De Google:
Socavar. Verbo transitivo
- Excavar alguna cosa por debajo, dejándola sin apoyo y expuesta a hundirse.
“Están socavando la calle para construir un túnel para la instalación de gas natural; se reían y mascullaban en tono bajo y siniestro, como el agua que socava las entrañas del campo”.
- Debilitar la fuerza moral de una ideología o un valor espiritual, o de la persona que la defiende o representa.
“La falta de apoyo de sus compañeros le socavó el ánimo; el adelanto de las elecciones fue en un mero intento de socavar al partido que entonces gobernaba”.
Es seguramente, un afán perverso, de estética fatalista, de labor terapia, encontrar en la tragedia de Tlahuica una analogía perfecta para nuestro país. Pero también, seguramente, muchos lo pensamos: encontramos la imagen perfecta, por terrible, por implacable, por devastadora, de lo que solemos decir cuando decretamos que el país está en el hoyo. Lo que pasó en Morelos pinta de cuerpo entero la situación histórica del país. Escribo histórica porque nos engañaríamos si pensamos que se trata de Peña Nieto y el nueviejo PRI. Escribo histórica porque nos engañaríamos si pensamos que un hoyo así se abre en este país en una mala decisión en una urna, un domingo por la tarde. Escribo histórica porque seríamos demasiado reduccionistas si pensamos que esto tiene que ver con un contratista, con el nuevo aeropuerto, con las casas blancas.
Vivimos en un país socavado en sus cimientos emocionales. Devastado, de alguna manera, por voluntad propia. Explotado ad nauseam sin que de manera contundente un clamor popular se imponga, se escuche, se acate. Y es probable, aunque duela, que tenga que ver con nuestras decisiones, de todas y todos, de todos los días y de todos los años. Porque pensemos, por más que podamos poner atenuaciones y controversias, en qué han acabado cada uno de los movimientos sociales que se han emprendido. En una matanza, da igual si es un día de octubre, o es Corpus Christi, en el agotamiento, en el encarcelamiento de presos políticos, en la absorción de medios oficialistas. Nada sucedió con la generación del 68, ni con la del 71, ni con los zapatistas, ni con los 132. Construimos un aparato que alimentamos que permite que todas las disidencias terminen por desaparecer de fatiga, de inanición o de golpe y porrazo. No sabemos hacerlo. Porque nos prometemos primaveras sin sobrevivir jamás al gélido invierno.
Vivimos en un país socavado por sus corruptelas. Porque no sabemos exigir equipos de trabajo. No sabemos exigir que los que van a gobernarnos nos digan con quiénes van a gobernarnos. ¿Cómo evaluamos el equipo que tenía Peña Nieto? ¿En qué momento analizamos los peligros de su camarilla? ¿Cuándo preguntamos por los perfiles de nuestros gabinetes en todos los ámbitos de gobierno? ¿Sabemos quiénes son los delegados? Nos acostumbramos a que los titulares de secretarías sean compañeros de prepa o secun, amigos de toda la vida de nuestros gobernantes, el premio para los comprometidos con la causa (cómo no, la del partido). Nos hemos resignado a que así son las cosas. A que las lluvias deslaven y destruyan. A que las obras se hagan y rehagan. A que así es México.
Hoy son dos muertos en un hoyo. Pero “rescataron el Jetta” dice Gerardo Ruiz Esparza como si algo atenuara la tragedia echar “la buena noticia” por delante. Pero han sido decenas, cientos, miles, los damnificados por la corrupción. Millones, si consideramos que poco se hace para desterrar la pobreza, porque el hecho de que alguien trabaje 40 horas y no tenga pavimento o agua corriente es también una tragedia de proporciones dantescas. Han sido las explosiones de mercados clandestinos, irregulares, donde se hace pólvora, sostenidos por una tradición sinsentido y por las mordidas que en nuestro país todo lo pueden.
El socavón no está en Morelos ni se tragó un Jetta. Es del tamaño de nuestro territorio y nos devora a todas y a todos. Y no se arreglará con renunciar a chivos expiatorios. Tampoco con promesas mesiánicas. No se arreglará con maniqueísmos. No se arreglará con alianzas electorales. Se arreglará sólo cuando seamos una ciudadanía politizada. Cuando nos involucremos, cuando no dejemos el tema porque México goleó o fue goleado en Copa de Oro. Cuando nuestros criterios de elegir gobernantes sean más sólidos. Cuando hagamos campaña por esa opción que creemos viable, aunque parezca improbable. Cuando dejemos de pensar que la esperanza está en un color o en la independencia, cuando dejemos de votar como si se tratara de un partido de fútbol. Cuando entendamos que ese hoyo que nos amenaza es el deslave de décadas que hemos dejado crecer con mirada de resignación, vergüenza y autocompadecencia. Cuando aceptemos que el socavón somos todos, pero también entendamos, que somos nuestra única esperanza.
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