Como en ‘Hijos de un dios menor’,
traté de hacerle entender a un policía
-A la estatua de la Libertad ¿me dice usted cómo se va, su señoría?
Y al adoptar la posición de ese monumento en cuestión,
se pensó que era un comunista buscando follón, y lo tuve…
No hay marcha en Nueva York – Mecano.
El pasado viernes 26 de mayo, en la emisión en vivo del programa radiofónico Algo que decir, programa de La Jornada Aguascalientes que se transmite semanalmente por XEUAA 94.5 de FM, Edilberto Aldán y yo charlábamos sobre AMLO y su postura dogmática ante periodistas que -incluso- lo han apoyado abiertamente. De manera concreta, hablamos sobre las fricciones que tuvo durante la semana pasada con José Cárdenas y Carmen Aristegui luego de que éstos le cuestionaran a AMLO sobre la honorabilidad de sus operadores y de su movimiento, a raíz de los videos en los que morenitas reciben dinero fuera de la fiscalización legal de los partidos.
Durante la emisión, que se desarrolló en vivo, hubo algunas llamadas de amables radioescuchas que pretendían o defender a AMLO o cuestionarnos por “atacarlo”. Celebro y agradezco esos intentos de diálogo. La última de las llamadas era para preguntar algo más o menos así: Si para nosotros AMLO no era un ejemplo de político ideal ¿Quién sí lo sería? Bien, en esta columna intento dar respuesta a esa pregunta. Lamento que sólo dé para tan poca extensión de texto.
Conocí al ingeniero Heberto Castillo hacia 1994 o 1996. Al final de un mitin aquí en la ciudad, pude saludarlo. Su trato amable era sólo la más menuda de sus virtudes: ingeniero con una carrera llena de inventiva, publicó textos académicos y formó generaciones en su labor docente. Fue, además, preso político en Lecumberri luego del movimiento estudiantil de 1968. Luchó por la democracia desde una verdadera visión de izquierda. Declinó su candidatura por la presidencia de la República en 1988 a favor del movimiento de Cuauhtémoc Cárdenas (que más tarde sería el PRD). A partir de ahí, se consolidó su imagen como un actor político congruente, visionario, pero -sobre todo- limpio. En 1997 pudo ser presidente del PRD, pero esa elección la ganó AMLO. Murió en 1997 y dejó un legado de probidad, congruencia, e ideología, indispensables para la izquierda nacional.
Conocí a Gilberto Rincón Gallardo en el año 2000. Era la elección presidencial que amenazaba la permanencia del PRI en el poder. Entonces yo era estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública y estaba afiliado a la Asociación Nacional de Estudiantes de mi gremio, para la cual fungía como enlace regional. Desde entonces -y hasta ahora- la UAA ha sido un espacio cerrado para el debate electoral con candidatos, así que los de la Asociación resolvimos hacer foros fuera de la universidad. El primero en responder fue Rincón Gallardo. Nos ofreció una charla en el Museo Regional de Historia y luego pude beber café con él en el Sanborns del centro. Su inteligencia proverbial se correspondía con sus buenas maneras y con su visión clara de inclusión, diversidad y equidad. Por eso fue incluido en el gabinete de Fox, lo que algunos melindrosos vieron como una traición a la “izquierda”. Rincón Gallardo también fue preso por sus ideales políticos y logró sembrar en el país una modernización de la izquierda hacia la socialdemocracia. Su muerte supuso una pérdida histórica para el desarrollo político e ideológico del país.
Conocí a Andrés Manuel López Obrador en una rueda de prensa en 2006, durante su campaña por la presidencia de la República. En ese entonces yo me desempeñaba como jefe de Información de Radio Universidad, y en ese carácter le pregunté por qué si repudiaba tanto a Salinas, se rodeaba de tantos salinistas, y puse el ejemplo concreto de Manuel Camacho. AMLO se molestó visiblemente y en un dejo de soberbia mandó mi pregunta al caño con prepotencia. Al final de la rueda de prensa, ya en corto, le pregunté por qué no contestó y masculló cosas ininteligibles para salir con paso apurado.
AMLO no tiene ni el bagaje, ni la congruencia, ni la trayectoria, ni la vocación de izquierda socialdemócrata, ni la claridad ideológica de Heberto Castillo, ni de Gilberto Rincón Gallardo. Así respondo la pregunta que me hicieran en el programa de radio, con el lamento de que no pudieran ser más los políticos ideales que me tocó conocer. Espero, por el bien del país, que no sean los únicos y que -de haberlos- tenga la fortuna de poderlos conocer.
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