El amor puede llegar a concebirse como una posesión o como un proceso que puede ser sometido a una evaluación de éxito o fracaso, tanto que el cortejo o el duelo después de una separación se convierten en una aparente guerra donde el objeto de deseo se llega a confundir con el enemigo al cual se invade y agrede.
El amor romántico se promueve como modelo de encuentro, permanencia y disolvencia de las relaciones afectivas a niveles donde se prioriza la batalla, el sacrificio, e incluso el olvido de sí y del otro por un metafórico nosotros que parece destruir las partes de su conformación, se presenta el drama como dolor en vez de lírica y poesía, lo cual puede explicar, mas no justificar, el acoso disfrazado de pasión.
Mientras una amiga me comentaba lo frustrante y problemático de lidiar con las persecuciones e insistencia de su expareja, no sólo recordé a aquel que arribó a la puerta de mi habitación sin invitación, secuestrando mi espacio y horarios argumentando un romance inacabado; también llegó a mi mente el periodo en el que fui el acosador; cuando después de una ruptura fui quien buscaba evidencia inexistente para ampliar los cargos de a quien culpaba por un dolor que yo mismo reproducía, marcando a deshoras y pasando de la súplica a la demanda.
La conformación de parejas, para el mundo occidental y de manera generalizada, giraba en torno a la figura del matrimonio como un recurso de supervivencia; a inicios del Siglo XX el romance se masificó para posicionar la pasión, enalteciendo lo idílico, pasando por supuestos valores sustentados en las familias de pleno sacrificio. De la posesión a la pérdida de la razón, la idea del amor parece presentarse como una pugna que debe ser combatida a capa y espada, que aunado a otros imaginarios socioculturales, ha impedido que se reconozca el acoso.
El perseguir a la persona que se pretende, a la pareja o a la expareja, el escrutinio de sus objetos personales, la irrupción en sus actividades cotidianas invadiendo espacios y horarios, son en suma acciones que violentan pero que, en ocasiones, llegan a ser interpretadas como actos de procuración y cariño; por lo que es necesario hacer consciencia de los límites y la autonomía para evitar esas prácticas que nos pueden colocar en la posición del acosador y para exigir respeto en el momento en el que estamos siendo presa del acoso.
A veces, cuando se exponen casos de feminicidio en algunos medios de comunicación, donde el imputado es la pareja sentimental, se llega a argumentar que se perdió el control de una discusión, que el motivo del crimen fue una infidelidad o celos, una serie de ideas entre las cuales confluye la visión machista sobre las mujeres como posesión, así como las nociones del amor eterno y exclusivo. Es tiempo de derrocar la consigna de la entrega total, del sacrificio, de la perpetuidad y el pese a todo, pues nos cuesta desvelos, tranquilidad, la vida.
Son casi nulos los espacios que impulsan la reflexión sobre aquello tan cotidiano, pero a la vez tan complejo, como el amor, e incluso se considera algo tan frívolo que no merece ser objeto de análisis para resolver otro tipo de problemáticas como el rezago educativo, el embarazo no planificado, la violencia de género, el suicidio e incluso el cierre de empresas; sin darnos cuenta de que el amor es uno de los esquemas de relaciones humanas más frecuente mediante el cual aprendemos a lidiar con el poder que, al ponerlo en tela de juicio, podría dar luz sobre algunos otros cuestionamientos acerca de formas de convivencia ciudadana, laborales, de organización, impartición de justicia o gobierno en nuestra sociedad.
El asumir lo emocional como un tema que debe ser sujeto a análisis permitiría desarrollar herramientas para reconocer omisiones, errores y transformar nuestro entorno inmediato, impulsando vínculos más honestos y de compañerismo, facilitando disoluciones y conciliaciones, fortaleciendo espacios de seguridad y autonomía, evitando escenarios que vulneran el desarrollo de las personas.
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