A final de la década de 1960 apareció en México la Carta Blanca Caguama. Si bien las cervezas mexicanas ya contaban con presentaciones “familiares” anteriores, la caguama fue un parteaguas, se erigió en referencia. A partir de entonces toda cervezota fue apellidada así. Como agradable corolario, además de popularizar los envases de litro, el nuevo nombre llevó a que muchos se enteraran de que existía una tortugota cuyo nombre era el origen de la nueva denominación cervecera.
La caguamanta es un excelente platillo de la gastronomía sonorense que curiosamente nació por cuestiones ecológicas y no gastronómicas. Resulta que el plato original era una sopa de tortuga caguama. Esa especie está en peligro de extinción, así que su caza se prohibió desde hace varios años. Los cocineros norteños prefirieron recurrir a su ingenio que indignarse o defender su causa apelando a la tradición, así que cambiaron el ingrediente principal por la mantarraya, que es mucho más barata y que tiene un bajo valor comercial -aunque, por supuesto, ahora también está en peligro de extinción, por razones ajenas a la alimentación, pero humanas también, como siempre-. En fin, la caguamanta es una sopa de tortuga que ya no contiene tortuga -y esperemos que pronto tampoco contenga mantarraya-.
En Inglaterra existe desde hace mucho tiempo una sopa de tortuga de mentis (mock turtle soup); es decir, como nuestra caguamanta, se trata de una sopa de tortuga que no contiene tortuga -de hecho, la base es ternera- . Nació como alternativa a la sopa de tortuga verde, que por supuesto está prohibida en muchos lugares porque, claro, esta especie también está en peligro. De hecho, la sopa de mentis es parte del recetario inglés tradicional a pesar de que al inicio fue creada como sustituto barato de un plato fino y costoso, que si bien se consume en muchos lugares del mundo, en Inglaterra cuenta ahora con menos adeptos que la “falsa” versión.
Lewis Carroll jugó con una linda propiedad de la lengua -a la que llamaremos “el alcance del adjetivo”-, para crear uno de los personajes que aparecen en Alicia en el País de las Maravillas. Los adjetivos, cuando se encuentran en frases complejas, corren el riesgo de ser malinterpretados en cuestiones de “hasta dónde llega su poder”. Veamos un ejemplo: si alguien emite la frase “ropa de niña china”, no faltará quien haga gala de su sagacidad para comentar: “ah, o sea que es ropa que sólo pueden usar niñas chinas”, cuando lo más probable es que quien haya emitido la frase se refiera a ropa infantil de origen chino -es decir, el poder de la palabra “china” alcanza a “ropa de niña” y no sólo a “niña”-. Bien, Carroll hace algo similar con la mock turtle soup, y propone que se trata de una sopa hecha de tortuga impostora y no una falsa sopa de tortuga. De ahí que Alicia encuentre en su camino a la Falsa Tortuga (o Tortuga de Mentis).
La Tortuga de Mentis, que antes fue real, aprendió muchas cosas con una gran maestra -que podría haber sido una caguama, por cierto-; así, la mejor pedagoga en el País de las Maravillas es una tortuga no falsa -por cierto, en la novela de Carroll, la tortuga maestra es una “tortoise”, palabra que en algunos dialectos se pronuncia igual que “taught us” (“nos enseñó”)-. Pero la Tortuga de Mentis no se queda atrás, pues en algún momento, haciendo gala de su capacidad de enseñanza, alecciona a Alicia acerca del baile de las langostas. De Mentis describe el algoritmo para realizar la danza de manera detallada y clara: remoción de medusas de la playa, formación en dos líneas, pasos que se realizan, cambio de langosta, lanzamiento de langosta, recuperación de langosta, etc.
A finales de la década de 1940, el neurofisiólogo William Grey Walter dedicaba algunas de sus horas a investigar un tema que ha cobrado auge en tiempos recientes, la inteligencia artificial. Como producto de tales reflexiones creó robots autónomos que tenían como objetivo principal demostrar que una pequeña red “neuronal” era capaz de generar comportamientos complejos y que esto dependía, sobre todo, de las conexiones entre las neuronas. Los robots, unos pequeños triciclos motorizados cubiertos con un domo transparente, eran capaces de moverse de manera independiente. Incluso podían detectar cuando su batería se agotaba y regresaban a una estación de recarga. Por su aspecto y porque su principal tarea era “enseñar” -sí, como la tortuga de Carroll-, Grey Walter apodó a sus robots “tortugas”.
Poco menos de veinte años después de la aparición de las tortugas robot, un equipo de investigadores creó un lenguaje de programación diseñado para enseñar a los niños precisamente cómo programar computadoras. Seymour Papert, en su bellísimo libro Mindstorms, propone incluso una nueva pedagogía que use como base el aprendizaje de la programación, y argumenta que al enseñar a los niños cómo enseñar a las computadoras a “pensar”, los niños aprenderán cómo aprenden y “piensan” las computadoras; y, como feliz consecuencia, aprenderán cómo aprenden y piensan ellos mismos. Si los niños comprenden sus propios procesos de pensamiento, un gigantesco paso para que aprendan a aprender se habrá conseguido.
“Logo” fue el nombre de aquel lenguaje didáctico. Su primera versión era básicamente “textual”, es decir que no tenía la orientación gráfica con la que al final se le identificó. No obstante, al poco tiempo, unas versiones después, Papert invitó a las tortugas a habitar Logo de manera que los niños experimentaran de manera física y cercana los movimientos y las instrucciones que daban a la computadora. Robots similares a los de Grey Walter habían sido equipados con una pluma, de manera que se los programaba para moverse por el piso, y al moverse dibujaban su recorrido -incluso se acuñó el término “turtle graphics”-. El salto a la virtualidad resultaba inevitable, y Logo adoptó una tortuguita digital capaz de recorrer la pantalla y dibujar en ella como lo hacían sus parientes mecánicas.
Hace unos días se celebró el décimo séptimo Día Mundial de las Tortugas. No se trata de una conmemoración oficial de ningún país, ni forma parte de las fechas consagradas en el calendario de la ONU; en realidad es una iniciativa privada (y una marca registrada) de la organización estadounidense American Tortoise Rescue. El objetivo principal de la celebración es promover el rescate y conservación de muchas especies de tortugas -pues muchas especies de tortugas están vías de desaparecer-.
De todas nuestras tortugas -las caguamas y tortugas verdes, las marinas, las reales; las cervezas por litro; las falsas de las sopas falsas; las protagonistas de los juegos de palabras; las sabias maestras de ficción; las robóticas independientes; las virtuales habitantes de la computadora y maestras de los niños-, hay unas que no podemos darnos el lujo de perder; sabemos bien cuáles son. Explotemos con alegría a todas las demás, ésas no se van a acabar. Feliz Día Mundial de la Tortuga.