La ley emitida por la Asamblea Legislativa de CDMX el pasado martes 1 de agosto además de prohibir la exhibición comercial de los delfines en espectáculos circenses, agarró parejo y también eliminó la Delfinoterapia. Por si no lo sabe, esta técnica consiste en que las personas que necesitan resolver una enfermedad, entren a una piscina donde nada conjuntamente con delfines entrenados, que se dejan tocar, acariciar, se prestan para pasear a los pacientes sobre su lomo asidos de la aleta dorsal. También pueden besar a las personas, cantar y bailar para ellos. La Delfinoterapia nació en Australia y actualmente los países donde existe el mayor número de estos centros de tratamiento son precisamente ese país austral, Estado Unidos y México. En nuestro territorio existen no menos de 8 lugares distribuidos en Quintana Roo, Jalisco, Nayarit y la Ciudad de México. Existen desde los baratos como en CDMX que cobran dos mil pesos por persona, por una sesión de quince minutos, hasta los de lujo en Nuevo Vallarta que pueden cobrar hasta ocho mil dólares por sesión. La tarifa varía según la variedad de juegos que el cetáceo realiza en beneficio del cliente. Se recomienda principalmente para personas con parálisis cerebral infantil, síndrome de Down, depresión, ansiedad y en general todo tipo de trastorno emocional. Desde luego, estos centros también reciben a un cliente sano, siempre y cuando cubra la cuota. O sea que el beneficio terapéutico está en duda, no se le considera un método científico. Además de que pocas familias podrían sufragar un gasto de una sesión diaria o semanal. Pero al margen de ello, veamos la situación de los “delfines terapeutas”. Al igual que sus congéneres cirqueros, también viven en condiciones antinaturales, en tanques estrechos, con agua no marina, sino tratada químicamente lo cual les ocasiona enfermedades en la piel. Son alimentados con peces muertos, mariscos y alimentos procesados industrialmente que no son la comida que ellos pescarían en el océano. También requieren entrenamiento. Su actividad “terapéutica” no es una decisión que ellos tomaron, no lo hacen porque sean buenos ni porque sientan compasión por los enfermos, han sido domesticados para ello. Y eso se llama maltrato. Ahora los propietarios de estos centros se las verán realmente negras. Deberán vender, obsequiar o soltar en el mar a sus mascotas, que les costaron una fortuna. Se quedarán con instalaciones que ya no podrán utilizar en ninguna actividad parecida y que también tuvieron un alto costo. Si se han dedicado solo a esto, ahora estarán sin trabajo. No pasará mucho tiempo para que los grupos ecologistas, las sociedades protectoras de animales y el Partido Verde enfoquen su artillería a los estados restantes y logren la desaparición de los centros de Delfinoterapia. Los propietarios, los terapeutas y los pacientes se quedarán sin una opción. Los unos perderán mucho dinero, los otros perderán una oportunidad de sanación. ¿Y que seguirá a continuación? No hay que olvidar que también existe los centros de equinoterapia, canoterapia, que abundan por todo el país. También los caballos y los perros son entrenados para acompañar, jugar y guiar a pacientes. ¿También su entrenamiento será considerado maltrato? Desde hace muchos años existen lo perros lazarillo que conducen a los ciegos. Hay canes que acompañan a pacientes diabéticos y epilépticos ya por el olfato detectan una elevación o baja de la glucosa de su amo, o el inicio de una crisis convulsiva en su patrón. Los legisladores ¿previeron esto? Todo parece indicar que nuevamente nos encontramos ante el repetido caso de que se hacen y emiten las leyes sin ver el panorama completo. Cuando la política y el oportunismo van por delante del beneficio social, nos ocurre esto.