La corrupción es mucho más que un político corrupto. La cantidad de implicados es vasta. Los empresarios y la ciudadanía en general, organizada o no, somos corresponsables. No denunciar o simplemente sostener la creencia de que tal o cual fulano es un corrupto sin hablar de ello fomenta la impunidad y mantiene intacta la estructura social y económica que permite que florezca la corrupción.
Poco hablamos -y aún menos investigamos, periodísticamente hablando- sobre lo que sucede tras bambalinas en el montaje circense de nuestra incipiente democracia y es precisamente allí donde se gestan una buena parte de los compromisos que terminan de una forma u otra en corrupción.
El dinero público para realizar elecciones en teoría ayuda a aminorar este problema eliminando la posibilidad de contraer obligaciones que correspondan a intereses que no sean públicos. Una elección sin dinero público no es más que la celebración de una carrera de candidatos donde cada uno se ve impulsado por los recursos, el capital social y el poder que pueden imprimirle quienes tienen intereses que podrían resultar ajenos al bienestar de la mayoría. Una democracia sin recursos públicos suficientes es una suerte de oligarquía que se encarga de poner en movimiento una kakistocracia disfrazada -por mero trámite- en la cual casi exclusivamente por deporte se celebran elecciones.
Como si el asunto no fuese lo suficientemente problemático a recientes fechas un nutrido grupo de personajes políticos -bienintencionados a mi parecer- han comenzado a cuestionar la pertinencia de financiar a los partidos políticos y han convencido a una parte importante del electorado de que estos no deberían contar con recursos públicos o al menos no en la medida en la que los tienen.
A pesar de que no resulta sencillo defender a la partidocracia mexicana, pues como es bien sabido no gozan de la mejor de las reputaciones y tampoco han dado los mejores resultados en el ejercicio del poder, me parece imprudente e indeseable que en pos de erradicar la corrupción o de exigir transparencia decidamos simplemente eliminar los recursos públicos destinados a los partidos políticos. Ni resuelve la primera y no hace nada por la segunda.
La noción de que donde haya recursos públicos sólo hay corrupción es igual de ingenua que suponer que en ningún lugar la hay. Es peligroso que se solapen planteamientos tan torpes únicamente porque suenan bien, o porque son electoralmente rentables. Si bien es cierto que deberíamos revisitar el orden de las prioridades del gasto y como es que asignamos los recursos públicos esto no solo es cierto para los dineros que se le otorgan a los partidos sino para toda la administración.
Esta última sería una discusión distinta y francamente más productiva que la necedad miope de iniciativas agradables al oído, pero carentes de sentido como el #SinVotoNoHayDinero o cualquiera de sus similares intercambiables.
Si por ignorancia -o por mal intencionada erudición- de algunos llegásemos a cometer tal tropelía me resulta inevitable pensar que más temprano que tarde nos encontraríamos con un problema aún más grave. Imagine usted una cotidianidad donde un grupo de empresas decidieran apoyar la campaña presidencial de algún fulano a cambio de eliminar algún programa público -digamos de vacunación- para que esto les permitiera lucrar con ello o bien que se cambiase la regulación sobre materiales de construcción peligrosos para la salud como el asbesto o que se permitiese el uso de plomo en la pintura de juguetes, entre otras por el estilo.
Hay que estar claros que los intereses heredados de una campaña política se transforman en el motivo y el motor de buena cantidad de los actos de corrupción y que si no se ofrece una solución que ataje este hecho cualquier reforma a la partidocracia irá (todavía más) en detrimento de nuestra democracia.
La mejor manera de mejorar una democracia es participar en ella, no hay balas de plata ni medidas unilaterales que vayan a cambiar radicalmente su calidad. Es entendible que resulte frustrante cuando ninguna de las opciones representa el personal sentir sobre asuntos de importancia como el cambio climático, la desigualdad, la defensa de los derechos civiles, la política de seguridad o cualquier otro, pero aún así eso no justifica la apatía y mucho menos la necedad peligrosamente amalgamada con ignorancia que supone erradicar o disminuir sensiblemente el financiamiento público de los partidos.
Si usted quiere realmente incidir en la mejora de nuestra democracia vaya y vote, infórmese, participe en las asambleas, acérquese a los partidos políticos a fin de democratizar sus procesos, fomente la politización de su vida pública y la de quienes lo o la rodean. De lo contrario tendremos que afrontar las consecuencias de una democracia donde cada partido político tendría que incluir en su boleta, al más puro estilo de la publicidad en las competencias de Nascar, una gigantesca cantidad de intereses, empresas y fulanos a quienes puedo apostarle no les interesa tanto como a usted su bienestar.
@JOSE_S1ERRA