Anomia / Memoria de espejos rotos - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Yo ya me voy a morir a los desiertos, me voy del ejido…

Pero a mí no me divierten los cigarros de la Dalia,

pero a mí no me consuelan esas copas de aguardiente.

Sólo en pensar que dejé un amor pendiente,

nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar…

Yo ya me voy a morir a los desiertos – Canción popular Cardenche

 

Seré breve. Hay algo podrido en una sociedad cuando cada vez más integrantes de ésta -en cada vez más variados rangos etarios, demográficos, y socioeconómicos- optan por privarse de la vida. Cada persona que decide terminar con su ciclo vital de manera tajante y violenta nos ensangrienta a todos, porque todos somos su comunidad y -de forma directa o indirecta- le acompañamos en la serie de penas acumuladas para la fatalidad de un término así.

El sociólogo Emilio Durkheim ensayó sobre la idea de la Anomia, para explicar este fenómeno. Del latín A – sin, nomos – norma o ley, Durkheim desprende en sus obras La División del Trabajo Social y en El Suicidio, que cuando los vínculos sociales se debilitan, aumenta la tendencia de los individuos a suicidarse. Por ausencia de normas o leyes sociológicas, Durkheim -en tanto exponente del Funcional Estructuralismo, apuntaba que la sociedad está cimentada en un andamiaje estructural integrado por componentes que debían funcionar para que la sociedad no cayera en la desintegración entrópica. Sabemos de esto desde finales del siglo XIX, pero efectivamente poco hemos hecho para comprender el fenómeno, y ya no digamos atacarlo.


Pero ¿de qué manera o bajo qué causales se debilitan los vínculos sociales? ¿Cómo es que se erosiona el tejido social? La respuesta, también, ha estado a vistas desde hace tiempo. Hay una espiral viciosa que es innegable: el modo de producción económica del capitalismo (y del post capitalismo) ha derivado en una inmoral distribución de la riqueza, en gobiernos corruptos, en penuria económica para grandes franjas poblacionales; y esto -a su vez- ha promovido que pulule el crimen (tanto en la escala del delito de fuero común, como en la de lo que se llama “delincuencia organizada”, por no abundar en la delincuencia de “cuello blanco”) y el desgaste social promovido por un modelo laboral basado en el cumplimiento de objetivos para obtención de riqueza en manos de la clase capitalista, con un incorrecto balance entre las horas laboradas y los salarios pagados a la clase trabajadora (condenada a tener los insumos materiales que le alcanzan apenas para la reproducción de una nueva generación de proletarios), y las prestaciones sociales vinculadas al trabajo formal (aunado a esto, cunde el trabajo informal, fuera del imperio de la ley); para redondear, la pobreza pública -incentivada por la corrupción política- degenera en una deficiente presencia del Estado, deficiente cuando no lesiva, respecto a sus obligaciones mínimas en la procuración de justicia, la seguridad social, la educación, los servicios públicos, la seguridad pública, la legislación basada en la ética, y en general, la administración de los asuntos públicos. Como si no bastara, la hegemonía de un modelo de poder heteropatriarcal asigna autoritariamente roles y modos de entender la vida basados en violencias implícitas y explícitas, que también someten a un estrés innecesario a grandes grupos poblacionales. Como remate: la cultura promovida por los medios masivos y las redes sociales es evidentemente individualista, inmediatista, basada en el consumo y la expoliación del entorno, marcadamente baladí, superflua y trivial, e impone el cumplimiento de modelos lejanos al entorno comunitario de los integrantes de la sociedad. Es dentro de este coctel que se disuelve el tejido social y se erosionan las instituciones.

Todo esto pone a la persona en una situación de desamparo y orfandad tal que hace ver a la muerte como algo no sólo deseable, sino necesario; justo delante de las narices del resto de nosotros que sólo atinamos a acongojarnos. ¿Qué es posible hacer para remediar este mal? La respuesta no es sencilla, dado que amerita un replanteamiento total del sistema bajo el cual coexistimos, no sólo en Aguascalientes, ni el México, sino en el modelo capitalista de occidente. Lo que sí es seguro es que no se resolverá con buenas intenciones, declaraciones chabacanas, o políticas públicas desarticuladas. Para comenzar habría que tener un conocimiento cabal de la problemática, quitar el estigma social vinculado a los padecimientos mentales y emocionales, deslindar las responsabilidades públicas y privadas, exigir y exigirnos, votar en conciencia, botar a los pillos, pero -sobre todo- tener los ojos muy abiertos a las necesidades de nuestros semejantes. En esta vorágine es muy raro que alguien tome una decisión fatal de manera espontánea, hay muchos indicadores que nos permiten intuir o anticipar en qué momento es oportuno apoyar la necesidad de un cercano. Debemos informarnos, quitar estigmas, dejar el individualismo y la condescendencia, y trabajar la empatía. Lo único que tenemos es a nosotros mismos, y no hemos sabido coexistir de la mejor manera para lograr que, para nuestros caídos por propia mano, la vida sea más deseable que la muerte. Esas muertes nos deben pesar a todos.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9


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