Las redes sociales son espacios donde se comparten contenidos de diversa índole. Hay quienes afirman que somos lo que publicamos en redes, y también lo que queremos ser. Desde las redes sociales el usuario comparte y reproduce sus gustos e intereses, genera una participación que implica una interactividad que lo hace ser parte de un proceso social y cultural desde el ámbito virtual. En redes sociales compartimos música, artículos de opinión; y también anunciamos que estamos viendo tal o cual serie, la película más reciente, y propagamos a diestra y siniestra nuestros “particulares” gustos. Anunciamos nuestra identidad y la hacemos participe con aquellos que creemos son como nosotros, pero también con aquellos con los cuales buscamos diferenciarnos. Nuestros gustos e intereses expresos, aquellos que hacemos públicos nos dotan de una identidad que es controlada por nosotros en función de lo que queremos que los demás vean o crean. Así, nuestra variedad de gustos, nuestro amplio conocimiento de los más diversos estilos musicales, de las series de moda y que publicitamos en redes sociales hacen evidente nuestro consumo cultural; éste consumo expreso es también la forma más actual de colocarnos dentro de una estratificación social que no necesariamente está vinculada a una clase social, ni vincula a una posición económica. Aquello que el usuario de las redes sociales consume y publicita se vuelve una herramienta de posición de élite o grupo respecto a los otros, y en donde el eclecticismo de consumo se transforma en un capital cultural para la adquisición de un estatus con base en lo que culturalmente se consume. Y es que “la capacidad de exhibir un gusto ‘omnívoro’ es la forma actualmente dominante de capital (multi)cultural en las sociedades post-industriales contemporáneas”.
El concepto ‘omnívoro’ se ha convertido en un tema relevante para la sociología de la cultura y el consumo pues “evidencia jerarquías alternas en la participación cultural como indicador de amplios cambios socio-culturales. La tesis de ‘omnívoro’ sostiene que hay un sector en la población de los países de occidente quienes hacen y gustan de una amplia variedad de formas culturales, a diferencia de antes, y que esta amplia participación refleja valores emergentes de tolerancia y reduce el esnobismo”. Y es que si bien también la posición de omnívoro ha sido asociada a una amplio rango de actitudes sociales vistas como positivas que incluyen la tolerancia y la participación democrática, también esta posición establece un estatus dentro de un nuevo orden jerárquico que no está sujeto a un poder adquisitivo, sino aquello a lo que tengo alcance desde las libertades que confiere internet, pero que adquiere una resignificación en mi personalidad cuando lo comparto: “(el) estatus se gana a través del conocimiento y participación (podemos decir, a través del consumo) de muchas, sino es que todas las formas, el término ‘omnívoro’ parece ser apropiado para aquellos en la cúspide de un estatus jerárquico que está emergiendo”. Así, existen consumidores omnívoros de la cultura para quienes las redes sociales son el escaparate para exhibir su consumo y hacer alarde del disco más reciente, o la fotografía en la inauguración de la exposición de moda, pero a ninguna otra exposición jamás de acercan. Los omnívoros de la cultura ven en su consumo cultural una forma de acceso, consciente o inconsciente a un reconocimiento social de grupo o, incluso de la esfera social en que participan y en donde el conocimiento ecléctico se vuelve la moneda de cambio.
Y es que el individuo ya no está predestinado ni marcado permanentemente desde su clase social, “ni restringido a un estilo de vida predeterminado, los individuos no solo pueden sino que tienen que elegir desde una vasta colección de posibilidades que las altamente comercializadas ‘sociedades de consumo’ ponen hoy a su disposición”, así que mostrar este acceso y conocimiento se vuelve entonces una oportunidad de posicionamiento dentro de un grupo que se proyecta y sostiene en su consumo.
Y es que está bien compartir, hacer participe a los otros, mostrar lo que nos gusta y además hacer uso de aquello a lo que tenemos acceso; pero construir una identidad, buscar una posición social o insistentemente buscar diferenciarnos tan solo para obtener un reconocimiento no son más que falacias. La cultura y su expresión en las manifestaciones artísticas como recurso de estratificación social solo favorece la distinción del ego, y no abona a la democracia participativa desde una perspectiva honesta e incluyente.
Me gusta que la gente comparta sus gustos, y en muchos puedo ver cierta constante en ellos, aunque también disfruto sus variedades. Conozco quienes tiene un amplio conocimiento en música, cine, literatura, y para quienes las redes sociales no son necesariamente la forma de exhibir sus intereses. De ellos, espero con agrado que algo compartan en sus muros porque tengo la seguridad que lo hacen siempre por generar lazos de afinidad y nunca como una estrategia de distinción social.