Prácticamente sin transición de ninguna especie, casi sin respiro, pasamos del silencio de la Semana Santa a la boruca de la Feria; del tiempo de la reflexión al de la diversión; de la resurrección de Cristo a la coronación de la reina de la Feria. Casi puedo imaginarme… En la exedra los organizadores esperarán a que se abra la gloria, para proceder a ceñir la cabeza de Ivón I con la corona ferial.
El tiempo del espíritu cede su lugar al del cuerpo, que asume un sinfín de manifestaciones, de la inocente contemplación de los animales de la exposición ganadera, a la no tanto de las apuestas, incluyendo, desde luego a los volantines, la comida, las glorias industriales, y las artes.
Aunque quizá esta imagen pertenece al pasado, en el contexto de una sociedad que se seculariza a pasos agigantados, y que cada vez atiende menos a las cuestiones rituales y más a otras cosas.
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