Tenemos que hablar del culto / Economía de palabras - LJA Aguascalientes
22/11/2024

A propósito del radicalismo religioso.

La vida pública debe ser laica, no solo por practicidad sino como forma de garantizar la libertad religiosa en la vida privada. Los franceses tal vez como ningún otro pueblo de occidente han abordado el asunto con ahínco. La pregunta que resume casi todo debate alrededor suele ser planteada, tanto por la izquierda como la derecha, en torno al uso de la burka.

Si pueden o no, si deben o no, si es publicamente aceptable o no, suelen ser los planteamientos desde la izquierda. Demostrar cómo es que resulta inaceptable y hasta indeseable -escondiendo la intención de extender ambos calificativos al propio islam- suele ser el argumento de batalla de la derecha.

Una de las posturas, claramente xenófoba y sustentada en una suerte de recriminación generalizante es claramente una idiotez, mientras la otra es un despropósito ridículo y un gran ejemplo del relativismo moralino de la izquierda en algunas partes del mundo.

Una pregunta que si me parece adecuada, y tal vez una de las pocas aceptables, tiene poco que ver con lo adecuado o lo aceptable (moralmente) y más con cuál planteamiento está en línea con los intereses públicos. Después de todo el aceptar que se vive en una sociedad laica implica cuestionarse cuáles actos constituyen o forman parte de un culto y cómo es que estos pueden afectar la dinámica social siendo esto último lo más importante.

Si no genera problema alguno entonces termina por ser un problema inexistente, una nota al pie, como aquellas las iglesias -de la acepción de recinto- que se transforman en bares, bibliotecas u otros en algunas partes de europa.

Hay países donde lo laico es un pretexto para que algunos cultos puedan flexionar su músculo político sin el bochorno histórico que representaría aceptar que existe una religión oficial. Mientras que hay países con una religión oficial más por una costumbre y hasta con fines estéticos que por convicción.

Algunos Estados -un poco menos propensos al montaje escénico de la vida pública que el nuestro- no ven la necesidad de montar tal charada. Tal es el caso de Islandia, Dinamarca o el Reino Unido, por nombrar algunos, donde no hay mayor empacho en celebrar una relación oficial con sus respectivos cultos. En Francia, sin embargo, hogar de la libertad, la fraternidad y la igualdad, no solamente hay tal empacho, sino que lo llevan un paso más allá al perseguir con claridad la laicidad de lo público y en ello debo decir que encuentro virtud.

Se es laico o no se es. La vida pública no puede ser ambivalente en este sentido. O se encomienda el país entero a la voluntad de una entidad divina o no se hace. Con esas cosas no se juega ni me gustaría que se jugara, es un asunto serio, pues. Supongo que a Dios -o a los, si son muchos- le ha de resultar profundamente molesta la zozobra que genera no saber si se tiene o no un embajador único con la cabeza de “x” o “y” Estado.


Si no nos gusta el culto, o por hacerle al culto rechazamos la idea de un debate serio al respecto no somos muy diferentes a aquel Estado teocrático que tal vez por miedo o convicción decide por la “segura” en la apuesta de Pascal. Si en Francia el debate aún es acalorado en otras latitudes más calientes el asunto lamentablemente es más bien un tema acalambrado.
@JOSE_S1ERRA


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