Amor romántico y violencia de género / Memoria de espejos rotos - LJA Aguascalientes
22/11/2024

En la casa te queremos ver lavando ropa, pensando en él,

con las manos sarmentosas y la entrepierna bien jugosa.

Ten cuidado de lo que piensas, hay un alguien sobre ti.

Seguirá esta historia, seguirá este orden,

porque dios así lo quiso, porque dios también es hombre…

Y no me digas nada a mí…

Corazones Rojos – Los Prisioneros

 

La canción que tomé para el epígrafe de esta columna, Corazones Rojos de Los Prisioneros, se lanzó en 1990, sí, hace casi 30 años. A pesar de que, en los medios masivos de comunicación, en las redes sociales, en las marchas callejeras, en las Asociaciones Civiles, en las capacitaciones empresariales o gubernamentales, el tema de la violencia de género se ha tratado popularmente desde hace décadas, pocas cosas han cambiado para bien. Esto se debe, quizá, a un fracaso cultural. No hemos sabido permear en los mecanismos de psicología social, y de configuración antropológica, para combatir ese orden inequitativo basado en dotar el poder al símbolo del falo y a la presunción de su potencia con fines de subordinación en las relaciones afectivas entre personas y -por extensión- en las relaciones sociales. Lo que viene a continuación aplica para generalidad de las relaciones heterosexuales, aunque en las relaciones homosexuales también se reproducen estos sistemas heteronormados.


Escribo esto con respeto. No es mi pretensión hacer Mansplaining (para contextualizar a quienes gustan de la fiesta brava, o ponderan al judeocristianismo, o alguna vez en su vida han usado el despectivo “feminazi”, el Mansplaining implica juzgar las rutas del feminismo desde la condescendencia de los privilegios accidentales de alguien por haber nacido hombre cisgénero, ¿cisgénero? Ande, acuda a San Google y deje de pensar que el feminismo “inventa” palabras para que usted no entienda); así tampoco hay una intención de parecer docto en un tema específico y delicado, ni menos la de descubrir el agua tibia; estas cosas se han dicho y teorizado ya antes -con mejor tino y pedagogía- por las propias víctimas del sobajamiento social que les ha implicado el haber nacido mujeres. Hay, sí, una intención de aportar a la concientización de ciertos estamentos de dominación sobre lo femenino que -de tan arraigados en la cultura- pasan fácilmente desapercibidos. Escribo esto -también- con el íntimo ánimo del exorcista, en un ejercicio de revisión autocrítica sobre las conductas propias, y con la finalidad de que (si es del interés del lector, como espero que sea) también sirva a otros para el personal examen de conciencia, en pro de una construcción de interacciones sociales más sanas, desde el cuestionamiento de los privilegios de género, concedidos arbitrariamente por el coctel de cromosomas y la formación sociocultural.

Dichos estamentos de dominación sobre lo femenino están basados en fortísimos arraigos culturales, legitimados durante milenios, sustentados en la religión, en la tradición, en la política, y en un crisol de creencias histéricas sobre la sexualidad que le confieren al hombre el deber de la potencia y a la mujer la obligación de una castidad cosificada y subordinada. Estas creencias han impactado en la forma en la que nos concebimos a (nosotras) nosotros (mismas) mismos y -por extensión- en la forma en la que nos relacionamos con los pares y con la otredad a nivel individual y colectivo. Sobre las relaciones afectivas, podemos asegurar que hay tanta variedad en éstas, como deseos e intenciones entre las personas que las conforman; desde los matrimonios arreglados, hasta la poligamia consensuada. Sin embargo, uno de los basamentos de este andamio de dominación cultural se da a partir del llamado Amor Romántico, presentado como un ideal en la forma de relacionarnos, dentro del cual se concentran tanto la imposición de los roles de género, como ciertos mecanismos de subordinación, pasando por una suma de expectativas deontológicas acerca de cómo “debe ser” el lazo perdurable de voluntad monógama entre un hombre y una mujer, y perpetuando la posibilidad subyacente de la violencia de género.

Este basamento del Amor Romántico -surgido hacia la Edad Media en occidente- ha perdurado por siglos, y ha refinado su mecanismo antropológico y cultural gracias a la religión, al arte en general, a los medios de comunicación, las costumbres y tradiciones, sobre una supuesta “naturaleza del amor”, que -por ejemplo, desde la literatura- se moldea en tipos de relaciones imposibles, o en las que el tormento es necesario (Tristán e Isolda, los romances del medioevo, o Romeo y Julieta, por ejemplo), o en relaciones “caballerescas” en las que es deseable que el hombre asuma una parte activa, mientras que la mujer se cosifica para ser apreciada, protegida, o subordinada a la potencia masculina, con la finalidad de llenar vacíos emocionales y cubrir ciertas necesidades afectivas, porque “así ha sido, y así debe ser” el trato que el caballero le da a la damisela principesca. Dejamos de ser hombres y mujeres para idealizarnos como Caballeros-Príncipes-Potentes y Princesas-Necesitadas-Pasivas. Sobre ese ideal imposible (y -por tanto- frustrante) hemos construido, de manera condicionada e inconsciente, nuestras relaciones afectivas durante centurias.

De acuerdo a la psicóloga Pilar Sampedro, en El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja, el Amor Romántico puede entenderse como la base del matrimonio y la familia occidental. Este ideal romántico “construido culturalmente, ofrece al individuo un modelo de conducta amorosa, organizado alrededor de factores sociales y psicológicos; durante nuestra larga socialización aprendemos lo que significa enamorarse, le asociamos a ese estado determinados sentimientos que debemos tener, el cómo, el cuándo, de quién y de quién no… Este concepto de amor aparece con especial fuerza en la educación sentimental de las mujeres”, para quienes “vivir el amor ha sido un aspecto que empalidece a todos los demás”, y es un aspecto predominante en la construcción del plan de vida. Este Amor Romántico, en consecución con el texto de Sampedro, puede tener algunas de las siguientes características ideales o míticas: amor a primera vista, sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas ideales sobre el otro, la idea de la “media naranja”, y la simbiosis indisoluble entre la pareja.

También, el psicólogo Carlos Yela, en La otra cara del amor, ensaya sobre la colección de mitos geniales del ideal de relación afectiva en el Amor Romántico, que complementa lo dicho por Sampedro con creencias como: los celos son muestra de amor, la idealización de la “fidelidad” como mecanismo de control y sujeción, la “necesidad” del emparejamiento, el mito del matrimonio como única finalidad posible para la felicidad en las parejas, la creencia de que “el amor todo lo puede”, la idea de la “pasión eterna”, el yerro de equiparar amor y enamoramiento, y -quizá el más importante- el mito de que respondemos al “amor” con nuestro “libre albedrío” como si éste fuese independiente de nuestra formación sociocultural. El tema es complejo e inabarcable en una sola columna, sin embargo, para efectos didácticos, estas son sus generalidades.

Ahora bien ¿Qué relación tienen el Amor Romántico (tan bonito que suena) y los mecanismos de dominación y violencia de género? Visto el párrafo anterior, podemos intuir que la pendiente es resbaladiza y la línea difusa, pero indisolublemente asociada a conductas de machismo y “micromachismo”. El psicólogo Luis Bonino, en 1990, acuñó el término Micromachismo para describir “comportamientos masculinos que buscan reforzar la superioridad sobre las mujeres. Son pequeñas tiranías, terrorismo íntimo, violencia blanda… Producen un daño sordo y sostenido a la autonomía femenina que se agrava con el tiempo”; es decir, actitudes, expresiones, acciones concretas -pero sutiles- con las que hombres y mujeres perpetúan la subordinación de la mujer ante el hombre, sin llegar a la violencia explícita, y afectando los planos psicológico y emotivo de la víctima. Estas conductas, al estar tan arraigadas en nuestra cultura, son fácilmente aceptadas y legitimadas como “normales” e, incluso, deseables. Ejemplos prácticos de micromachismo abundan, sólo con fines didácticos comentamos los siguientes: el piropo como acto de invasión ante alguien que no ha pedido una opinión estética sobre su cuerpo; el trato “amable” pero controlador; el hombre que “ayuda” a “su” mujer en la labor doméstica y la crianza; la publicidad que utiliza a la mujer sólo a partir de sus cualidades físicas; la publicidad de enseres domésticos dirigida sólo a mujeres; la idea de la maternidad como fin último de la realización personal femenina; el “sacrificio” profesional de la mujer a cambio de la crianza; la colocación de “cambiadores de pañal” para bebés exclusivamente en los baños de mujeres; los estereotipos infantiles en los que los niños deben ser “aventureros”, y las niñas deben ser “lindas”; la normalización de la inequidad laboral entre hombres y mujeres; y un largo etcétera que pone a debate si los micromachismos son -de hecho- machismos explícitos.

Aunado a lo anterior, se suma el mito de que “el amor todo lo puede”, que conduce a soportar “por amor” las circunstancias denigrantes; la idea de que los celos son “prueba de amor” orienta a las parejas a estados psicóticos de control y sujeción; estos mecanismos de competencia por la sujeción amorosa impiden la sororidad y el apoyo entre mujeres; este tipo de amor es patriarcal, y reproduce roles patriarcales en los que el hombre es potente y la mujer es abnegada. En este modelo, la mujer tiende al sufrimiento con la falaz expectativa de que el hombre violento cambiará “por amor”. Vamos, que este modelo de Amor Romántico parte de la base de la inequidad entre hombres y mujeres, desde la idealización de la felicidad, y que -a la larga- perpetúa modelos de dominación y sometimiento que van desde lo sutil hasta lo explícitamente violento, en pro del cumplimiento de expectativas socioculturales que no notamos conscientemente, y que nos impelen a reproducir modelos de coerción basados en el género.

La idea del Amor Romántico le asigna autoritariamente al hombre roles que debe cumplir para vigorizar su virilidad, y si no lo hace, es pusilánime, feminizado, devaluado entre sus pares. En este mito, el hombre debe ser un proveedor constante que tiende a perpetuar la desigualdad económica en el seno de su relación. En cualquiera de los casos, son hombres que “deben” valorar su “honor” sobre todo; un “honor” cuasi caballeresco por el que muchas veces los hombres han cometido violencia para “lavar” presuntas ofensas a su investidura viril.

Puestos en esto, el reto es mayúsculo, y tiene implicaciones de todo tipo: sociales, políticas, culturales, religiosas, económicas, psicológicas, etcétera, que decantan en la forma en la que enseñaremos a la generación actual de niñas y niños sobre cómo relacionarse. Quienes estemos en condición de educar y formar a niñas y niños, tenemos la responsabilidad de emanciparles de estas creencias míticas e ideales sobre el amor, para poder plantearles escenarios de relaciones afectivas más reales, humanas, y conscientes, en los que las princesas, los caballeros y la eterna búsqueda del amor romántico, tengan cada vez menos valor, en función de fortalecer las relaciones equitativas, confluentes, que aporten a un entorno social vinculado de formas más sanas, positivas, y realistas, por el bien colectivo. No es algo que impactará en cambios sociales inmediatos, pero es algo de lo que somos responsables ahora.

Dedico respetuosamente esta Memoria de espejos rotos a personas concretas que, con sus textos, sus charlas, su activismo, e incluso con sus publicaciones en redes sociales, me han aportado -con paciencia y pedagogía- diálogo, entendimiento, y posibilidades para cuestionar los propios privilegios y actuar en consecuencia en alianzas solidarias -desde distintos frentes- hacia el mismo trabajo. Dahlia de la Cerda, Tania “Negra” Magallanes, Karina Leyva, Mariana Ávila, Susan “Keppler” Muñoz, Rocío Castro, gracias por dar lo suyo para la evolución del onvre.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9


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2 thoughts on “Amor romántico y violencia de género / Memoria de espejos rotos

    1. Muchas gracias por tu artículo, de repente nosotras tenemos mucha culpa que no exista equidad de género, exigimos respeto y a nuestros hijos les decimos: “no lo hagas porque eres niño” jaaa, quien nos entiende. Gracias Alan, te descubrí y quiero leerte.

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