Enrique Peña Nieto dice ser víctima también de espionaje. Nadie le cree. Su estrategia de minimizar los actos de espionaje que el Estado realiza a periodistas, activistas, defensores sociales y organizaciones civiles no sólo es una ofensa para los mexicanos, sino también la forma más común de desestimar los agravios a las verdaderas víctimas. Ellos son víctimas y yo también, chantajea Peña Nieto. Todos somos víctimas. Desde luego nadie le cree.
Los grupos más vulnerables constantemente son atacados o pisoteados en sus derechos. Esto es algo que desafortunadamente es común en México. Nadie podrá negar que niños, ancianos, mujeres, homosexuales, migrantes, indígenas, son entre otros grupos los más vulnerables, y en donde el Estado no ha sabido actuar para garantizar sus derechos. En este tema podríamos extendernos ampliamente pero no en esta ocasión. Llama mi atención la actitud del presidente al querer situarse en un estado de vulnerabilidad y buscar un victimario que no existe, en quererlo hacer visible para nosotros. ¿Cómo cree, Sr. presidente, también a usted lo han espiado? Quizá era la pregunta que esperaba de nosotros, cargada de empatía y protección.
La victimización también es parte de nuestra cultura. “Se cae para que lo levanten”, dicen. Hay quienes incluso son capaces de nombrarse a sí mismos como víctimas de una situación, crear un rumor que no existe en donde se es víctima, sólo para apelar a la consideración del otro como carnaza para la santificación. Somos víctimas de la inseguridad e inconscientemente esperamos que el otro nos salve, somos víctimas del clima, de nuestros trabajos, de nuestros padres, de nuestras circunstancias, de nuestras decisiones, de nuestra falta de información. Pero somos víctimas, y a las víctimas no se les cuestiona. Asumimos la situación de víctima sin cuestionamientos para inmediatamente atribuirles una identidad. Y es que si bien son evidentes las condiciones de desigualdad, no podemos negar también la proliferación de la identidad víctima en nuestra sociedad.
Gudrun Dahl, en Sociology and Beyond: Agency, Victimisation and the Ethics of Writing, cita a Rebecca Stringer al afirmar que existen diferentes debates en torno al concepto de víctima “Ella (Rebecca) percibe que los primeros activistas en contra del abuso y que usaron el término víctima se preocuparon de que la victimización llegara a convertirse en una identidad performativa para los individuos presentándose a sí mismos como víctimas para los otros (… ) víctima no sólo connota a una persona que es herida sino a una persona que considera eso ser parte esencial de su personalidad y relaciones sociales”. Gudrun Dahl también afirma que una línea nueva de crítica hacia el discurso de la víctima se ha incrementado en su explotación en nuestros días por razones políticas y personales. Y afirma que a un nivel político aquellos que ganan el estatus de víctima quizá logren alcanzar una reubicación de la culpa y ganar autoridad moral e indemnización. Sin embargo, la realidad es que en la vida todo es política y la victimización se da en todos los espacios en donde los seres humanos se relacionen.
La victimización como forma de chantaje tampoco podemos negarla en la práctica, aunque en el discurso digamos que somos ejemplo de gallardía. Tal como lo afirma Rebecca Stringer la victimización también se ha vuelto una forma de identidad. La manera en que nos presentamos a los otros. Víctimas de nuestras circunstancias traspasamos nuestra situación al resto de nuestros entornos y lo volvemos la forma de representación ante los demás, y es que nadie cuestiona a la víctima, se vuelve una categoría en donde volcar nuestra mínima dosis de empatía.
La “identidad performativa” de la víctima como lo refiere Rebecca Stringer, también se manifiesta en forma de sacrificio, no sólo de carencia sino también de una situación de abuso autoimpuesto. Víctima es aquella que trabaja largas horas, que se queda en a oficina mientras el resto de sus compañeros realiza otras actividades, y mientras él o ella se sacrifican. Podemos ser víctimas de las cosas más inverosímiles, porque sabemos que en la calidad de víctima nadie dudara de nuestra palabra; entonces se convierte en una estrategia de manipulación “Ser víctima es, ante todo, una desgracia circunstancial por actos dañinos ajenos (…). No obstante, ser una víctima también puede percibirse y entenderse como, además de un accidente o circunstancia, un atributo; o mejor aún: no un accidente sino atributo, un rasgo, una peculiaridad que acompaña la definición de qué es ser una persona en sociedad, qué papel representar frente a los demás y frente a las instituciones sociales. Ser o sentirse víctima puede ser también, por consiguiente, una estrategia”.
Así, justo es la auto-victimización el sujeto se apropia de la estructura de víctima para asumir un protagonismo a su alrededor, aunque ese papel se fundamente desde la victimización utilizando como instrumentos el rumor, la mentira, lo que lo otros dicen, sin considerar la contribución del agraviado a su propia victimización, en donde se es capaz de crear un hecho antisocial que lo coloque en posición de víctima. Y más delicado aún, a sabiendas que por ejemplo el rumor es mentira. Porque siempre, la primera mentira vivirá más tiempo como verdad, y porque no somos capaces de cuestionar al otro, y menos si es cercano a nosotros. Porque cuando el otro habla de mi también sufro y me victimizo.
La cultura de la inmediatez también desempeña un papel importante en la narrativa social de la auto-victimización. Los medios masivos de comunicación, y hoy en día, con más velocidad las redes sociales, son los instrumentos más fáciles para la supuesta víctima. Subir una fotografía a las redes sociales donde se ponga en evidencia nuestra carga de trabajo excesiva, los riesgos que corremos en nuestra seguridad por desempeñar nuestras funciones, los agravios sufridos por las malas políticas de movilidad, etc., se entiende no sólo como denuncia sino también como formas de poder de la auto-victimización en relación a su entorno personal y social: “Se es víctima profesionalizada cuando los sujetos prefieren el papel de víctimas al de no-víctimas y, en consecuencia, participan activamente con los medios de comunicación de masas, especialmente en la televisión, para denunciar y divulgar los agravios sufridos, mientras tanto, en espectáculo mediático”. Así en las nuevas formas de comunicación como redes sociales es parte de la estructura de la auto-victimización. No cuestionamos la narrativa, la estructura, las palabras, el origen. No buscamos la coherencia y asumimos el discurso de la incongruencia porque pensamos que debemos atender el sufrimiento de los otros, manifestar nuestros niveles de empatía, aquello que nos muestra como humanos en un estado de supra-protección que nutre la identidad en una contexto de víctima Y es que “la persona que se victimiza se ubica en un espacio imaginario que le confiere automáticamente “la razón” y las consideraciones incondicionales de otras personas”.
Así, la próxima vez que vuelva Enrique Peña Nieto a decir que es víctima, no le crea. Cuestione desde dónde vierte su discurso, qué intenciones tiene y qué beneficios quiere obtener de usted. Recuerde que la cultura de la victimización es tan sutil que quizá también usted ya sea víctima de la victimización de con quien usted está hablando.