London calling to the faraway towns
Now war is declared and battle come down
London calling to the underworld
Come out of the cupboard, you boys and girls
London calling, now don’t look to us
Phony Beatlemania has bitten the dust
London calling, see we ain’t got no swing
‘Cept for the ring of that truncheon thing
The Clash
El dolor difícilmente se comparte. Sólo se expresa a los más cercanos, y que al contarlos sobran dedos de la mano. Así, los ingleses no suben imágenes ni comentarios en sus redes sociales. Porque claro, a los ingleses les duele, les molesta, les desagrada lo que están pasando. Pero nadie con afán de morbo podrá encontrar en ellos algo que les permita sacar conjeturas ni inventar rumores sobre lo que están viviendo. Porque en el fondo sólo lo saben ellos. Tampoco hay espacio para que alguien con afán protagónico pueda expresar algún grado de empatía hacia ellos. Todo lo que digan los otros, los anónimos, los de afuera, los que no están ahí, serán meras conjeturas. Los ingleses no quieren que estos momentos sean carnaza para beneficio de los otros, y menos de los terroristas.
Los últimos meses han sido difíciles para Inglaterra. Seguramente tan difíciles como hace ya doce años cuando en julio de 2005 cuatro bombas trastocaron la vida de los londinenses. Desde entonces los ingleses tuvieron que aprender a vivir en la zozobra intermitente pero nunca al grado de paralizarlos: los anuncios constantes en las estaciones del metro que solicitan a los usuarios reportar cualquier equipaje desatendido, la ausencia de botes de basura en las calles, o la constante presencia de la Policía Metropolitana en las estaciones de tren o metro son parte de su paisaje cotidiano. Si bien en Londres también se tuvieron los ataques del Ejército Republicano Irlandés, quizá ello también fue una experiencia de aprendizaje, sin embargo para los ingleses el terrorismo del Estado Islámico es otra realidad, pero una realidad de la cotidianidad que estos últimos días ha mostrado otra cara. No hay bombas, ahora son vehículos que sirven como al extensión del mismo cuerpo del terrorista, ya es una confrontación más directa, de cuerpo a cuerpo, a sangre fría en el espacio público entre individuos.
Adam Kuper en Cultura: la versión de los antropólogos cita a lo que refiere como un ensayo apocalíptico de Samuel Huntington. Éste afirmaba que “Las grandes divisiones de la humanidad y la fuente dominante de conflictos serán culturales”. Al elaborar esta tesis en un libro reciente, dice Kuper, Huntington defiende que podemos esperar un choque titánico de civilizaciones, cada una de las cuales representaría una identidad cultural primordial. Las “principales diferencias entre civilizaciones en cuanto al desarrollo económico y político se enraízan claramente en sus distintas culturas” y “la cultura y las identidades culturales (…) están modelando los patrones de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo posterior a la Guerra Fría (…). En este mundo nuevo, la política local es la política de la etnicidad, la política global es la política de las civilizaciones. El choque de civilizaciones reemplaza a la rivalidad entre las superpotencias”. Y es que sin ahondar mucho en la historia, los ataques terroristas provienen de consecuencias colonialistas de países como Inglaterra y Francia, y en tiempos modernos, mucho de los intereses de intervención de países como Estados Unidos. La división territorial que en su momento establecieron los países europeos no reconoció distinciones culturales ni étnicas, en una clara ignorancia y desinterés por el reconocimiento de la multiculturalidad de Medio Oriente.
Sembrar miedo, intimidar, invadir su vida social, su cotidianidad, su día a día, sus espacios de encuentro donde el sujeto busca ser libre y expresarse, y en donde no es posible tener la mínima sospecha que algo pueda ocurrir parecen ser los nuevos recursos que el terrorista islámico comienza a hacer uso. La proximidad se convierte en una nueva forma de generar miedo y de generar divisiones entre la humanidad.
Y es que las etnicidades, o mejor dicho, la convivencia entre ellas no están resueltas, y justo como lo vislumbra Huntington, su política global también encierra un constante choque entre civilizaciones. Sin embargo más que conceptualizar a la civilización como un estado global, esta se presenta en su referencia más sensible y vulnerable, en su propio individuo.
En México también hay terrorismo. Nuestro país se encuentra entre los cinco países con más índice de terrorismo en América Latina. Las condiciones de inseguridad, las desapariciones forzadas, la violencia de género, el ataque a periodistas buscan generar el miedo, la psicosis de los distintos grupos sociales y más en los vulnerables. Sin embargo en México los privilegiados no entran dentro de este último grupo. Por ello es difícil establecer un punto de comparación entre lo que sucede en México y Europa, aún así, la constante común es generar el miedo, violentar el espacio, atacar la cotidianidad. Y eso duele.
Ahora los ingleses entrarán en una lucha constante por recuperar su espacio íntimo, su espacio público, su espacio de convergencia de ellos mismos. Nosotros ya estamos en esa misma lucha. Difícil para unos como para lo otros y en esto no queda más que resolverlo.
El espíritu de los ingleses continúa, y hace referencia a nuevos sujetos que simbolizan la firmeza a la cual sujetarse, como quien aparece con su vaso de cerveza y que ahora se ha convertido en símbolo de unidad y fortaleza cultural. Seguramente más y más constantemente nuestras civilizaciones requerirán encontrar en cada fisura un elemento que cohesione su identidad y que fortaleza su resiliencia. Por eso no podemos ser ajenos a los que pasa allá, y menos a lo que pasa aquí. No es una cuestión de hablar de países desarrollados o en vías de desarrollo, de estructuras democráticas o antidemocráticas, esto es una cuestión de humanidad en toda la extensión de la palabra.