Para Alejandro, por lo que hacemos y amamos
Hace doce años que llegué a Aguascalientes, la ciudad -cliché y verdad- era otra. Ni en hora pico uno tardaba más de veinte minutos en cruzarla de punta a punta en automóvil. No sólo no había un Starbucks, el pensamiento y el arte estaban ausentes de un lugar dedicado a la industria, uno en el que aún la gente cerraba sus negocios en la tarde para ir a comer a casa y tomar la siesta. Aguascalientes ha crecido, sí, pero su crecimiento es difícil representarlo a partir del tráfico y la demografía. Su principal cambio es cultural. Por una grieta imperceptible, y por goteo, la cultura ha empezado a filtrarse en el status quo. Es de agradecerse. Y la música local, quizá paradigmáticamente, representa mejor que otras cosas a nuestra nueva ciudad.
La primera canción que escuché de una banda local fue “Misterios luminosos”. Alguien –he olvidado quién- me dijo que Biztec era la banda de rock naciente que mejor representaba a la ciudad. Y quizá lo era. A veces con un sonido desgarbado, otras con ritmos coquetos, los acordes tanto sucios como melódicos de Biztec poblaban la escena musical hidrocálida. La historia es conocida mejor por otros. El Brixton y sus habituales tienen una historia que bien ha contado Juan Pablo Castañeda, vocalista y uno de los creadores de Biztec. Lo cierto es que su banda, como Agustín de Tagaste, ha vivido a caballo entre dos épocas: del rock son los últimos de nuestra ciudad vieja, los primeros de la ciudad nueva. Su siguiente disco saldrá en algunos meses, y seguramente representará idealmente el tránsito musical de Aguascalientes, en el que estará encarnada mejor que en las estadísticas del INEGI lo que hoy es el centro de México.
Hace algunas semanas Alejandro Vázquez, en la carretera (¿qué mejor lugar para escuchar la matemática del tiempo plasmada en acordes?), me presentó los nuevos sonidos hidrocálidos. Cuando escuché “Estar al frente” de Hombre árbol algo se sacudió en el pavimento. Post rock perfecto -“música hecha de matices” afirmó un querido amigo-, la música de Remi Barrios crea atmósferas inclasificables. Poesía son sus letras, y acompañadas por susurros de guitarra y batería, logran llevarnos a nuestra habitación, logran cerrarnos los ojos y hacernos recordar el sueño de la noche anterior. Hombre árbol es quizá la mejor banda que Aguascalientes puede mostrar al mundo, porque el cambio cultural de nuestra ciudad ha logrado ponernos a la altura.
El indie folk, ese género gitano y nómada, ha crecido en el centro geográfico de México. Caldo de cultivo para la belleza y el ritmo, en Aguascalientes la cadencia y neblina de los más sutiles gestos musicales han encontrado en José Octavio I y en Ciervo a sus máximos representantes. El EP del primero, “Inmensidad en el alma”, contiene cuatro canciones perfectas. Guiños tanto a Of Monsters and Men como a Sufjan Stevens se escuchan en sus cuatro canciones. Como “Día normal” es la perfecta canción para despertar, “Mujer de fe” es un himno a la madre. “Sencillo” es una pieza poderosa de indie rock, e “Inmensidad en el alma” es una oda anímica a la guitarra. El LP de José Octavio I lo espero con ansias, y su EP acompaña mis mañanas.
Ciervo será quizá nuestro máximo representante nacional, y no dudo que su disco se escuche en rincones insospechados del orbe. He escuchado versiones previas de la magnífica producción y sus canciones han sido inmunes a mi olvido recurrente e involuntario. Deberíamos, todas y todos, esperar con fanfarrias esta producción: su complejidad, variedad armónica, su capacidad para transitar con soltura los géneros, hacen de este chico el futuro del sonido local. Y será un gusto ya no hablar de Ciervo a partir de localidades: su calidad es exógena.
Escribo esto escuchando la música que reseño. La escucho con una sonrisa y un tic en mi pie izquierdo. La escucho feliz y orgulloso sin mérito alguno. Pero lectoras y lectores, ustedes pueden acompañar estos párrafos con un bellísimo soundtrack. Vayan al IMAC y pidan la compilación “Aguascalientes Ciudad del Rock”. Canten, muevan los pies, finjan que tocan la guitarra o la batería. Vale la pena y los hará sonreír. Nuestra ciudad tiene músicos serios y que aman su trabajo. A nosotras y nosotros sólo nos queda escucharlos y disfrutar. Porque, como a otro buen amigo le gusta recordar que dijo Nietzsche, quizá la vida sin música sería un error.
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