8:17 am
Once again, el sonido de los aspersores regando el jardín que colinda con la recámara principal vence al despertador que aún me iba a conceder trece minutos de sueño. No es un sonido desagradable, no me molesta que se anticipe a la hora programada, pero me pregunto cómo es posible que algo tan sutil pueda levantar mis setenta y seis kilos macerados en whiskey.
I´am un animal de costumbres y, exactamente igual que en los cuatro días anteriores, levanto la vista hacia la ventana que filtra la luz por encima de la cabecera de ratán, beso el hombro de mi mujer y me levanto con cuidado para no despertarla y preparar un poco de café. Americano caliente para ella. Espresso frío para mí. Aún y cuando la cocina está totalmente equipada y soy de esos que fácilmente se adueña de los espacios, la sencilla tarea tarda un poco más de lo que me lleva en casa. Pero que no se malentienda, no es una queja sino una mera explicación, una charla a distancia en la que usted, amable lector, está casi a seiscientos kilómetros de donde escribo estas líneas pues, siguiendo la voluntad de un hedonismo empedernido que me guía desde la adolescencia y consciente de que a tres meses de mi despido la idea se veía como una de mis clásicas irresponsabilidades, siete días y seis noches en un departamento de lujo con vista al Pacífico Mexicano sonaban de maravilla para combatir el estrés de acostumbrarme al inicio de una vida con anteojos, a las incipientes canas, al sobrepeso invencible, al riñón hijoeputa que me desvela cada tres meses y a mis cada vez más frecuentes ataques de ansiedad que se habían confabulado últimamente para recordarme que el forever young que llevo en el alma estaba agonizando y quizás fuese momento de ir pensando en darle sagrada sepultura.
The argument para justificar el oneroso dispendio de mi estadía en la playa nunca mencionó el término vacaciones (¿de qué si no tenía empleo?) sino que, con una mixtura de crisis existencial y un cambio de aires para estimular el proceso creativo, construí los cimientos de la excusa perfecta para que mi escapada al trópico sonara a trabajo y no a diversión.
And en cierto sentido era verdad.
So… con la mejor de las intenciones y pretensiones artísticas no sólo empaqué tres trajes de baño (de los cuales siempre uso uno) y bloqueador solar, también se vinieron conmigo tres libros (uno al que le quedaban tan sólo 22 páginas de vida, uno pequeño que no debería ocuparme más de una tarde y uno apenas con un par de páginas avanzadas), un par de links con artículos destinados a dejar su condición de stand by en la que habían permanecido un par de semanas, dos marcatextos (uno amarillo y uno verde para poder establecer una diferencia en lo resaltado), fotos de algunas exposiciones en los museos de Aguascalientes, la enésima resurrección de mi libreta negra de pasta dura, una Parker metálica y una Montblanc en el tradicional negro y oro. La primera, cargada en azul, me la regaló mi mujer; la segunda, con cartucho en negro, es un regalo de mi padre.
Anyway… son las 11:58 de la mañana y quien ahora lee este texto, debe imaginarme junto a una alberca de tamaño medio que, gracias a mi llegada justo al final del periodo vacacional de semana santa, tengo entera y exclusivamente para que el yo misántropo y antisocial no tenga que sufrir las salpicaduras impertinentes de alguna hazaña infantil que busca impresionar a un padre que, cerveza en mano, finge que le importa. Quien ahora lee, debe construir la imagen de un servidor descalzo, sentado bajo una palapa en la parte alta de un risco domado por la arquitectura, con el mar a mi izquierda mezclando su impresionante rugir con un strictly reggae dub mix de Thievery Corporation que de manera implacable hace que mi pie izquierdo marque el tempo y mi torso desnudo haga lo que para mí ya es bailar, todo ello intercalado con la escritura de estas líneas y los obligados tragos a una modelo especial enfriada en hielo y a un mezcal oaxaqueño que también viajó desde Aguascalientes.
I must confess that cuando comencé este artículo aún no estaba seguro si escribir sobre la exposición de Dinashuy y sus muros rosas que pudieran ser tan desconcertantes como la iconografía del autor; sobre el carácter incluyente de un proyecto como el Kiosko Cultural recién abierto en Jesús María y el compromiso que implica soportar este tipo de esfuerzos o sobre la presentación editorial de Pequeñas y fugaces memorias, compilación de minificciones de Edilberto Aldán a quien aplaudo de pie la página ochenta y uno y dudo un poco de la noventa y dos. Insisto en confesar que, aunque tuviera muchas opciones, no sabía exactamente de qué escribir.
When I first met a quien me dio la oportunidad de escribir para este diario, recuerdo perfectamente que comenté que en Aguascalientes sucede mucho de lo cual se puede escribir. Se hace mucho y se dice poco -comenté- y siempre me he preguntado si esa ecuación tiene que ver con la pereza, la soberbia, la indiferencia, la envidia o el miedo. En cualquier caso y como es costumbre, a mí me da igual y terminé haciendo un texto sobre lo que a mí me gusta, sobre lo que veo y es mío tan sólo por un momento: la hielera vacía y el sendero de piedra y cemento que me llevará al departamento a reponer las cervezas y a enviar este texto sobre mis vacaciones.