“En México es más peligroso investigar un crimen que cometerlo.”
John Gibler
Para nadie es un secreto ya que nuestro país vive una crisis social de enormes dimensiones, pues se encuentra en los primeros lugares del mundo cuando se habla de violencia (sin guerra), del peligro para ejercer libremente el periodismo, o bien cuando se trata de contar el número de muertes violentas entre jóvenes y adultos, las desapariciones forzadas, la homofobia o los feminicidios. Mientras, al Estado nadie lo ve, porque si alguna vez estuvo, dejó de existir como entidad política legítima investida con el monopolio de la violencia al servicio del interés público. Pero queda evidente en ese gran vacío, la maraña de intereses que han llevado a unas “élites” tan ineptas como voraces, corruptas e impunes, a destruir hasta ahora casi todas las instituciones de La República (Meyer, Lorenzo, Reforma, 18 de mayo de 2017).
Así que en el contexto de la categoría ya ganada a pulso como uno de los países más violentos del mundo, donde solo en el sexenio pasado se reconocieron oficialmente 121 mil muertos y casi 97 mil en lo que va del actual (Semanario Zeta); de 2000 a la fecha 106 periodistas han sido asesinados en México, y de 2003 a la fecha, 24 periodistas han sido desaparecidos.
Durante 2016, la Organización Article 19 registró 426 agresiones contra periodistas, de manera que se trata del año más violento en México. Y las agresiones continúan en aumento en 2017, esta vez con un 7% más respecto de 2015, cuando se documentaron 397.
El gobierno no ha encontrado la solución a la violencia, y al contrario, ha permitido que las condiciones para ejercer el periodismo se vulneren aún más. Su inacción deja que la impunidad prevalezca en el 99.7% de los casos. El mensaje es claro: ante casi el 100% de impunidad y sin justicia, el periodismo en México es blanco fácil de sus agresores. En este grave contexto han ocurrido recientemente las cobardes ejecuciones de Miroslava Breach en Chihuahua y de Javier Valdez en Sinaloa. Ambos corresponsales de La Jornada en sus respectivos estados.
Esta situación es todavía más preocupante cuando el 53% de las agresiones contra periodistas en 2016 fueron cometidas por funcionarios públicos de distintos niveles de gobierno. Incluyendo 2 ejecuciones extrajudiciales.
El documento Libertades en Resistencia de la citada organización Article 19, también examina los diferentes entornos en los que se ataca a la prensa. Por ejemplo, en 2016 se registraron 72 agresiones contra periodistas en internet, entre ellas un caso de espionaje digital. En contexto de protesta, se registraron 56 agresiones, incluyendo un asesinato de un periodista. Destaca el aumento de agresiones contra mujeres periodistas, que de 2015 a 2016 incrementó 15%, con 96 casos (14 de ellos con componente de género).
Sin embargo, la prensa libre no es el único sector de la sociedad que padece el deterioro del ejercicio de la libertad de expresión e información. Dicho informe relata la censura gubernamental del pasado en el Archivo General de la Nación (AGN) y la discriminación que ejercen los gobiernos locales, en particular en Chiapas, a las mujeres y los hombres indígenas que exigen la garantía de sus derechos por medio del acceso a la información pública.
Javier Valdez, (Culiacán, Sinaloa, 1967-2017) vivió, estudió y trabajó en su natal estado la mayor parte de su vida, y como a muchos de sus paisanos, le violencia le dolía. Pero aun así cada semana, a través de su columna Malayerba, y de sus diferentes libros, la contaba con nombre y apellido, le ponía rostro y así la hacía humana, más allá de cifras y ejecutómetros. Y era muy claro en señalar a sus responsables: Miss Narco, Huérfanos del Narco, Narcoperiodismo y Con una granada en la boca, fueron los títulos de sus libros publicados, donde sin censura narraba el drama del narcotráfico en el noroeste de México, en Sinaloa especialmente.
Contaba Valdez: “Ríodoce nació (en febrero de 2003) en un contexto de fuerte control de los medios de comunicación por parte del Gobierno estatal, al que solo se salvaba, parcialmente, el diario Noroeste. Por eso nos propusimos desde un principio marcar una distancia clara respecto al poder, concentrado entonces, de manera absolutista, en Juan Millán Lizárraga, gobernador del estado…La sombra del poder nos acompañó implacable los primeros dos años. El gobernador había lanzado una consigna: ‘Vamos a matarlos de hambre’. Fueron hasta las oficinas del periódico a decirlo. Incluso se cruzaron apuestas. ‘No llegan a mayo’; ‘No pasan de agosto’; ‘Ya mero truenan’. Nosotros nos habíamos planteado otra: sobrevivir. Y acordamos que de ser necesario saldríamos con una hoja impresa por los dos lados, pero no bajaríamos las cortinas”.
Pero en esta ocasión Valdez sabía bien de lo que hablaba cuando tuiteó hace no mucho, como si lo viera venir irremediablemente: “A Miroslava la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio.” ¿Debemos acostumbrarnos a ver estos asesinatos como parte del paisaje? Se pregunta por su parte Carmen Aristegui.
Sostenía Valdez con razón: “El buen periodismo, valiente, digno, responsable, honesto, no tiene sociedad alrededor; está solo, y eso habla también de nuestra fragilidad porque significa que si van contra de nosotros o contra de esos periodistas, y les hacen daño, no va a pasar nada.”
De manera que en recuerdo al trabajo y al valiente ejemplo de Valdez, hay que decir fuerte y claro que no nos vamos a callar, y que tampoco nos vamos a ir.
Cola. En estos tiempos de la posverdad y de los Bad Hombres, el nombre de la presente columna que hoy estrena nombre en La Jornada Aguascalientes, es un modesto tributo a la memoria de Javier Valdez Cárdenas y de todas las personas asesinadas y/o desaparecidas en México por causa de sus ideas. Podrán cortar todas la Yerbasmalas, pero no evitarán que llegue la primavera.
@efpasillas
Aplaudo tu valor para recoger la estafeta, Enrique Pasillas. Mucha suerte con tu “Yerbamala” hidrocálida y mucho cuidado.