Este año se estrenó la película estadounidense Ghost in the Shell dirigida por el inglés Rupert Sanders. Es una versión libre del anime homónimo de Mamoru Oshii; que a su vez es una adaptación al cine del manga escrito e ilustrado por Masamune Shirow. Aunque algunas versiones señalan que la película de Sanders tiene como base el manga; es evidente que se trata de una adaptación del anime de 1995. La propuesta visual y sonora es heredera directa de la estética de Oshii, y si bien la trama se teje -con permisividad excesiva- alrededor de elementos presentes en la edición impresa de 1989, la historia es una peculiar lectura del relato animado.
El personaje principal de la historia es la mayor Motoko Kusanagi. En la película estadounidense, Kusanagi es interpretada por Scarlett Johansson, conocida por ser una de las mujeres menos japonesas de la historia. Tal detalle no pasó inadvertido para casi todo el mundo. Y por supuesto, como vivimos en la era de la indignación, voces correspondientemente indignadas se alzaron en contra del “blanqueamiento” de una de las obras maestras de la nación del sol naciente.
Lo cierto es que los estadounidenses tienen una nada venerable tradición de trasladar el mundo a sus propios contextos y prejuicios. El insoportable señor Yunioshi, interpretado por uno de los hombres menos japoneses de la historia, Mickey Rooney, en Desayuno en Tiffany’s, es uno de los ejemplos más ilustrativos de la adaptación de un caracter a un prejuicio. Pero el procedimiento está bastante generalizado y no se limita al cine, ni a los estadounidenses. Jesús es quizá el caso más asombroso, pues habiendo nacido muy probablemente con rasgos de Medio Oriente, ha sido traducido a güero ojiazul incontables ocasiones por grandes pintores, impresores de calendarios y maestras de catecismo.
Si bien es cierto que muchos ejemplos de blanqueamiento son denunciables como racistas, o por lo menos despreciativos, las fronteras de tal pecado resultan en ocasiones difusas. Siguiendo con el diálogo Japón-EE.UU., a mí me resultaría muy difícil entender como ofensivo hacia Akira Kurosawa y Los siete samurais el western de John Sturges Los siete magníficos –aunque claro, siendo american, no podía quedarse con las ganas de caricaturizar, y México es quien sale raspado en ese caso–. Tampoco creo que el excelente filme Sin compasión, del peruano Francisco Lombardi, lastime en nada a la dostoyevskiana Crimen y castigo -la mejor novela de la historia-, incluso cuando el ruso Rodion Raskolnikov sea presentado como el limeño Ramón Romano.
Denunciada la falta de nitidez de la frontera entre adaptación y ofensa, vale la pena volver a Ghost in the Shell para señalar que en ese caso se está menos frente a un blanqueamiento que frente a una banalización rayana en lo espantoso. La película animada, hija directa del manga, tiene como temas centrales la conciencia, los límites de la personalidad, la idea del yo, y el papel de las tecnologías de la información y la manera en que los seres humanos interactuaremos con ellas, incluso físicamente. El punto de partida de Masamune Shirow para la creación de su universo ficticio es la especulación sobre la relación entre mente y cuerpo (ghost y shell), que toma del filósofo húngaro Arthur Koestler, con el que el manga y el anime “dialogan”. Además, los hechos se suceden en un contexto de cuestionamiento al modelo capitalista, al corporativismo y al papel de las agencias gubernamentales de seguridad; así como el multiculturalismo y la sobrepoblación.
Sanders y su equipo de guionistas han llegado, a partir de todo ello, a una conclusión simple y sencillamente fea: contemos una historia de ofensas y revancha, el individuo contra el mundo, honor y gloria, hagamos una mala Robocop. La historia se centra en el nebuloso origen y orfandad de la mayor Mira Killian (que es en realidad Motoko Kusanagi) y en la idea de que la gente mala debe ser castigada, pues no hay valor más importante que la justicia. Sobre la limitada percha argumental de toda la vida han cosido, con singular miopía, un traje de cyberpunk japonés made in USA.
El problema de la reciente Ghost in the Shell no es, por supuesto, Scarlett -cómo podría serlo, alguna vez, en cualquier caso, la boca se les haga chicharrón-; el problema de la reciente Ghost in the Shell es que deja claro que los Estados Unidos -e Inglaterra-, han optado por la perspectiva única. En lugar de interpretar, amoldan; llevan toda idea, cuestionamiento y reflexión a la cama de Procusto. Eligieron sus temas, y habrán de imponérselos a cuanta cultura, nación, ideología, pensamiento o persona se les ponga enfrente. El problema del cine y la cultura estadounidense actuales no es la ropa, sino la percha. Su idea del mundo es una mona, y la seda con que pretenden vestirla, es cada vez más transparente.
Sugerencias, comentarios, quejas, invitaciones a los tacos -ojo, que el Taco Tour se aproxima-: [email protected]