Carlos Reyes Sahagún | Cronista del municipio de Aguascalientes
Con el verano llega la temporada de las tunas, ese fruto maravilloso que nos ofrece la tierra de esta región; fruto humilde, tan arraigado en nuestra idea de la mexicanidad, que se nos aparece en el escudo nacional. Los puestos siguen ubicándose donde mandaba la costumbre, a un lado del arroyo de los Arellano, en la Avenida de la Convención, aunque en un pasado más lejano se les encontraba en las inmediaciones del Estanque de la Cruz.
También los procedimientos de venta han cambiado un poco. Me acuerdo que antes llegaba uno al puesto, que estaba limitado por improvisadas banquitas. En un extremo del local estaba un cuadro lleno de tunas. Uno pedía las que iba a comer, y el valiente que atendía el changarro las barría con una escoba de popote, las colocaba en un bote chilero abierto en forma de canasta y las metía a una tina de agua, a fin de lavarlas y quitarles en lo posible las espinas. Acto seguido venía la mujer, o el hombre, y se sentaba frente a quien comería, y a pelarlas…
Las tunas son como las… personas -iba a escribir mujeres, pero mejor no; no vaya a ser que me acusen de algo que ni soy-: apetitosas, jugosas, muy dulces, pero para llegar a ellas; para degustar ese sabor digno del paladar de los dioses mexicanos, es preciso correr el riesgo de espinarse.
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