En 2013 el director mexicano Jorge Ramírez Suárez deleitó al público con su película Guten Tag, Ramón, historia que inicia con un trágico acontecimiento, premonitorio o más bien cotidiano. Ramón un joven mexicano, como muchos de los que habitan en las zonas más pobres y desprotegidas de la nación, tiene dos opciones, o brinca el río como indocumentado y busca chamba con los gringos, o le entra al negocio del crimen organizado. Él, como único sustento de su madre y abuela, su única familia, decide juntar lana y contratar a un pollero para que lo cruce del otro lado, no le queda de otra si es que quiere hacerlo por la vía menos ilegal, a final de cuentas, el crimen organizado y el tráfico de personas es igual de peligroso y por supuesto, delicado. Para no hacer el cuento largo, querido lector, llega el día en que tiene que partir, su quinto intento, ahora sí estaba seguro que lo lograría, ya en el camión y en compañía de más de treinta paisanos, se internan en territorio norteamericano y en medio del desierto, en medio de la nada el vehículo se frena, al parecer amenaza de patrulla fronteriza lo que ocasiona que el chofer y su garrotero abandone el camión dejando el cargamento íntegro, es decir, toda esa mano de obra indocumentada y barata a la deriva.
Es ahí donde la atinada dirección de Ramírez Suárez nos hace sentir el miedo por el que pasan todos los días nuestros compatriotas que deciden dejar el país por la vía ilegal; la desesperación de no poder abrir la caja del camión para poder salir y tomar aire, sentir la muerte por asfixia, cómo poco a poco va cayendo sobre el compañero de al lado, uno por uno, y cuando ya todo está perdido, no crea que llega otro pollero a rescatarlos, no, señor, una doble labor hace la patrulla fronteriza, los salva de una muerte segura, claro, a los que permanecen con vida y además cubre la cuota de deportados a territorio mexicano, condecorado doble y con honores, los gringos que forman las filas de la corporación de élite de los Estados Unidos de América hacen su chamba. A esas alturas del viaje y con las condiciones en las que se encuentran nuestros queridos coterráneos ¿qué es mejor?, que la patrulla fronteriza los encuentre para que sean rescatados de la muerte sabiendo que los regresarán para su tierra, o bien, sin fuerzas buscar un escondite para no ser deportados, qué más da.
En la película, obvio el protagonista (Ramón) no muere dentro de la caja del camión y es deportado para México, por quinta ocasión, es ahí cuando asalta la duda y la reflexión, estimado lector, ¿cuántos Ramones viven ese viacrucis al día, por cuáles y cuántos peligros pasan y aun así el negocio persiste?
No es un caso de ficción reitero, es cotidianeidad, tan lo es, que apenas el domingo pasado un grupo de indocumentados; así como en la película antes mencionada decidieron cruzar la frontera para darle a sus familias lo que en sus países no pueden ofrecerles, y sí, en efecto, atinó usted, fueron abandonados en Texas, por lo menos no en el desierto, pero sí frente a uno de tantos Walmart en San Antonio.
Las versiones oficiales rezan que las autoridades de los Estados Unidos de Norteamérica encontraron ocho personas muertas dentro de una caja de un tráiler, el cual estaba estacionado afuera de la citada tienda de autoservicio. Algunos medios afirman que son más de treinta el número de víctimas que se encuentran delicadas de salud. ¿Cuántas historias como esta se suscitan a diario? Todas, las que usted me diga, querido lector, el tráfico de indocumentados es un negocio redondo. En esta ocasión, la historia volteó hacia Aguascalientes, al parecer cuatro indocumentados que viajaban en el vehículo abandonado eran oriundos de la tierra de la guayaba, sí, de Calvillo, uno de los once municipios que conforman el estado más seguro de la República, el que tiene más y mejores empleos, bien remunerados, el que tiene más instituciones de Educación Superior, el Estado modelo, ese es Aguascalientes… Bueno, sí, pero ¿para quién, según la óptica de quién?
Si el indocumentado existe es porque su entidad lo permite, yo pregunto, de los cuatro de Calvillo que se aventuraron a vivir el “sueño americano”, tenían empleo en su municipio, o en la capital, de ser así, su paga era justa, tenían prestaciones de ley o por lo menos seguro popular. Es ingenuo pensar que en Aguascalientes no hay una red de tráfico de personas, y que no sólo cuatro de Calvillo se lanzaron; cuántos aguascalentenses cree usted que se embarcan a diario a la aventura de la conquista de los vecinos, cuántos lo logran y cuántos son deportados, cuántos mueren.
La reflexión no es para el Instituto Nacional de Migración, ni para Adán Valdivia ni mucho menos para las autoridades norteamericanas que son rebasadas por este fenómeno, la introspección debe ser para don Martín, así de sencillo, jefe: ¿Qué vas a hacer para retener a las personas de las comunidades y municipios con mayor índice de pobreza, cómo le vas a hacer para que el estado sea autosuficiente, cómo vas a generar los empleos necesarios para los que no tienen, entonces, la economía no es sólida o qué pasa? Ojalá tomes cartas en el asunto, querido gobernador, porque el estuche con maquillaje se puede acabar, peor, la sociedad se puede dar cuenta de todo lo que sus especialistas se empeñan en maquillar, dale para adelante, pero no tardes mucho porque el gallinero se puede alborotar y no como las normalistas, este gallinero se te puede salir de control, así que mejor pon manos a la obra y la sociedad te lo agradecerá.
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