En años recientes, Aguascalientes ha sido considerada una de las entidades de mayor crecimiento económico y uno de los principales centros de producción automotriz del país. El gobierno estatal anterior apostó por esta industria como la única vía de crecimiento y anunció como su principal logro haber contribuido a la construcción de las nuevas plantas de Nissan y Daimler. Actualmente, más del 34 por ciento del PIB estatal proviene de la industria automotriz. Por ello, se ha llegado a afirmar que Aguascalientes podría ser una de las principales potencias automotrices del mundo e incluso aspirar a ser el Detroit mexicano. Esto, sin embargo, más que un halago debería ser motivo de alerta, pues Detroit es uno de los casos más emblemáticos de cómo una ciudad puede pasar rápidamente del éxito al fracaso.
Edward Glaeser, economista de la Universidad de Harvard, en su libro El Triunfo de las Ciudades, relata cómo Detroit pasó en pocos años de ser la ciudad más productiva del mundo y capital de la industria automotriz a una de las ciudades más rezagadas y fracasadas de los Estados Unidos. Si bien el contexto y las condiciones de Detroit pueden representar un caso único, su historia nos puede enseñar algunas lecciones acerca del éxito o el fracaso de una ciudad. Veamos.
El declive de Detroit comenzó a partir de la reducción de los costos de transporte en el mundo debido al aumento de nuevas tecnologías que hizo que las ventajas de localización de la ciudad -cercanía a puertos y vías férreas- perdieran valor, pues muchas otras ciudades y países adquirieron rápidamente un fácil acceso a mercados mundiales. Así, a medida en que los costos de transporte disminuyeron las empresas automotrices comenzaron a localizarse principalmente en lugares con una mano de obra más barata. A su vez, en Detroit la sindicalización de la industria automotriz hizo que los salarios y el costo de la mano de obra aumentara, por lo cual existían pocas razones para mantener la producción automotriz en la ciudad. En los años 70, las principales empresas automotrices comenzaron a abandonar la ciudad y trasladaron su producción a otras ciudades o países donde la mano de obra representaba un costo menor. Así, Detroit comenzó a decaer pues su economía era altamente dependiente de este tipo de industria.
Detroit perdió más de un millón de habitantes entre los años 1950 y 2008 -58 por ciento de su población. Al día de hoy, un tercio de sus habitantes viven en pobreza. El ingreso medio anual de una familia de Detroit es de 33 mil dólares, la mitad del promedio de los Estados Unidos. En 2009, la tasa de desempleo era de 25 por ciento, 9 por ciento más que cualquier otra ciudad de aquél país y más de 2.5 veces el promedio nacional. En 2008, Detroit tenía una de las tasas de homicidio más altas del país, diez veces mayor que la ciudad de Nueva York.
¿Cuáles son las lecciones que Glaeser retoma para las ciudades de hoy? Primero, concluye que la era de la ciudades mono-industriales -o de un solo tipo de industria- como Detroit ha llegado a su fin. En este sentido, asegura que si bien las grandes fábricas emplean a cientos de miles de trabajadores poco calificados, durante los últimos cincuenta años las ciudades con un gran número de pequeñas empresas han crecido más rápidamente que las ciudades dominadas por grandes empresas. En otras palabras, la diversidad industrial ha conducido a un mayor crecimiento que un modelo mono-industrial como el de Detroit. Además, indica que las ciudades con un sólo tipo de industria son más vulnerables a cambios tecnológicos o a la creación de nuevos mercados que puedan disminuir la competitividad de ciertos tipos de industria.
Glaeser sugiere que el éxito de largo plazo de una ciudad no depende de grandes empresas manufactureras sino de un capital humano emprendedor e innovador. Hace un siglo, Detroit estaba llena de emprendedores que innovaban, competían y colaboraban en su búsqueda por producir y desarrollar nuevas ideas. Por ejemplo, Henry Ford o los hermanos Dodge eran solamente algunos de estos emprendedores que colectivamente inventaron la producción masiva de automóviles. Sin embargo, el éxito de las grandes empresas y la producción masiva de automóviles hizo que se perdiera el espíritu emprendedor de la ciudad, pues las empresas ya no buscaban generar nuevas ideas ni crear nuevos mercados para ser exitosas y competitivas. Por lo tanto, el autor asegura que lo que Detroit necesitaba para frenar su declive era un capital humano integrado por una nueva generación de emprendedores como Ford que pudieran crear nuevas industrias para nuevos mercados.
En este sentido, Glaeser considera que la vía más efectiva para el éxito de las ciudades es la educación y la vinculación entre universidades y empresas orientadas a la innovación y el emprendedurismo y no a la manufactura. Las ciudades modernas exitosas han podido resurgir y reinventarse porque volvieron al desarrollo de habilidades y competencias, a la innovación y al emprendedurismo como vías de desarrollo, para lo cual se necesita promover la competencia y la conectividad entre empresas y el mundo exterior, y formar un capital humano altamente especializado.
En conclusión, la reinvención y el éxito urbano sólo es posible mediante las virtudes que alguna vez construyeron el éxito de Detroit: trabajadores con un alto nivel educativo, pequeños emprendedores y la interacción creativa entre distintos tipos de industria para fomentar la innovación. Las grandes empresas de manufactura pueden ser productivas en el corto plazo pero no crean la competencia enérgica ni nuevas ideas y mercados necesarios para el éxito urbano de largo plazo. La historia de Detroit sugiere que deberíamos promover la formación de un capital humano innovador, emprendedor y con una buena educación que haga de Aguascalientes una ciudad más competitiva. En otras palabras, deberíamos ver más allá de la industria automotriz como la única vía de crecimiento de nuestra entidad.