Tan triste la discusión política en México que en lugar de que se repasen concienzudamente todos los argumentos sobre tales o cuales políticas públicas y sus diferencias, el esfuerzo cotidiano se hace por encontrar el malhabido departamento en Miami o la Casa Blanca del adversario político en turno. Tal situación no es producto de la casualidad, sino resultado de una eternidad bajo el amparo de la impunidad y la corrupción que sobra decir, es la práctica más común para hacer gobierno en la vasta mayoría de las demarcaciones políticas del territorio nacional.
Considerando esto resulta difícil pensar que el cuarto poder en México no haya podido nunca derrocar a un presidente en turno -como sí lo ha hecho en otras partes del mundo- más aún cuando pensamos en el tan notorio saqueo que suele dejar a su paso la turba de cleptómanos que dicen fungir -en su tiempo libre tal vez- en distintos puestos de la administración pública.
A pesar de lo triste de la situación sería injusto no decir que a pesar del largo camino que hace falta recorrer en esta materia algunos cambios comienzan a notarse. Los medios nacionales han conseguido meter en aprietos a algunos gobiernos locales y han develado gigantescos casos de corrupción (como Animal Político hizo para el caso de Veracruz) y cada vez más se unen a algunas exigencias que se salen por momentos de la posición más oficialista que generalmente era lo único que se podía leer y escuchar en los escasos medios de comunicación.
Por otra parte, está aquella culpa que se le debe imputar a nuestro sistema de educación. Cuando un país no tiene bien claro dónde tiene puestos los pies -históricamente hablando- es más difícil ponernos de acuerdo a dónde queremos ir. Así cualquier discusión sobre nuestro futuro, sobre lo que debe quedarse aquello que debería cambiarse se hace sumamente más complicada.
En lo personal, siempre he encontrado fascinante cómo es que aquel pasaje de nuestra historia sobre el apoyo ferviente a Fernando VII, un rey de ultramar, a la Iglesia católica, una institución cuya sede está a varios husos horarios, y el deseo de muerte al mal gobierno haya dado inicio al movimiento que terminó por conseguir la independencia.
Creo que no debería extrañarnos del todo que, así como los americanos tienen enraizado tan profundamente la creencia en aquello que llaman excepcionalismo estadounidense, nosotros tengamos tan impregnado algo parecido a los sentimientos de la nación. Una mezcla de un sentimiento de soberanía con una postura muy clara sobre el credo católico y el lugar de los extranjeros en nuestro país y que a grandes rasgos sigue definiendo la concepción de la identidad nacional de una buena parte de nuestros connacionales.
Pareciera que la discusión política en este país es siempre sobre un affair con el poder; sobre los nombres propios y no las ideas de quienes ocupan el cargo. Resultado de ello el convulsionado inicio de lo que hoy es una república federal pero que fue alguna vez [dos veces] un imperio y una república centralista y en donde hoy hay un pacto fiscal y donde solemos pasar por alto un federalismo que solo existe en el papel.
Reflejo de todo ello nuestras sociedades medievales con arreglos institucionales que emulan los títulos nobiliarios -con caciques incluidos- y que hacen notar las enormes diferencias entre ser afortunado y ser acaudalado. Es de notarse la trayectoria de algunos apellidos que hoy en día persisten en perseguir el poder.
México como cualquier otro país profundamente desigual y sumido en la desgracia de haber comenzado su historia inmiscuido en un conflicto de poder y no uno de ideas se encuentra, a mi parecer, apenas con la posibilidad de cambiar aquello. Discutir de política sin recurrir a la politiquería es una opción y una responsabilidad con nuestro futuro.
@JOSE_S1ERRA