En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
-no está el mundo como para negarse-;
pero apréndete esto lo más pronto que puedas:
lo habitual es el odio, o que te ignoren,
y no los caramelos.
Andrés Neuman, “Palabras a una hija que no tengo”.
Muchas veces me he detenido a pensar en cómo educaría a la hipotética hija que no tengo. He pensado también que especular sobre esto quizá tenga poco caso. No puedo negar la posibilidad de que en el caso de la educación a las hijas e hijos la dicotomía entre teoría y práctica sea paradigmática. Escuchamos consejos sensatos e insensatos; pero tratar de seguir incluso la sugerencia mejor intencionada nos enfrenta a la realidad y a nuestro contexto: a un mundo que, pese a sus avances, sigue impregnado de racismo, clasismo, desigualdad, pobreza, machismo, homofobia… Nuestro mundo -se lo he escuchado decir a más de una amiga y amigo- no es un sitio propicio para traer a una nueva vida. No puedo negar, sin embargo, que sigo siendo optimista. Y no lo soy por vocación o fe, sino por el crédito que doy a los hechos. La realidad a inicios del nuevo siglo y milenio -por mucho que nos haga falta por imaginar y cambiar- es menos violenta que en cualquier otra época de la historia de la humanidad, así como la defensa de los derechos civiles de todas y todos han encontrado resultados cada vez más halagüeños (Steven Pinker ha argumentado en poco más de mil páginas a favor de esta tesis, y ha aportado datos estadísticos, históricos y psicológicos en su defensa). Adicionalmente, pienso que la educación que podamos dar a nuestras hijas e hijos jugará un papel protagónico en las transformaciones sociales que aún necesitamos realizar.
La carta que la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie escribió a su amiga Ijeawele es un buen ejemplo de lo que madres y padres pueden imaginar y hacer desde casa. La pregunta que trata de responder Adichie está acotada a la educación feminista que requieren las niñas, y por buenas razones: Ijeawele le pregunta cómo puede criar a su hija para que sea feminista. La carta de Adichie, traducida y publicada al castellano por Random House este año con el título Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo, tiene un objetivo más general: “considero una urgencia moral mantener conversaciones sinceras acerca de educar de otro modo a los hijos, de crear un mundo más justo para hombres y mujeres”. Adichie le sugiere a Ijeawele usar dos herramientas y tomar en cuenta algunas sugerencias para la educación de su hija Chizalum Adaora. La primera herramienta: “Yo importo. Importo igual. No ‘en caso de’. No ‘siempre y cuando’. Importo equitativamente. Punto”. La segunda: las respuestas feministas son contextuales, cualquier respuesta a cualquier interrogante es feminista si y sólo si el resultado es el mismo en el caso de que sea un hombre o una mujer. El ejemplo de Adichie es iluminador: “mucha gente cree que la respuesta feminista de una mujer a la infidelidad del marido debería ser dejarlo. Pero yo creo que quedarse también puede ser una elección feminista, depende del contexto. Si Chudi se acuesta con otra y lo perdonas, ¿ocurriría lo mismo si tú te acostaras con otro? Si la respuesta es sí entonces la decisión de perdonarlo puede ser feminista porque no viene moldeada por una desigualdad de género”.
Adichie da quince sugerencias adicionales a Ijeawele. Aquí las resumo:
- Las madres deben ser personas plenas, maravilladas por la maternidad, pero que no se definan exclusivamente a partir de ella. La maternidad y el trabajo no se excluyen mutuamente. Las madres deben cultivar sus propias necesidades.
- La crianza corresponde equitativamente a madres y padres. Se debe rechazar la idea de que el hombre “ayuda” a la mujer en la crianza de los hijos. Cuando el hombre participa equitativamente en las tareas simplemente está haciendo lo que debe.
- Se debe enseñar a las hijas e hijos que los roles de género son “una solemne tontería”. “Porque eres una niña” nunca es una razón para nada. Más importante: “Si no les ponemos a nuestros hijos la camisa de fuerza de los roles de género les dejamos espacio para que alcancen su máximo potencial”.
- Se debe rechazar el Feminismo Light. Aquél que considera que el bienestar femenino se basa en la benevolencia masculina.
- Se debe enseñar a las hijas e hijos a leer. Leer fomentará su autonomía.
- Debemos enseñarles a cuestionar el lenguaje, ese depositario de nuestros prejuicios y presunciones.
- No debe hablarse del matrimonio como un logro. Nuestro mundo, por desgracia, todavía valora el rol maternal y marital de la mujer por encima de cualquier otro. No debería esperarse que las mujeres realicen cambios en el matrimonio que no se esperen de los hombres.
- Debemos enseñarles a rechazar la obligación de gustar. El trabajo de cada persona debe ser realizarse plenamente, no ser deseable.
- Debemos darles un sentido de identidad, pero a la par las herramientas para rechazar aspectos de su cultura que no fomentan la equidad y la justicia.
- Sobre el tema de su apariencia, debemos ser cuidadosos. Debemos rechazar la idea de que el aspecto de una persona tiene que ver en algún sentido con la moral.
- Debemos enseñarles a cuestionar el uso acrítico que hace nuestra cultura de la biología como razón para las normas sociales.
- Debemos hablarles de sexo y hacerlo pronto. Nunca debemos relacionar sexualidad y vergüenza.
- Hijas e hijos se enamorarán tarde o temprano. Debemos asumirlo.
- La santidad no es un prerrequisito de la dignidad. “Las mujeres son igual de humanas que los hombres. La bondad femenina es tan corriente como la maldad femenina”.
La decimoquinta sugerencia, a mi parecer, es la más relevante para este mundo aún hosco y sectario: “Háblale sobre la diferencia. Convierte la diferencia en habitual. Haz normal la diferencia. Enséñale a que valore la diferencia… la diferencia es la realidad de nuestro mundo… Debe saber y comprender que la gente toma distintos caminos en el mundo y que, siempre y cuando esos caminos no dañen al prójimo, son opciones válidas que deben respetarse”.
La publicación de la carta de Adichie a Ijeawele me parece necesaria. Y me lo parece porque en últimas fechas se confunde el simple sentido común con la ideología. El feminismo, la lucha por la equidad y la justicia, la lucha por el respeto de los derechos civiles de todas y todos, poco tiene que ver con una intrincada, oscura y soporífera teoría. Tiene que ver con el sentido común. Chimamanda Ngozi Adichie nos lo recuerda.
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