¿En algún momento la crítica está fuera de lugar? Casi nunca. La crítica, realizada a partir de la escucha o la lectura caritativa, no suele estar fuera de sitio. Al menos, cuesta trabajo imaginar un contexto relevante y genuino en que la crítica pudiera excluirse cuando lo que se busca es el conocimiento. Si es la verdad lo que está en juego y la crítica promueve la exclusión de falsedades, la crítica en momentos en que la verdad está en juego no puede estar fuera de lugar. Cuesta también trabajo excluirla por cuestiones morales: si el bien moral está en juego, el objetivo del progreso moral es la consecución de bienes morales y la crítica es una de las condiciones de posibilidad del progreso moral, la crítica en cuestiones morales no puede estar fuera de lugar. Restan contextos al menos pragmáticos y estéticos. Alguna o alguno podría afirmar que en ciertas circunstancias nuestras metas se logran de mejor manera en ausencia de la crítica. Lo difícil es pensar un contexto en el que nuestras metas puedan conseguirse ignorando la verdad. Si nuestra meta -perdonen el rudimentario ejemplo- es comprar la mejor tostadora en el supermercado, para conseguir dicha meta debemos saber cuál es verdaderamente la mejor tostadora (al menos cuáles no lo son y por qué no lo son). Así, la verdad no es ajena a cuestiones pragmáticas, y si no lo es, al ser la crítica promotora de la exclusión de falsedades, tampoco podemos excluirla por cuestiones pragmáticas. En cuestiones estéticas -nada raro- el agua se enturbia. La simplona reseña, el sencillo juicio de gusto y la descalificación no argumentativa ciertamente pueden estorbarnos frente a la apreciación de los artefactos estéticos. No obstante, no es ésa el tipo de crítica que tengo en mente. La lectura atenta, la apreciación profunda pueden abrirnos un camino novedoso para apreciar con nuevos ojos una novela, un ensayo, un cuadro, una instalación, un poemario… La buena crítica abre puertas a la percepción, no cierra las ventanas que la crítica descuidada cierra para viciar el aire.
Un querido maestro -con el que no solía estar de acuerdo casi en ningún tema- pensaba que debíamos anteponer el asombro al escepticismo de la crítica. Carlos Llano, intelectual católico, no era ajeno al Nisi credideritis, non intelligetis (“Si no crees, no comprenderás”) del libro de Isaías. Para el creyente –siempre en los confines privados de su fe religiosa- la verdad está dada. Lo que hace falta es racionalizar o explicar lo que ya se sabe verdadero. No obstante, en la vida pública la verdad nunca está dada ni debe darse nada por supuesto. En este contexto, la crítica cumple una función insustituible: nos apoya a minimizar nuestras creencias falsas. En la vida pública todas las creencias y opiniones están al mismo nivel: todas merecen el mismo respeto y ninguna es inmune a la crítica.
¿Podemos en ciertos momentos desestimar la crítica? Pocas veces significativas. Por mi parte, pienso que existe al menos un caso en el que podemos ignorarla: no es elegante -piensa Aristóteles y lo suscribo- discutir con los necios. Con aquellos que a toda costa quieren tener razón, y con aquellos a los que la razón no les importa, por igual debemos evadirlos. Sin embargo, frente a la crítica elegante, aquella que tiene a la verdad, al bien, al éxito de nuestras metas o a la apreciación estética profunda en la mira no podemos darle la espalda. La buena crítica es siempre un apoyo, nunca un estorbo.
¿Es preferible el elogio a la crítica? No, por lo general. La crítica, y la crítica paradigmáticamente, genera el autodistanciamiento necesario para progresar intelectual y moralmente. La crítica es indispensable, no así el elogio. ¿Le hace falta a nuestra sociedad espíritu crítico? Sí, y mucho.
No obstante, Daniel Dennett ha formulado cuatro simples reglas que pocas veces tenemos en cuenta cuando realizamos crítica. Estoy convencido que, así como nos falta espíritu crítico, nos hace falta en igual medida mejorar la manera en el que realizamos la crítica. En Aguascalientes somos particularmente deficientes en las primeras tres reglas:
- Debe tratar de expresar nuevamente la posición de su adversario de forma tan clara, vívida y justa que éste diga: “Gracias, me gustaría haber pensado en expresarlo de esa manera”.
- Debe enumerar cualquier punto de acuerdo con su adversario (especialmente si no son asuntos de acuerdo general o generalizado).
- Debe mencionar cualquier cuestión de la que haya aprendido algo de su adversario.
- Sólo entonces, después de cumplir las primeras tres reglas, le está permitido ejercer la refutación o la crítica.
Si la crítica es un bien social indispensable, debemos aprender a ejercerla con justicia y honestidad. Las emociones turbadas y la personalización en las discusiones son caldo de cultivo para las falacias y los engañosos atajos cognitivos. El pensamiento sesgado y los ataques irrelevantes florecen cuando no tenemos en cuenta estas simples reglas.
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