Si bien esta columna de corte electoral trata cotidianamente temas asociados a la política y, por supuesto, a cuestiones electorales, no puedo dejar pasar fechas importantes de sucesos ocurridos en la historia, con el afán de que quede un humilde testimonio y de que no se pierdan en el devenir de los tiempos esos sucesos que nos han forjado como patria y que, por encima de todo, nos han permitido la construcción del estado democrático en el que vivimos. Revisando el calendario, hoy conmemoramos el aniversario luctuoso del que, por lo menos para un servidor, es la figura más representativa en la historia del país.
Tratar de encuadrar la figura de José Vasconcelos en una sola actividad es imposible. Abogado por formación, político por convicción, Vasconcelos refleja al hombre renacentista en el mejor de los términos. Servidor público que lo mismo fue secretario de Educación que rector de la máxima casa de estudios del país. Con membresías vitalicias en la Academia Mexicana de la Lengua y en El Colegio Nacional, destacó además como escritor y filósofo. Si tuviéramos que reducir su palmarés en una sola palabra, me arriesgaría a proponer la de educador.
Oaxaqueño de nacimiento y de familia errante, sus primeros estudios los realiza en la franja fronteriza del norte de México y los concluirá en lugares tan distantes entre sí, en todo lo que ello significa, como Toluca y Campeche. Luego de su paso por la Escuela Nacional Preparatoria y las aulas universitarias de Jurisprudencia, es fundador y promotor del Ateneo de la Juventud Mexicana, convirtiéndose además en un feroz crítico del Ministro de Instrucción y Bellas Artes del presidente Porfirio Díaz, Don Justo Sierra, y las ideas científicas que profesaba al extremo, particularmente el positivismo y el determinismo.
No es tanto la crítica al sistema lo que posee valor por sí misma, sino la calidad de ésta de la que Vasconcelos es el representante modelo. Ante el anquilosamiento de las estructuras porfirianas, el Ateneo en voz de Vasconcelos y compañía, llama a que se dote a la educación de una nueva visión más acorde a los tiempos que discurren, alejada de las premisas decimonónicas. Proponiendo libertad en lugar del positivismo de Comte, tan de moda, y de paso, menos identidad afrancesada, en general, y más reafirmación de los valores latinoamericanos.
Vasconcelos transita justo en el ocaso del porfiriato y el inicio de una nueva evolución (es decir, una re-evolución) en el país y en el subcontinente, en aspectos de gobierno, pero también sociales, económicos e industriales. Como la lógica supone, se une al candidato Madero y su Partido Nacional Antirreeleccionista, y si bien se dice que es el creador del lema “Sufragio Efectivo, No Reelección”, en realidad este es más antiguo; el mérito de Vasconcelos es retomar esa frase de un antiguo plan: el Plan de la Noria. El mismo en el cual un jovencísimo General increpaba al entonces presidente Benito Juárez en su afán de permanecer en el poder. Ese joven General no era otro sino Porfirio Díaz.
Tras el fracaso maderista, Vasconcelos se exilia en los Estados Unidos en donde, ahora tras la causa carrancista, teje fino ante las potencias internacionales como embajador de hecho, tratando de que se desconozca al usurpador Huerta, lo cual consigue con éxito. Tras los primeros años convulsos, posteriores al levantamiento armado de 1910, será hasta el mandato delahuertista cuando se haga cargo del entonces Departamento Universitario y de Bellas Artes.
La transformación que opera Vasconcelos en el ámbito educativo, trasciende a la cultura y personalidad del mexicano del siglo XX. No solamente transformará la Universidad en Nacional, sino que entenderá que la Iberoamérica es una división artificial de una misma región, o si se quiere, un conjunto de regiones al amparo de una cultura colectiva, producto de una mezcla de iberos y prehispánicos, con más cuestiones en común que aquellas que pudieran separarla. En el escudo universitario, propuesta de Vasconcelos, sintetizan esa idea el ave bicéfala que nos muestra al águila mexicana y al cóndor andino que con sus alas arropan un mapa que va de Tijuana a Tierra de Fuego. Todo ello encima de los volcanes que, majestuosos, contemplan el lema “Por mi raza hablará el espíritu”, la raza quinta, la raza cósmica, esa en la cual se fundirán las dispersas y se consumará la unidad.
Esa revolución educativa comenzada en la Universidad, continuó en la Instrucción Pública, con un programa de acercamiento de los libros, promocionando la cultura y las artes entre los hijos de la revuelta, a través de los maestros rurales a quienes ungió como apóstoles de la educación, misioneros culturales, programa que, incluso, trascendió fronteras.
Santificado su propósito, pero hombre al fin, Vasconcelos no es ajeno a la realidad política, y con el capital que le brindaba su trayectoria, se postula a las elecciones presidenciales de 1929, perdiendo ante el candidato oficialista, lo que le obliga al retiro y le proporciona tiempo para construir su obra cumbre. El Ulises Criollo, autobiografía que retrata a un hombre sin ambages y congruente en el pensar, el decir y el actuar. Incluso en sus equivocaciones, Vasconcelos encuentra su humanidad imperfecta. Su grandeza, más allá del apostolado de la educación, radica en su valentía y su vocación mística. En él, como en pocos, se manifiesta la contradicción humana: es revolucionario y conservador, es mundano y religioso, apóstol y político.
Hoy hace 58 años que la presencia física de José Vasconcelos trascendió dimensiones. Importante es, pues, dejar constancia para posteriores generaciones de las relevantes aportaciones en la vida política y social de aquellos que nos antecedieron, quienes forjaron el México en que vivimos y que nos toca mejorar.
/LanderosIEE | @LanderosIEE