La República Popular China es una potencia mundial. Digo más: China es la mayor potencia comercial del mundo, la primera potencia mundial por cuanto se refiere al indicador del Producto Interno Bruto. En operaciones y transacciones internacionales, china comercia un estimado anual de más de 4 billones de dólares. Por si fuera poco, cuenta con las mayores reservas de divisas de todo el planeta, incomparable siquiera con las que tiene las petromonarquías del Golfo Pérsico.
El párrafo enunciado líneas arriba no es para nada desproporcionado, es meramente descriptivo. Lo es particularmente porque existen aún muchos escépticos que consideran que China no es el gigante que los analistas afirman, diciendo que Estados Unidos se encuentra a años luz de ventaja en la carrera por el título de Primera Potencia Mundial.
Personalmente, soy de los que considera que es cuestión de tiempo (un par de décadas, a lo sumo) para que China se corone como la indiscutible potencia mundial por definición. Sin embargo, reconozco que los escépticos del fenómeno chino tienen bastante razón en algo: no todo es el PIB cuando de medir a una potencia mundial se trata.
El ejemplo claro es la comparación de los niveles de competitividad de los sectores privados de ambos países. En concreto podríamos hablar de las 100 empresas más valiosas del todo el mundo, de las cuales 56 son estadounidenses y tan solo 11 chinas. El dato anterior, sin embargo, es poco revelador, porque hemos de recordar que el caso de la economía china es sui géneris, puesto que se trata de una economía mixta en la que, si bien existe libre mercado, no deja de existir un gobierno de un Partido Único: el Partido Comunista Chino, que cuenta con sectores defensores férreos del modelo comunista.
Ahora bien, ¿cuál es la verdadera situación de las empresas chinas? La lógica del sector privado chino adoptó una doctrina promovida por sus principales protagonistas a mediados del siglo pasado: convertirse en la fábrica del mundo, producir todo y a bajo costo. China produce desde juguetes hasta vehículos automotores, buscando los menores costos de producción posibles y en cantidades ingentes.
No obstante, para que las empresas chinas logren dar el último empujón que se requiere para convertirse en la primera potencia mundial, tendrán que dejar de competir en términos de costos para iniciar la búsqueda del valor agregado. La producción de bienes de capital, aviones, equipos médicos, etcétera, son bienes complejos que el sector privado chino no produce porque su reputación a nivel mundial es la de la producción en cantidad, pero no en calidad. Ejemplo claro es la armadora de vehículos JAC, empresa china que trajo Slim a México y cuya calidad de armado y tecnología deja muchísimo que desear en comparación a sus competidores.
Los mercados complejos se concentran en Estados Unidos, Europa y Japón. Incluso aunque el iPhone sea armado en China y pueda argumentarse que su mano de obra tiene la capacidad para transitar a la producción de valor agregado, lo cierto es que la aportación china en la producción del iPhone se limita exclusivamente al ensamblado y no a la investigación o inventiva.
La pregunta que resulta de lo anterior es ¿tiene el sector privado chino la oportunidad de desarrollar su sector productivo? La respuesta es en definitiva sí. En los últimos diez años, las empresas chinas han realizado avances considerables en la producción de productos complejos, de tal suerte que para 2017 casi una cuarta parte de las exportaciones chinas será de bienes de capital, como máquinas o productos de alta tecnología. No solo eso, las empresas chinas están dando ya el salto al mercado internacional. En 2016 las empresas chinas se gastaron la increíble cantidad de 225,000 millones de dólares en comprar empresas extranjeras. Por ejemplificar, se sorprenderá el lector al saber que el Inter de Milán es nada más y nada menos que de dueños chinos.
¿Más pruebas para los escépticos? De acuerdo. La empresa de tecnología china Lenovo compró hace no muchos ayeres a la división de computación de IBM, el ícono americano de la computación, produciendo de una manera tal que al día de hoy Lenovo surte de tecnología, incluso al Pentágono. También tenemos a Geely, una empresa de automóviles de la que en menos de lo que imagina el lector estará escuchando mucho y que compró a Volvo, la mítica empresa sueca armadora de los vehículos más seguros del mundo.
No queda duda de que los chinos están en todos lados y que, a los que hoy nos tachan de ignorantes por ver la inminente llegada del gigante chino a todo el mundo, habrán de darnos la razón, porque ya lo decía Napoleón Bonaparte hace no pocos años: “cuando China despierte, el mundo temblará”.