La más reciente (que no la última) reforma electoral, representó una nueva visión del sistema electoral mexicano. Ya fuera por la modificación de la institución federal (que sólo podía hacer elecciones federales) por una instancia nacional (que, entonces, puede hacer elecciones en toda la nación, incluso locales), o por el aspecto jurídico que atañe a un procedimiento especial sancionador, o por el aspecto técnico que implica un nuevo procedimiento de fiscalización de los recursos de los partidos políticos, esta revisión será recordada por haber desmitificado el lema que identificó a la revolución mexicana permitiendo la reelección.
Y es que la frase “sufragio efectivo, no reelección” mantenía una contradicción en sí misma: si entendemos por sufragio la posibilidad de emitir la voluntad en las urnas, y la voluntad fuese que el servidor público en cuestión permanezca en el cargo… ¿dejaría de ser efectivo mi sufragio?
Por supuesto que hay que entender el contexto. Cuando la frase fue acuñada, veníamos de un periodo histórico en donde no se respetaba la voluntad del elector, y los cargos públicos de elección eran eternos. De ahí que el grito de guerra fuese ligando ambas ideas: elecciones limpias, periódicas y pacíficas, y el principio de que nadie podría perpetuarse en el poder.
Por fortuna este México que nos toca vivir es otro. La confianza que impera en las instituciones encargadas de la organización de las elecciones, ganada a pulso, aunque a tiros y tirones, permite reglas claras y equidad en la contienda, voto libre y secreto, personal e intransferible, bien cimentada en principios legales, con lo que se sigue construyendo el anhelo de hace poco más de un siglo.
En cuanto a la reelección, estrictamente hablando, es un mito duro de roer. Si bien ya existía la posibilidad de reelegirse en el caso de senadores, diputados o miembros de ayuntamiento, existía el candado de que tenía que mediar entre ambos supuestos el mismo periodo de tiempo equivalente para cada cargo: seis años para el primero y tres para los segundos. Ahora se permite la reelección consecutiva, sí, pero no se tocan los cargos de presidente de la república o gobernador del estado. Es decir, está bien que te reelijas… siempre y cuando no seas titular del poder ejecutivo. Resabio revolucionario.
Las voces que se alzan en pro de la continuidad retoman la justificación de la efectividad del sufragio, es decir, si el pueblo soberano determina la continuidad, por principio democrático debe respetarse dicha voluntad. Se manifiesta como un signo de avance en el contexto sociopolítico, propio de sociedades con una manifiesta madurez democrática. En contra podemos manifestar principalmente el anquilosamiento institucional y el extremo de la figura que transmuta en dictadura o cacicazgos.
Por ahora, el balón se encuentra en la cancha del legislativo que el domingo 30 iniciará un nuevo periodo ordinario de sesiones. El trabajo para el legislativo será difícil si consideramos que hay algunas figuras que deberán modificarse por así haberlo ordenado la autoridad jurisdiccional, otras deberán ser revisadas atendiendo un criterio exclusivamente operativo, y las más, como el tema de la reelección, se vuelven obligatorias, por estar en la legislación federal, pero que carecen de operatividad local.
Más allá de si es buena la figura, por aquello de la curva de aprendizaje de las personas que ocupan los cargos de elección popular, o si, por el contrario, es mala porque permite que las personas que ocupan los cargos se perpetúen en el poder, creo que deben darse las condiciones para que el ejercicio de la figura sea lo más justo posible: ¿deberán renunciar quienes aspiran a la reelección a sus cargos, para evitar el abuso de éste ante la contienda electoral?, ¿si un diputado decide reelegirse, su partido no podrá celebrar contienda interna y deberá apoyar al aspirante a la reelección sin más ni más? ¿si el suplente entra en funciones temporalmente, y después regresa el propietario… quién debería solicitar la reelección? Y otras preguntas que deben mover al legislativo a la reflexión, pero sobre todo a dimensionar la reglamentación de la figura, que no es nada fácil y que trascenderá, seguramente nuestra historia.
Las lecciones de la reelección las veremos al corto plazo. Apartemos la postura maniquea de que una figura jurídica es buena o mala. En todo caso, que sean oportunidades como esta las que nos sirvan para trascender como sociedad democrática. Hagamos votos porque eso ocurra.
/LanderosIEE | @LanderosIEE