En octubre del año pasado, en la entrega del premio Dolores Castro, pensé en hacer un discurso (sin llevarlo escrito ni memorizado) en donde combinara una extraña forma de verbalización: usar el masculino en todas las formas singulares para dirigirme a mi persona y el femenino para las referencias plurales que hiciera. Sobra decir que es dificilísimo, no sólo por la parte de la atención que había que poner a mi regla, sino por la sensación extraña de inconexión que se genera en el hablante.
Pensé lo difícil que debe ser para las mujeres hablar así. En todas sus referencias personales usar el femenino y luego, ante la presencia de un hombre (de uno solo) tener la -ya costumbre- de hablar en masculino: “yo estaba muy agitada, supongo que todos los que empezamos a hacer deporte pasamos por lo mismo”. La repetición ha hecho que las mujeres puedan dominar ese extraño arte de cambiar de género del singular al plural de un momento a otro. Por supuesto que muchas y muchos ni siquiera se lo cuestionaron “porque así es nuestro plural”.
Hay quien se ufana citando a la RAE y diciendo que ya resolvieron que el plural masculino es universal y que, por consiguiente, está mal usar todas y todos, alumnas y alumnos, y cualquier otro. A mí, en lo particular, no me gustan las formas escritas que con una “x” o una “@” buscan la ambivalencia. A muchos (creo sobre todo a muchos) les incomoda la repetición de los términos. Alguien me señaló que es posible que esta animadversión tenga parte política, porque Fox usaba el famoso chiquillas y chiquillos.
Yo creo que, incluso con lo manierista de los recursos, intentar capturar lo femenino y lo masculino en el lenguaje escrito y oral vale la pena. Por supuesto porque conozco mujeres (y usted también, pregúntele a quienes le rodean) que se sienten satisfechas de escuchar el plural femenino o leerlo con más frecuencia. Incluso el intento de salir bien librado cada vez que se habla de buscar cómo integrar a cualquiera que lea es interesante, porque nos recuerda que hay un grupo enorme al que por la tradición del lenguaje (independientemente si es por razones machistas o no) se excluía.
Evidentemente hablar y escribir en masculino y femenino no soluciona nada fundamental. No ante la urgencia de combatir la atroz violencia que las mujeres siguen viviendo en este país. No cambia las condiciones económicas desventajosas que tienen. La abyecta agresión en forma de acoso que viven en las calles cada día. No limpia su pasado de los más viles ataques pedófilos que tuvieron que soportar casi por norma. No desaparece las víctimas, los abusos, las mentiras, las injusticias de que son presas en mayor o menor medida cada día.
Obligarnos a escribir las y los en cada frase, es reconstruir nuestra realidad desde un esfuerzo mínimo como el lenguaje. Hay quien, con razón teórica, podrá decir que lo más importante es cambiar en muchos otros aspectos. Suscribo. En la práctica, sin embargo, parece difícil que ni siquiera podamos avanzar en lo elemental: nombrarnos, en femenino y masculino, es hacer más evidente nuestra existencia y nuestra convivencia.
/aguascalientesplural