Mataron a una muchacha en la UNAM y dejaron su cuerpo amarrado a un poste telefónico. Según lo hicieron con un cable. Varios aficionados a la criminología y al CSI interpretaron que así fue ahorcada. Algún community manager, quien desde tiempo atrás está manejando la cuenta de la Procuraduría General de Justicia de la fabulosa Ciudad de México, como si fuera El Alarma o La Prensa, dio detalles insulsos, erráticos y amarillistas sobre la vida personal de la muchacha y eso derivó en la indignación de género.
#SiMeMatan, hashtag de Twitter, es una respuesta que ironiza, se burla y critica agudamente los tuits de la Procuraduría sobre el asesinato de Lesvy Berlín Osorio y también es un testimonio a lo que viven cientos, miles de mujeres y el pensamiento perpetuo sobre la posibilidad de su muerte. No exageran. Basta detenerse a ver los afiches de mujeres desaparecidas en cualquier lugar que los ofrezca. Algún dios oscuro (no es dios, claro, sólo en las fantasías de Bolaño y el 2666, pero son organizaciones humanas que subsisten de estas muertes y estos placeres) vive con la idea perpetua de que sobran las mujeres. Como lo he dicho antes, quizás para un hombre es imposible entenderlo.
Lo que llamó mi atención, sin embargo, son los hombres que también contribuyeron con sus guijarros. De vez en cuando me asomaba para ver a dos, tres o cuatro valientes para entrarle con algún tuitazo. Muchos de ellos trataban de ponerle humorcito a la situación porque, ya saben, el mexicano se ríe de todo, ja-ja, hasta de la muerte, es bien ingenioso y bien querido por todos el jalapeño de nuestras letras, por picante y guapachoso y ocurrente.
Let’s mansplain the mansplainers: quizás los aspirantes al humor y la mística no entendieron que el hashtag, por sí mismo, era una satírica de la situación completa: un organismo oficial adoptó el papel de la prensa de los chismosos y derivó los principios de una investigación de interés a una situación morbosa. No puedes ironizar sobre la que ya es una ironía porque nomás, bueno, hay resistencia. Principios de física y de sentido común. No hay espacio para el humor, no en el momento, cuando en instantes vemos en acción la eficacia de los organismos que existen para protegernos (bueno, a los chilangos, ja-ja). Si una muchacha joven, la cual tenía un amplio futuro por delante, no tiene esperanzas de que la justicia hará todo lo posible para resolver su crimen y se enfocará en detalles necios y obtusos, ¿qué esperanzas tenemos los demás? (acto de fe: incluyamos al mexicano de todos los rangos).
Pero también están los otros, los hombres feministas. Pensé que no existían; aquellos muchachos que contribuyeron al hashtag asumiendo no sé qué papel femenino o exhibiendo una especie de macho herido, dispuesto a castrarse, con una teatralidad digna de Edipo. Algunos hombres parece que viven de la ansiedad por participar en estas situaciones y recibir una medalla. ¿Por qué? ¿Por qué debes orinar sobre un árbol que no es tuyo? Mientras leía a las muchachas compartir sus muertes hipotéticas, pensaba: déjenlas en paz, déjenlas enojarse. Estaban haciendo un ejercicio personalísimo para hablar de sí mismas y compartir sus temores, sus ansiedades, pero entonces se inmiscuía uno que otro hombre-feminista para hablar de su horrible privilegio y sus fantasías de muerte. Incluso los picudos le roban a la mujer su condición de víctima y sus temores. Los testículos de la necedad.
Personalmente creo que no tengo tiempo para ser feminista. Es decir, no tengo tiempo para leer y estudiar la biblioteca que muchas de estas mujeres han explorado para tratar de entender su condición y su lugar en el mundo. Tampoco me asumiría aliado feminista o siquiera payaso feminista. No tengo el material, el género o la experiencia para construir un feminismo o siquiera un comentario feminista para las situaciones que azoran a la mayoría de las muchachas. No tengo el deseo de preguntarles qué hago mal ni de pedirles argumentos sobre sus acciones porque tampoco tengo la disposición de la búsqueda para entender mejor su situación.
Es la verdad: para ello se requieren años de experiencias y situaciones, y no las voy a vivir de chingadazo para comprender la indignación femenina por el asesinato de Lesvi. También he llegado a un punto en que, si una mujer me llama la atención, doy un paso atrás para reflexionar la situación y tirar una moneda, esperando la próxima vez hacerlo mejor. Puedo ser honesto: probablemente voy a fallar. Es lo menos que puedo hacer. Acepto el enojo, estoy dispuesto a ser un testigo de los movimientos y las palabras provocadas por este país de inmundicias y estoy dispuesto a defender estas expresiones hasta sus últimas consecuencias por humanidad. No es necesario exhibirnos con comentarios insensibles y apresurados cuando podemos observar.