Así como descubrí la posibilidad de escribir la columna en mi celular, mientras paseo al perro, me envalentoné de nuevo y ahora exploro un nuevo camino; mientras escribo esto, transmito el proceso de escritura en mi cuenta de twitch en la categoría de creativos. Todavía estoy tratando de comprender qué puede haber de creativo, iluminador o siquiera entretenido en un hombre sentado frente a la pantalla, dándole de sablazos al teclado, como si fuese comercial de Televisa (¡Es que, carajo, yo sí soy real!).
Twitch, un servicio de transmisión de video comúnmente utilizado para videojuegos, también permite un lado oscuro como los canales creativos (ah, ni tan oscuro, uno puede encontrar momentos felices, por ejemplo, la vida completa de Bob Ross). En estos canales encontrarás a cientos, o quizás miles, de diseñadores, pintores y músicos trabajando para los mirones del internet (trabajar es un decir, en realidad es la búsqueda perpetua de la felicidad en el ocio compartido). También, según como leí ayer en su lista de lo que está permitido y de lo que no en los canales creativos (aunque los criterios son amplios), puedes tener un programa de escritura creativa.
Apuesto a que uno de los grandes momentos de esta transmisión, es cuando me quedo silencioso, miro hacia la ventana y pienso qué riel, de mi tren de pensamientos, escoger para continuar con esta columna. De algún modo, como si esto fuera un comercial de televisión, pienso que la transmisión de la escritura es una farsa o, mejor dicho, el recurso perfecto para un simulador, un charlatán. Imagino un programa de Netflix: el acercamiento de cámara a unas manos hermosas que llenan el papel en blanco de una caligrafía antigua, bellísima e incomprensible, once horas de video continuo. Así como un taller literario puede comenzar con las buenas intenciones de algún adorable charlatán, un canal de escritura creativa puede tornarse en una colección de fotografías inspiradoras pero, siendo sinceros, sólo están bien maquilladas: “mira a ese menso, está mirando al horizonte, quiere decir que está rumiando sus compulsiones, las complicaciones de su vida, la muerte de su perrito o súbitamente lo conmovió la cita precisa de aquel libro”.
Pero, si tomáramos esta posibilidad en serio, ¿qué se podría aprender de un autor consagrado en una transmisión? Cuando veo los videos de escritores célebres, más muertos que vivos, en YouTube, pienso que lo más valioso es escucharlos. No aprendes nada, pero es placentero. Por lo general los ves en entrevistas y gracias al arte de la conversación, el placer deriva de escuchar las respuestas de la gente que vive del lenguaje. Momentos donde un mundo interior se traduce y es expulsado. Asomarse por la rendija para entender el mundo ajeno. Escuchamos a Rulfo hablar de amplios horizontes y de tierras áridas, o escuchamos a Nabokov hablando de Lolita, la niña, la pequeñísima niña muy distinta a los afiches de mujeres hipersexualizadas. ¿Pero qué nos enseñan estas conversaciones acerca de la escritura? Insisto que nada. El espectador se inventa un modelo de vida a seguir, pero no necesariamente el camino para ser ese escritor. Supongo que la enseñanza de la escritura, y lo que demuestran estos programas, es el control definitivo de un espíritu sobre el ocio y el arte. La vida consumada en libros.
La alternativa sería armar un taller, pero la enseñanza de las fórmulas literarias tiene su límite. Puedes aprender qué partes tiene una historia, pero la narrativa es una conversación que se aprende con la práctica. No le vas a decir a tu cuate: “Te voy a contar un cuento, este es el inicio pero prepárate porque viene rapidito el nudo, ¿eh?”. Sin embargo, no está de más, las fórmulas tienen su utilidad. Depende de la cabeza que las procese. Algunas veces, mientras yo escribo, recuerdo mi breve etapa como estudiante de sistemas. Hay mundos literarios que están llenos de variantes y condicionales. Allá voy otra vez con la teoría de la simulación, pero, si es cierto que somos una simulación bestial, no me parecería extraña la relación de la literatura con los algoritmos y las variantes de vida. Científicos loquitos constantemente investigan la relación de las palabras y los sentimientos con literaturas de la época. La obsesión de cuantificar los libros y asociarlos con ciertos términos para tratar de comprendernos mejor. If, then, else.
Lo que aprendías de pintar con Bob Ross, era el placer de ver a Bob Ross musitando pequeñas verdades, guijarros sentimentales, mientras pintaba. El espectador se apropia del personaje, lo implementa adentro de su vida, y así como es capaz de imaginarse siendo un héroe entonces también puede disfrazarse de Bob Ross, en el estudio, pintando para miles de personas esos arbustos felices y esas nubes atormentadas de una tristeza interior cuyos límites sólo podemos imaginar.