I never wanted
To write these words down for you
With the pages of phrases
Of things we’ll never do
So I blow out the candle, and
I put you to bed
Since you can’t say to me
Now how the dogs broke your bone
There’s just one thing left to be said
Say hello to heaven
Say hello 2 heaven, Chris Cornell
En estos tiempos, todavía me doy cuenta cómo a algunos hombres les encanta desacreditar las opiniones y gustos de las mujeres en todos los ámbitos y a todas las edades, porque o estamos chiquitas o es cosa de hombres. De esos algunos, unos son más conscientes que otros pero tienen el común denominador de hacerlo primero sin sustento, sin permitirse saber de nosotras, nomás porque sí, pues. Hace meses me quejé de esto porque varios amigos no confiaban en lo que yo tenía que decir sobre música. Y no es que a toda la gente le tenga que gustar mi ruido, como dice mi madre (bájale a tu ruidazo, Tania), o que tengan que estar de acuerdo conmigo, pero más de una vez fue evidente que no tenían la más mínima intención de atender lo que yo decía. Ejemplos, mil.
Como cuando le pedí a mi ex que escuchara a Them Crooked Vultures y su respuesta fue un largo silencio, seguido de luego los escucho y te digo si es cierto que son muy chingones y tienes razón, pero mejor escucha a HIM para que conozcas buena música. Un inocente pobre amigo se enorgulleció de mí porque me gusta Slayer, pensé que te gustaba Juanga, me dijo, y pensó bien. Otro quería que esta evil woman, le demostrara que sé algo de Black Sabbath tan solo para evaluarme. De seguro no conoces a Tad, me dijo alguno. ¿A poco te gusta Blur?, entonces, de cuál rola es esto que pinté en el baño de mi bar, a ver si es cierto que sabes. He ahí el detalle.
La más reciente prueba de conocimiento musical me la aplicaron ahora que murió Chris Cornell. Si de seguro nomás le lloras porque estaba guapo, dijeron, y ahí me cayó el veinte: para estos hombres, las mujeres somos todavía en el 2017 una especie de Nancy Spungen: somos las groupies que gritan, alaban, idolatran, buscan, las que están tras bambalinas listas para coger, y cuando nos va bien, fuente de inspiración y musas de los músicos, pero nunca como ellos, los que saben y se documentan y se apasionan, los que tocan un instrumento, los que crean. No es que quiera competir con ellos, nunca he tenido la necesidad de ver quién la tiene más grande, eso es cosa de hombres, pero todos esos comentarios me hacen pensar que como en muchos otros temas, ellos creen que son los emisores culturales y que todo lo que salga de los labios de una mujer tiene que pasar por su aprobación. Porque mientras ante la negativa de mi respuesta la pregunta sigue siendo ¡¿en serio no los conoces?!, cuando se trata de los amigos, entre ellos la respuesta es ten, compa, camarada, llévate este disco y luego me lo regresas.
Lo sé, lo sé, las mujeres ya entramos a todos los terrenos musicales también, los más enraizados están comandados, para mí, por Nina Simone y Aretha Franklin, aunque seguimos siendo las coristas por antonomasia mientras son ellos los frontman la mayoría de las veces; y mientras hombres y mujeres nos dividimos el pop, el rock en todas sus variantes sigue siendo por completo de un discurso masculino. Ahí están y estuvieron Deborah Harry, Angela Gossow, Patti Smith, Shirley Manson, Janis Joplin, las más talentosas frente a un grupo de hombres, como Rita Guerrero o Sara Valenzuela en México, o las que conformaron sus grupos con solo chicas, pero productores y colaboradores son todos hombres, como Las ultrasónicas o Le Butcherettes, y más nombres femeninos que no se comparan con la lista de los varones en el rock. Está sobrado hablar de la calidad musical de todas ellas. (Recomendación no pedida: Sirenas al ataque: historia de las mujeres rockeras mexicanas, de otra rockera, Tere Estrada.)
En esta forma de identificarse y socializar no importa cuántos tatuajes o piercing tengamos, si sabemos o no de música, si vestimos de negro o a colores, nuestra identidad femenina limita la percepción que el otro tiene de nosotras para infundir respeto o incluso influir en reconocernos como sabedoras de lo que hablamos. Pero así en todos lados. Y lo mejor es que poco a poco deja de importarnos su opinión aunque no por eso minimizo el coraje que se siente cuando tratan de aleccionarnos, de hacernos sentir estúpidas o insignificantes. Porque tampoco me olvido las muchas veces que puse cara de ah, no mames, se escucha bien perrón eso, todo con tal de ser condescendiente y no arruinarles a los chicos su instrucción musical. Ya no. Afortunadamente ya pasaron esos días y me viene valiendo qué les gusta, o si se escandalizan porque escucho a mi Juanga o a Rockdrigo González.
A Chris Cornell lo conocí en 1994 cuando la primera noticia del grunge la tuve con el suicidio de Kurt Cobain. Baterista, guitarrista, compositor, poseedor de la voz de mi generación, la X (aunque a veces parecemos millennials), formó bandas, las desintegró, se cortó el pelo, cantó solo y acompañado, compuso una de mis canciones favoritas, My wave, que me trae un puñado de recuerdos, se juntó con los ex Rage Against the Machine, fue compañero e influencia del movimiento junto con Candlebox, Sonic Youth, Tad, Melvins, Mother Love Bone y Pearl Jam. Le lloro porque la música forma parte de mi vida. ¿Que no sé bien de todo esto? ¿Que me faltó mencionar a Dinosaur Jr.? No importa, siempre quiero aprender más, siempre acepto recomendaciones de buena fe, porque también me gusta seguir conociendo o poder decir que no me gusta la chingadera que me recomendaron, como HIM.
Este que pareciera ser un gusto muy personal, que no se puede compartir en un espacio feminista, lo llevo hasta aquí porque también es muy feminista una mujer hablando de lo que le gusta porque puede y quiere hacerlo. Esa es la esencia del rock, la rebeldía. Y se aguantan.
@negramagallanes