Los aeropuertos son espacios de tránsito, de flujo, de movimiento. Los aeropuertos me gustan, no los sitios, pero sí su esencia. Son fragmentos expuestos de las más variadas conductas humanas de gente que con casi toda seguridad no volverás a ver. En los aeropuertos me gusta imaginarme las historias de los pasajeros, sus formas de vida, sus destinos. Algunas veces me sorprendo viendo detenidamente a mi alrededor, y entonces reacciono y procuro hacerlo “de reojo”.
Mi expectativa aérea inicia con el trayecto al salir de casa. Esta última vez mi taxi llegó a las 4:45 am. Viaje cómoda en un espacio limpio, con un chofer respetuoso y que sobre todo… no habló. En el fondo no soy afecta a pláticas con taxistas, aunque hay algunas memorables, como quien alguna vez me dijo que gastaba tres mil pesos en flores para adornar su taxi y participar en la procesión a la Virgen de la Asunción. Tanto era su entusiasmo que no pude decirle que no sólo me parecía un gasto innecesario sino que toda la procesión una aberración.
Llegué a un aeropuerto evidentemente sobrepasado, con largas filas para la revisión y abordaje, sin lugar donde sentarme y sin servicios de alimentos para los pasajeros que deben llegar con bastante antelación. Inmediatamente busqué un café, pero estaba cerrado. Por muchos años el aeropuerto de Aguascalientes ha sido objeto de las más variadas promesas de ampliación y remodelación por las distintas administraciones gubernamentales, pero nada ha sucedido. Tan solo Carlos Lozano de la Torre afirmó estar llegando a un acuerdo con el Grupo Aeroportuario del Pacífico (GAP) “para que el Aeropuerto Internacional Lic. Jesús Terán Peredo equilibre su crecimiento y desarrollo con el de Aguascalientes, mostrando no sólo el rostro del progreso que tiene la entidad, sino también ofreciendo la infraestructura adecuada para la gran industria”. Y eso fue en abril del 2014. Ahora el nuevo delegado de la Secretaría de Economía, Gustavo Granados Corzo recurrió al mismo discurso “hay que hacer un llamado y lo hago a título de la Secretaría de Economía, a que GAP apueste más por la infraestructura aérea en Aguascalientes; tenemos un aeropuerto que puede tener mejores condiciones tanto para el turismo y pasajeros, como comercio y sector empresarial que todos los días están transitando, pero también en la parte de carga”. Y claro, nada pasara. Y no es que tenga que volar cada semana para externar mi molestia y sentirme afectada, pero a pesar de que México ocupa el lugar 25 donde se pueden encontrar los vuelos más baratos (wiki.com), tan solo un boleto de ida representa un mes de salario para la mayor parte de nosotros, y solo tres días para muchos extranjeros, y así, aunque viajara una vez cada 10 años merezco un buen servicio.
Mi molestia se desvanece y mi pensamiento queda absorto por la señora que con destino a Houston lleva quesos en su bolsa de mano, a la misma que le quitan productos de cabello por exceder los límites permitidos. Dos tubos que habrá que entregar a un familiar si no es que quiera que se pierdan. Entonces pienso en todos los cambios que han ocurrido en las reglamentaciones sobre seguridad aérea. En 1998 viajé a Boston con mi maleta de cabina llena de figuras miniatura hechas de barro. Nadie me dijo nada en la revisión, incluso abrieron la maleta y me dejaron pasar con casi 20 kilos de barro. Bueno, salvo la azafata que al ayudarme para subir la maleta a la cabina solo atinó a decir: “parece que llevas piedras”, y nerviosa yo sólo sonreí.
Los aeropuertos también se han convertido en espacios de mercado, al menos aquellos como el de la Ciudad de México (recuerde que en Aguascalientes eso no sucede). Ya no sólo es el café o una botella de agua para la espera, o el souvenir de último momento. Marcas de ropa, bolsas, zapatos muestran sus pequeños escaparates en los pasillos tratando de atrapar al comprador en la hipnosis de su ocio, solo así se entienden la persistencia de marcas como Pineda Covalin. Hay también estéticas para llegar a la reunión de trabajo como recién bañado. Y es que, viajar en avión en México sigue siendo un tema de clases sociales.
En México, a diferencia de otros países, viajar en avión sigue siendo un lujo a pesar de que las aerolíneas buscan incentivarlo con promociones e incluso reduciendo al mínimo los servicios, pero aún así los salarios mexicanos no alcanzan para eso; ahora no se ofrecen alimentos ni refrigerios en muchas aerolíneas a fin de reducir los costos, sin embargo los impuestos que pagamos los mexicanos son elevados, el Impuesto al Valor Agregado y la Tarifa de Uso de Aeropuerto incrementan considerablemente los costos. Las aerolíneas retiraron los alimentos en los vuelos nacionales para reducir sus tarifas, pero al menos aún no han intentado restringir los baños como sucedió con la empresa irlandesa Ryanair que hace algunos años planeaba cobrar una libra esterlina por el uso de los sanitarios en sus aviones.
Pero todo: costos, impuestos, filas, la bolsa de cacahuates, no es nada cuando inicias el vuelo. Siempre prefiero ventana. Me gusta ver las olas de nubes que se extienden a mi paso. Esta última vez las nubes me mostraron un oleaje en azul profundo no sin antes haber visto una gama de colores al amanecer. Volar en avión debería también ser un derecho: ver la tierra y el mar desde las alturas no debería ser un privilegio sino un instante para aprehender y apropiarse un poco la inconmensurabilidad del universo.