Hipotéticamente, si uno tuviese que poner la vida en la línea entorno a un conflicto acerca de nada en particular, tendría sentido asegurarse de antemano que se encuentra uno en el bando con la mejor chance de ganar. Es claro que se necesita de un idiota para tomar un riesgo mayor cuando la recompensa es risible, y más aún, que se necesitaría de un fanático para optar por una tragedia segura cuando los beneficios son claramente incobrables.
Suponga usted que en pleno jolgorio le prometen a usted 37 cervezas a cambio de ser el o la honorable mártir que salga al trote por los cigarros en un día donde el termómetro alcanza los 40 grados a la sombra. Si las cervezas estuviesen allí, donde se encuentra usted, con las amistades, entonces la recompensa parecería ser razonablemente seria. Bastaría analizar brevemente con la mirada a la pila de cervezas y el tono de voz empleado al describir la propuesta para saber si quienes le prometen tal trueque tienen la capacidad de pago y la seriedad del asunto. La evaluación es relativamente simple. ¿Vale la promesa de 37 cervezas perder el hilo de la conversación, caminar en el sol durante unos minutos, lidiar con el tendero o tendera y de vuelta?
Este no es el caso con las proposiciones inmateriales, e inhumanamente crueles -me permito agregar- que algunos se atreven a realizar. De estas propuestas hay varias y las hacen personas varias también. Algunos van con trapos en la cabeza y otros visten toga pero del carácter de los susodichos y de la naturaleza de lo que prometen no me atrevo a decir nada por tratarse de una creencia de un tipo tan particular que no es bien visto ni recomendable hablar en público.
Bienaventurado o mártir, como sea, a mi parecer el asunto tiene todo el tinte de uno de esos esquemas piramidales donde uno termina vendiendo algo que ni le gusta o no entiende. Supongo que si le dan a uno la oportunidad de elegir entre lo que ya tiene a tiro de piedra, la gozadera aquí y ahora y los beneficios futuros de algo que “nomás no queda claro” cómo se podría llegar a cobrar más valdría ignorar la catafixia. Pongámoslo de otra manera, no es falta de fe sino una dosis casi antisocial de perspicacia. Es una combinación de un perturbante uso de la razón y unas ganas desquiciadas de no pasar por idiota.
El punto medio, digamos entre ser un inmundo pagano y aquellos que creen que en efecto podrán disponer de las 37 cervezas es necesario. Afortunadamente la mayoría de la gente vive en este razonable mezzanine. Cabe decir que la secularización, o en este ejemplo, la pérdida de confianza en la promesa de las 37 cervezas también tiene efectos indeseables. Remover cualquier rastro de tal promesa (seguimos hablando de cerveza) es tal vez un error fatal. No es condescendencia, es una postura que procura entender el asunto con cierta empatía y a la que debemos atención por tratarse de un asunto público. Alguien tiene que ir por los cigarros y no todos tienen la convicción, la entereza o las ganas de fumar como para hacerlo sin algún otro incentivo.
@JOSE_S1ERRA