Cuando imagino cómo sería si los seres humanos tuviéramos la capacidad de leer los pensamientos de los otros, imagino como una masa de aire delgado circulando por el espacio. Los pensamientos salen del sujeto para entrar en el otro como una especie de niebla que habita la atmósfera. En el espacio invisible, pero existente.
Afortunadamente, más allá de las películas de ciencia ficción, eso en la realidad no sucede. Los seres humanos estamos “contenidos” en un cuerpo que nos delimita, nos concentra y eso, valga la redundancia, nos contiene. Sin embargo esta contención no nos exime de la necesidad de salirnos de nosotros mismos, de volcarnos al espacio, el territorio y a través de distintos lenguajes expresar aquello que contenemos, que nos hace ser y que buscamos comunicar a los otros. Nuestro cuerpo es frontera pero también es interlocución. Es el cuerpo, como lo es la palabra, la música o cualquier disciplina artística, un vehículo que nos permite comunicarnos y expresarnos con los otros. Es el cuerpo entonces un espacio donde se plasman los deseos, las aspiraciones; el cuerpo como lienzo y como espacio de representación. Porque el cuerpo contiene esos valores individuales cargados de emociones, sentimientos, pensamientos, frustraciones, placeres, encuentros y desencuentros.
Es el cuerpo nuestro primer medio para conocer el mundo y es incluso nuestra piel el primer vehículo de percepciones: “… con su corporeidad, el sujeto se apropia del mundo, lo significa y lo transforma buscando materializar sus significaciones y luego es el mismo entorno -material y simbólico- el que moldea su cuerpo”[I], de tal forma que el cuerpo es representación de su propia individualidad. Así, este individuo sirve de su cuerpo como instrumento para que él y los otros dentro de su propio entorno manifiesten sus ideales, sus inquietudes, sus percepciones de la identidad y representación colectiva, de la idealización de todos. La idealización de la maternidad en el cuerpo femenino como símbolo de vida, la del cuerpo atlético como símbolo de salud, o el cuerpo delgado como símbolo de belleza. El cuerpo es entonces espacio para la escritura, la lectura y la interpretación. Bajo esta percepción el cuerpo también busca romper con los estigmas de los sistemas institucionales de control y de censura. El cuerpo es libre, y el individuo en su cuerpo resguarda esa libertad.
Sin embargo, la libertad del cuerpo en el espacio público sigue constreñida. Spencer Tunick es un artista con un amplio reconocimiento mundial cuya obra se basa justo en cómo la figura humana desnuda afecta o modifica el entorno. Y es que si bien el trabajo que realiza Tunick busca la liberación del cuerpo y la visibilización de la figura humana, el interés por parte de artista para la eliminación de las dicotomía hombre-mujer parece quedar en el momento de lo efímero y solo deja como testigo a la imagen que es capturada justo por el artista. Ese momento sutil, el instante de una gran carga simbólica del alma humana. Y es que si bien en el trabajo artístico de Tunick participan hombres y mujeres permitiéndoles ser en la libre convivencia de sus cuerpos, es evidente que sólo desde el espacio de la igualdad se puede lograr, un espacio que sin embargo sigue capturado tan solo en un instante. Un buen amigo que participó en el trabajo que este artista realizó en la Ciudad de México en el año 2007 me contó la libertad experimentada durante el proceso. No había individuos, eran todos un colectivo. Hay un momento de ruptura cuando son sólo las mujeres quienes participan en una fotografía frente a la Catedral. Entonces los hombres comienzan a vestirse, y al momento de vestirse vuelve la dicotomía hombre-mujer. Sin palabras, las mujeres son observadas por aquel que ya no es su igual. Las miradas cambian porque hay hombres que ya están vestidos. Aquel momento se convierte en un momento de hostigamiento silencioso para ellas, desprovistas de “protección” ante la mirada lasciva del resto. [II]
En este sentido el cuerpo es vehículo de nuestras libertades y también de nuestras restricciones. Reconocer de qué lado de la división estamos, parece una decisión fácil. Los constructos culturales siguen y persisten en sus arraigos. Y es que, finalmente el cuerpo ha sido y sigue siendo el espacio desde donde plasmamos nuestros imaginarios, deseos, creencias que nos dan identidad dentro de la colectividad. Pero es importante tener siempre presente que es nuestro cuerpo un espacio de libertad, de respeto, de transformación y de interlocución con nosotros mismos y con los otros. Al respetar nuestros cuerpos y los de los demás es justo el primer espacio de diálogo abierto y sano que nos conferimos como sociedad. No necesitamos aprender a leer los pensamientos. Necesitamos respetar nuestros cuerpos, dar voz y libertad porque en la medida que yo me lo permita ampliaré también la libertad, la expresión y el ser del cuerpo de los otros.
[I] Toledo Jofré, María Isabel. (2012). Sobre la construcción identitaria. Atenea (Concepción), (506), 43-56. https://goo.gl/sOoWTI
[II] Aguilar Sosa, Yanet (7 de mayo de 2007) El descontento de las mujeres hacia Tunick. El Universal. Recuperado de https://goo.gl/KGJIVS