I
Muchas veces me han intentado explicar qué motiva la dispersión azarosa con que las parvadas planean al atardecer, es simple, no hay telepatía, ni lenguaje secreto, o premoniciones celestiales, el vuelo divino en conjunto es resultado de pequeñas comunicaciones entre el miembro más cercano que cada una de las aves tiene a su lado. Para estar en simbiosis, cada ave está atenta a los despliegues que la más próxima realiza y así regula su propio movimiento, lo que resulta en esos patrones que parecen el de un solo organismo.
Simple y hermosa explicación, en la parvada las aves se protegen de posibles depredadores, recibiendo protección mientras duermen o se alimentan y confundiendo el acceso a un solo individuo para un depredador. Insuficiente cuando tengo que explicar a mi hijo por qué me detengo al borde del llanto y musito: belleza. Misma sensación que me invade cuando lo veo dormir, tras un día de intensa actividad, sé qué hace el cansancio a un cuerpo, cómo intenta recuperarse, para lo que sirve el sueño y las funciones que se desarrollan bajo la piel… pero esa explicación tampoco me sirve, ni justifica las lágrimas emocionadas a punto de derramarse.
Reitero, la ciencia es hermosa, útil, pero entiendo que ante la simplificación que revela, algunos elijan otra explicación, Dios, por ejemplo. Incluso es más sencillo, pues al habitar en el silencio es infalible, al grado que oculta las respuestas que se buscan, pero mitiga la ansiedad.
Como no me bastan la ciencia ni Dios para explicar el mundo, mi mundo, he seguido preguntando y la respuesta que me satisface me la confirmó Sofía Ramírez: es la poesía.
II
Sostengo que la poesía es la demostración, y en La casa que soy de Sofía Ramírez encuentro múltiples confesiones que me sirven para responderme. Cada una de las cuatro estaciones en que se divide el libro (Dios y el silencio de los pájaros; Yo no sé de rosas; Autorretrato con familia; e Inquilinos transitorios) se caracteriza por la intención de entregar una serie de confesiones sobre cómo se habita el mundo y las dificultades para construir una casa en él.
En Dios y el silencio de los pájaros los mecanismos que mueven los poemas son los de la búsqueda, el lugar que se ocupa en el mundo a través de los atisbos de los otros; la voz del poeta revela a partir del descubrimiento de quienes lo rodean, desde el despertar de la conciencia en un momento en que Dios no despertó hasta el descubrimiento del canto de los grillos como un anuncio.
Sofía Ramírez dice Yo no sé de rosas, debe ser cierto, en esta sección del libro, no hay tregua al caminante, no se permite la pausa que permitiría aspirar la fragancia de la flor o indicar que una rosa es una rosa, aquí se habla del mundo y cómo se le aprehende, a través de la descripción de los lugares, de las otras voces, de las frases que te acompañan en el trayecto y permiten ir esbozando el retrato personal mediante lo que se ve en los otros; la mirada se detiene minuciosa en el otro para y lo refiere en acciones, pero la poeta no habla de ellos, está contando su reacción y cómo afectan su paso por el mundo lo que otros hacen, cómo describen a las hormigas, la pericia con que se limpian el dulce de la ropa o la felicidad con que celebran un cumpleaños.
La tercera estación, Autorretrato con familia, es vigorosa, porque en cada uno de los poemas hay una imagen pulida que refiere esa técnica con que Sofía se pinta de cuerpo entera, el autorretrato como un reflejo en los otros. No me deja de sorprender la habilidad para traducir el mundo en esas imágenes, porque si algo distingue los poemas de La casa que soy es su sencillez, no confundir con simplicidad, en Sofía, la búsqueda de la palabra justa, es la de la imagen más cercana, la habitual pero que se muestra ligeramente movida para poder apreciarla en todo su esplendor. Eso es lo que encontrará el lector en la tercera estación de este libro (y en general) una mirada misericordiosa que acompaña, que jamás impone.
Nada es para siempre, y qué bueno que así es, se desprende de Inquilinos transitorios, la última sección, donde el yo de la poeta es una constante nosotros, se hace más evidente, que lo que se es, es a partir de los otros: nos conforman los actos cotidianos, los que destinamos al olvido pero se quedan para formar un carácter, la forma en que se llama al amado, la caricia aparentemente despreocupada al hijo, los instantes de pensamiento profundo de los que se regresa en blanco porque todo ha quedado piel adentro; ¿en qué piensas?, preguntan, y tras el trance no se puede responder más que: en nada, pero ahí, al pie de la cama del hijo o el hervor de los guisos, se experimenta el milagro de la poesía, en eso estaba pensando: en nada, el todo que será el poema cuando sea leído por otro.
La poesía es hoy/la última casa de misericordia, con esta cita de Joan Margarit cierra Sofía Ramírez La casa que soy, certera, a la lectura de este libro la acompaña todo momento la sensación de escuchar a quien no sabe vivir de otra forma que no sea ayudando o aliviando el dolor, no sólo la virtud de compadecerse, el sentimiento de que quien habla no puede evitar socorrer al otro, con sus palabras. Un sentimiento altísimo, muy por encima de la lástima, porque designa a quien sólo sabe ser a partir de lo que logra en el otro, lo que da al otro, esas respuestas a las preguntas que los demás se hacen.
III
“Palabra negada”
Hace tiempo que los días
se volvieron polvo en mi memoria.
Hace tiempo entretejí historias de ciudades
los pequeños mundos que construí para mis hijos.
Hace tiempo tracé los mapas para no perderme
en el laberinto del olvido.
Hace tiempo aprendí los nombres
y ahora el recuerdo se niega a la palabra.
Este poema pareciera negar lo que yo encuentro en el libro de Sofía Ramírez, otros más apuntan en la misma dirección, la repetición de los fantasmas, la ausencia, la orfandad, la espera, la rutina, jamás el desamor, pero esas son falsas señales, es posible que al autor la palabra se le escabulla como respuesta a un cuestionamiento, sin embargo, para el lector queda la revelación: esto es lo que buscaba, a eso me refería, eso es un padre, eso son unos hermanos, ahí va un niño perdido o, así se enfrenta a la muerte; casi estoy seguro que Sofía no ha encontrado respuesta a sus preguntas -el amor es un dictador que demanda exclusividad-, también sé que mis dudas no son las suyas, pero entiendo que al alumbrar el camino ella me ha permitido encontrar las soluciones que sólo la poesía brinda.
Para mi generación hay una escena icónica, bueno, muchas, en American Beauty (Sam Mendes, 1999), no, no es aquella en la que Lester Burnham (Kevin Spacey) confiesa que lo único para lo que quiere hacer ejercicio es para verse bien desnudo, o la alucinación en que Angela Hayes (Mena Suvari) se ofrece desprendiéndose del techo en racimos de pétalos de rosa; es en la que Ricky Fitts (Wes Bentley) muestra un video en el que el viento hace bailar a una bolsa de plástico:
Era uno de esos días en los que sientes que está a punto de nevar… hay una cierta electricidad en el aire… Casi la puedes oír; y esa bolsa estaba simplemente… bailando, conmigo, como un niño rogándote que juegues con él, durante 15 minutos… Ese fue el día en que me di cuenta que había una vida entera detrás de las cosas, y una fuerza increíblemente benévola que quería decirme que no hay razón para tener miedo… nunca. Sé que el video no captó todo eso, pero lo veo porque me ayuda a recordar… Necesito recordar. A veces hay tanta belleza en el mundo… que no la puedo soportar y siento que mi corazón simplemente se va a rendir.
Así me ocurre con La casa que soy, poesía al que mi corazón simplemente se rinde. Gracias, Sofía.