Incertidumbre: n. f. Falta de conocimiento seguro, claro y evidente de las cosas.
Estimado lector, estimada lectora: ¿Qué estará haciendo usted el 7 de julio de 2018? Para responder a esa pregunta tendríamos que remitirnos a la agenda, si es que usted es muy precavido, tanto como para tener ya en sus manos la agenda del 2018. A lo mucho observará un calendario del año entrante en donde se podrá cerciorar que esa fecha será por fortuna un sábado y por ventura un día de pleno sol en el verano aguascalentense que, sobra decirlo, este año ha sido bastante caluroso.
Pero regresemos a la pregunta inicial. A bocajarro podría usted contestar que no lo sabe con certeza, pero podría inferir que al ser sábado solo trabajaría medio día por lo que tendría, suponemos, la tarde libre para ir a comer con la familia. O lavar la ropa y hacer el aseo de la casa, porque en estas dinámicas familiares de la nueva era, utilizamos los fines de semana para las actividades que no pudimos hacer el resto de ellas.
Claro que lo del día soleado, caluroso, lo de trabajar medio día, ir a comer con la familia o las cuestiones del quehacer serían meras inferencias. A ciencia cierta no sabemos qué es lo que pasará en esa fecha precisa. Esto es, según la definición que encabeza esta columna, lo que priva es la incertidumbre.
Saber lo que va a suceder, conocer el futuro pues, siempre ha resultado fascinante para el ser humano desde tiempos inmemoriales. La observación de la naturaleza y sus ciclos ayudaron a nuestros ancestros a predecir que después de cierto tiempo otra vez sería de noche y luego de día. Que, al paso de una temporada de florecimiento, vendría una temporada de cosecha y luego de frío, y volvía a florecer la tierra. Y así nacieron las estaciones del año. Incluso llegando a tal grado de especialización que nacieron los pronósticos: si bien no hay seguridad de lo que vaya a suceder, si se puede prever un resultado con mayor o medida de probabilidad.
Esa fascinación ha llegado al extremo de la adivinación, habiendo quienes afirman poder decir, con asombrosa exactitud, hechos que aún no acontecen, ya sea por una especie de don, utilizando un mazo de cartas, la fecha de nacimiento, los recuerdos de los sueños, o incluso la experiencia iniciática como en su momento los oráculos, en donde se afirmaba que una deidad respondía a una inquietud planteada a través de sacerdotes, sacerdotisas, pitonisas o sibilas.
Esa ansiedad por conocer lo que va a suceder se encuentra en nuestra naturaleza. Ante resultados previsibles hacemos actividades que nos llevarán a ese fin: trabajamos porque al final de la semana nos van a pagar. Diferente cuestión radica cuando no se da el resultado, o éste no es previsible, ambas por diferentes factores. He ahí la frustración o el enojo. Aunque, como veremos eso no siempre es malo.
Las elecciones, entrando en materia, obedecen a un principio de incertidumbre el cual es básico para su desarrollo: no se sabe de antemano cuál va a ser el resultado, es decir, hoy por hoy usted no sabe si el candidato de su preferencia será el ganador. Eso no lo podemos saber con certeza, vamos, ni los propios candidatos lo saben.
Hace algunos años, en una charla ante estudiantes, me hicieron la consabida pregunta: oiga ¿es cierto que ya se sabe quién va a ganar? Sí, respondí con ese aplomo y seguridad de quien sabe que tiene la razón. Y, como no era la respuesta que esperaba la audiencia, se hizo un silencio que, créanlo o no, despertó a los dormidos por la aburrición.
Sí, repetí. Va a ganar el que tenga más votos.
Eso es de las pocas certezas que nos brinda el sistema electoral, pocas pero ciertas. Vamos a empezar, en octubre, un proceso local por el cual elegiremos a los diputados para los próximos tres años, la jornada será el primer domingo de julio, y alguien va a ganar en cada uno de los distritos. ¿Quién? Aquel candidato o candidata que obtenga mayor cantidad de votos.
Hay otras cosas que se pueden prever, con mayor o menor exactitud, como que serán instaladas más de mil quinientas casillas en todo el estado, que habrá cuatro boletas en cada una esperando por los electores, que habrá funcionarios deseosos de participar y que la jornada transcurrirá en calma.
Pero hay otras cosas que no sabemos y eso es fundamental para la democracia. Esa incertidumbre es necesaria, ya que de otro modo ¿para qué haríamos elecciones si ya supiéramos quien las ganaría?
Desde este momento conmino a que no caigamos en especulaciones. A estas alturas no hay proceso, no hay candidatos y mucho menos ganadores. Lo que sí podemos hacer es realizar actividades que nos lleven a resultados previstos. Hacerlo con ahínco y determinación esperando con mayor probabilidad a que el resultado sea el anhelado. No dejarnos engañar con personas que aseguran resultados como si las instituciones fueran las de la prehistoria.
Que sí le puedo asegurar: que dentro de un año, el siete de julio, tendremos resultados oficiales gracias al esfuerzo de quienes atendieron el llamado electoral desde sus respectivas trincheras. Que el trabajo va a ser pulcro, apegado a la ley, basado en principios, y que solo así, y hasta entonces, sabremos quienes serán nuestros próximos representantes. Y eso no es adivinación, sino predicción y, en una de esas, pronóstico.
/LanderosIEE | @LanderosIEE