actuar de manera que hará feliz al abusador o evitar situaciones que pudieran ocasionar algún problema. Empieza a preocuparse por las necesidades, deseos o hábitos del abusador”. En esta condición se identifica el enojo del abusador ante cualquiera que pudiera apoyar a la víctima. “Cualquier contacto con otras personas será confrontado con acusaciones, amenazas y/o estallidos de violencia… ahora la víctima está de acuerdo con el abusador o controlador, y ve a las personas que le ofrecen apoyo como gente que causa problemas”. Además de ello la víctima también tiene la percepción de la incapacidad para escapar, que es la cuarta condición, en donde “la víctima experimenta pérdida de autoestima, desconfianza en sí misma y energía psicológica negativa. La víctima puede sentirse agobiada y demasiado deprimida para terminar la relación y abandonar al abusador” y es que en muchos casos de divorcio, aunque se haya ejercido el trámite administrativo la realidad es que la víctima no tiene la capacidad de poner límites. Se sabe que de los cuatro rehenes que estuvieron secuestrados en el Kreditbanken, uno de ellos incluso costeó la defensa de sus captores.
Ramón atendía perfectamente un cuatro sintomático del síndrome de Estocolmo. Sabía que su ex pareja podía cumplir el negarle ver a su hija, y que solo colaborando con ella podría estar a salvo él y su hija de cualquier separación (percepción de amenaza). Además fue más de una vez receptor de muestras de gentileza por parte de su ex mujer y eso generaba en él la percepción de que la situación podría estar mejor: algunas palabras de reconocimiento por su labor paterna y pequeños obsequios eran algunos de sus instrumentos, muchas veces consecuentes de disgustos entre ambos motivados por ella. De manera engañosa esos “pequeños gestos de amabilidad” hacían creer a Ramón que algo estaba haciendo bien y por lo tanto no habría problemas para convivir con su hija, sin percatarse que de todos modos eran para beneficio del abusador pues “la víctima interpreta esos pequeños gestos de amabilidad como una característica positiva del captor” que usa para perpetuar ese dominio. La ambivalencia es la mejor estrategia. De esta manera él comenzaba a tener sentimientos compasivos ante su ex pareja argumentando que su historia familiar no había sido sencilla y que su situación debió ser muy difícil. Con ello también entraba en la fase de negar toda perspectiva distinta que pusiera en duda las intenciones de su ex pareja, de forma tal que actuaba buscando hacer feliz a su controlador y “evitar situaciones que pudieran ocasionar un problema”. Aunado a ello siempre estaba con temor de decir o hacer algo que generara cualquier molestia, preocupándose así por “las necesidades, deseos o hábitos del abusador” lo cual era una constante en su vida, llegando incluso a negar cualquier otra perspectiva diferente. “La víctima está de acuerdo con el abusador o controlador, y ve a las personas que ofrecen apoyo como gente que causa problemas… Si una llamada casual ocasiona dos horas de un estallido con amenaza y acusaciones, la víctima se dará cuenta de que es más seguro no recibir más llamadas”.
Finalmente, Ramón sentía que no podía escapar de la situación. La aparente incapacidad de solución generó en él, sin reconocerlo la “pérdida de autoestima, desconfianza en sí mismo y energía psicológica negativa”. Y es que “la víctima puede sentirse agobiada y demasiado deprimida para terminar la relación o abandonar al abusador”. Todo era un constante desgaste emocional, cada llamada de su ex pareja fácilmente podía traducirse en momentos de malestar, angustia y preocupación hacia su hija. No importaba que el proceso administrativo del divorcio ya hubiese concluido, los vínculos con su controladora eran irrompibles. Además, nunca tuvo la capacidad de poner límites y era constantemente culpado de situaciones y decisiones que no habían sido suyas, aunado a una constante estigmatización de su pequeña como “hija de padres divorciados” que para su cultura mexicana parecía insuperable. Las preocupaciones eran recurrentes y tal como lo establece el síndrome de Estocolmo, existía una preocupación diaria hacia los “problemas” en donde la víctima a toda costa trata de controlar y evitar. Esto puede incluir evitar a su familia, amigos, compañeros de trabajo y cualquier persona que podría ocasionar un “problema” en la relación abusiva. La víctima no odia a su familia y a sus amigos: sólo está evitando “problemas”.
Ramón decidió regresar a México. Realiza viajes a Alemania dos veces al año que siguen siendo difíciles. En una estancia de 15 días su ex pareja solo le permite ver a su hija en tres ocasiones, de ellas al menos una en compañía de la madre, de lo contrario le niega la convivencia. Él sabe que en la familia de su ex pareja las mujeres separaban a los hombres de sus vidas fomentando una cultura totalmente matriarcal, y donde los hijos han instrumentos de control y poder. Su conducta es un efecto trasgeneracional en el cual “las familias presentan síntomas de disfuncionalidad, manipulación y chantajes” y donde “apoyan totalmente y que practican las mismas conductas alienantes en contra de sus hijos y el padre” por generaciones (Síndrome de la Madre Maliciosa).
Por todo ello Ramón decidió demandar a su ex pareja ante una corte internacional. Entró en un proceso largo y cansado, pero menos agotador que el desgaste que vivió en Alemania ante la imposibilidad de convivir con su hija de manera sana y sin la intromisión de su ex pareja. Para él no es ningún consuelo, pero al menos sabe que cuando su hija crezca verá que su padre hizo todo lo posible por estar con ella de la mejor manera.
Hoy, a 44 años del asalto al banco en Estocolmo los estudios conductuales han permitido explicar de mejor manera los comportamientos de los seres humanos. Conocerlos o explicarlos solo queda en el discurso si no se abre la mínima posibilidad de atenderlos. Como la historia de Ramón deben existir miles de hombres y de mujeres. Mujeres atadas a relaciones coercitivas y de violencia emocional constante. Hombres cuya masculinidad no les permite ni reconocer ni expresar las situaciones de conflicto. Muchos de ellos ni siquiera lo verán así. Mientras el síndrome de Estocolmo viva en ellos jamás serán capaces de reconocer su carácter de víctimas y seguirán con plena disposición y gusto a merced de quien pueda controlarlos.
Fuente: Joseph M. Carver. El Amor y el Síndrome de Estocolmo: El Misterio de Amar a un Abusador en http://www.drjoecarver.com/3/miscellaneous2.htm.