Alejarse de una situación y un lugar por un tiempo -viajar- permite poner las cosas en perspectiva. Irse de casa a la playa por una semana, cruzar el Atlántico, recorrer un estado lejano, conocer una nueva ciudad, sirven para poner distancia. Desprenderse temporalmente de la familia, de los amigos, de las costumbres y rutinas, y hasta del idioma, brinda la oportunidad de medir con calma la trifulca que es la vida, mesurar sin trampas los problemas y disolver, aunquea sea por una brevedad, las angustias.
En 1972, unas cuantas horas después de haber despegado, los tripulantes de la misión Apollo 17 tomaron una fotografía de nuestro planeta. Era, y sigue siendo, la fotografía más lejana de la Tierra hecha por un ser humano (las otras han sido tomadas por sondas y naves no tripuladas). En ella se observa una buena parte de África, en un extremo aparecen la India y un ciclón que en esos días la visitaba. La imagen fue titulada “La canica azul”. Con los años, miles de fotografías similares han sido llamadas de igual manera. Cada una de ellas “abarca” a millones de personas. La primera canica azul es una monumental imagen que contiene a millones de indios y saudíes, a todos los habitantes del congo, a los egipcios y los sudafricanos, a los libios y tunecinos. Incluye facciones enemigas, familias completas, religiosos y laicos. En ella están todos las cárceles de África, y todos los parques nacionales, y casi todos los leones del mundo. Está cada grano de tierra de Madagascar, y el canal de Suez completito.
En 1990, y después de 13 años de viaje, la sonda Voyager I se despedía del último planeta del Sistema Solar (no, no es Plutón) a una velocidad de 64 mil kilómetros por hora, cada vez más lejos de la Tierra. Gracias a una petición de Carl Sagan, la sonda giró su cámara, apuntó hacia nosotros y tomó su última fotografía (a más de seis mil millones de kilómetros de distancia). La maniobra no reportaba ningún beneficio científico, pero Sagan consideró que nuestra imagen a tal distancia nos diría algo sobre quiénes somos. El planeta entero ocupa menos de un pixel. La imagen fue bautizada, también por Sagan, como “Un punto azul pálido”, y le inspiró un libro y estas palabras:
“Desde este lejano punto de vista, la Tierra no parece muy interesante […] Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, toda las personas que has conocido y de las que has escuchado hablar. Todos los seres humanos que han existido, han vivido en él”.
En 2013, la nave Cassini, que pasaba por Saturno, nos tomó otra foto. La NASA llamó al momento “El día en que la Tierra sonrió”. Entre dos de los anillos del gigante planetario, se observa un pequeño puntito con una protuberancia. Fotos complementarias permiten ver que el puntito y la protuberancia son nuestro planeta y la Luna -que está a casi 400 mil kilómetros de aquí-. Veintitrés años después de que Sagan nos aclarara que el lugar en que nacimos, vivimos y moriremos es apenas una motita de polvo en la vastedad del Universo, cuarenta y un años después de que los últimos visitantes de la Luna tomaran una fotografía de la canica azul, la Tierra sonrió de nuevo, se puso guapa y posó para una foto que nos incluye a todos.
Si los viajes al otro lado del mundo o a Vallarta; si la distancia entre el español y el italiano, o entre mayas y bantúes, o entre el Nilo y el Amazonas; si la perspectiva que nos ofrece dejar de ver por años a quienes antes amamos o a quienes odiamos con furia en la infancia; si escapar unos días de ese trabajo que nos consume la vida, suspender los fines de semana las costumbres que nos agotan; si regalarle de vez en cuando el silencio al escándalo de los días, no ha sido suficiente para recuperar el sosiego y la felicidad; quizá deberíamos alejarnos un poco más, algunos cuantos millones de kilómetros, y mirar esas fotos. Piensa en qué quieres estar haciendo, piensa en quién quieres ser cuando se tome la siguiente. Sonríe.