Esta semana asistí junto con un par de amigos, a un programa de radio para hablar sobre el Día Internacional de la Mujer. En medio del programa recibimos una insospechada llamada. Un hombre que del otro lado de la línea sostenía algunos puntos peculiares: que toda relación humana está basada en el dominio y control de una persona sobre otra (y que en el caso de las relaciones heterosexuales la mujer, cómo no, debía ser la dominada), que la ideología de género buscaba justificar el “homosexualismo” (sic) y que nosotros éramos “heterofóbicos” (sic). Hubo un momento de la llamada en que nos reímos. Nos hicimos caras y la risa fue inevitable. Entre que no dábamos crédito, no entendíamos si era una elaborada broma de mal gusto y los nerviecillos de tener que enfrentar una situación así al aire.
A mí en lo personal me dio posteriormente mucho pudor. Creo que podría pensarse que la forma ideal de comportamiento radicaba en atender el llamado, exponer nuestros puntos y tratar con respeto a quien disentía de nosotros. Asumí, sin darle muchas vueltas, la culpa de no haber tenido un comportamiento ideal. Seguí sin embargo pensando en lo que había pasado. Hubo comentarios de personas que se mostraron abiertamente en contra de nosotros por haber tenido esa reacción. Quedamos, o al menos yo me asumo como insolente y mal portado. Sin embargo, algo más importante me ha hecho pensar y repensar el momento: la idea de que todas las opiniones pueden valer lo mismo. La idea generalizada de que las personas tienen derecho a tener opiniones, por más disparatadas que éstas parezcan, y defenderlas y expresarlas. Yo mismo he dicho que toda opinión debe ser atendida, nunca callada. También que la ironía y el sarcasmo son formas débiles de la argumentación y que debemos aspirar a mejores estrategias. No creo que todas las opiniones valen lo mismo, pero creo que tenemos que lograr que este principio sea evidente de las mejores maneras y por las mejores razones. Queda entonces un punto más amargo: la falta de didáctica que tenemos aquellos que de alguna u otra forma gozamos de espacios para la difusión de ideas.
La conmemoración del Día de la Mujer trajo también las eternas discusiones sobre si se celebra o conmemora. El rechazo, pondero con razón, de aquellas formas cursis y superfluas para referirnos a las mujeres: “las damitas, lo más hermoso de la creación”. La manida diatriba sobre los feminismos y sus formas extremas. Algo nos está faltando a quienes transmitimos ideas, a quienes nos interesa en un periódico, frente a un micrófono, en un salón de clases, en las redes sociales hablar sobre lo que pensamos. A estas alturas deberíamos conocer el meollo del feminismo de tal manera que entendiésemos todas y todos que buscar la igualdad en derechos independientemente de la genitalidad no puede tener aristas cuestionables. No estamos estableciendo diálogo de manera adecuada. Preferimos discutir, muchas veces, entre los que suscribimos estas ideas de humanidad y justicia, porque nos gusta poner el punto final sobre las formas. Nos debilitamos y cuestionamos en vez de mejorar conjuntamente nuestros discursos.
La población que se opone a los derechos igualitarios y a la justicia equitativa nos mira tambaleantes, inquisidores y burlones. La risa no puede ser un argumento, por más ridículo que parezca. Es verdad, también que no puede discutirse con todas las personas. El interlocutor que nos llamó al programa discutió muchas veces conmigo en Facebook. Ese día noté que me había bloqueado. Hay, sin embargo, un buen número de personas que podrían escucharnos y atendernos si aprendiéramos a hacer mejores compromisos con la pedagogía. No podemos seguir en los pedestales intelectuales, ni discutiendo entre nosotros lo que nos parece obvio y urgente. Debemos lograr un rechazo público a los discursos de odio, debemos cuestionar por puesto cualquier comentario clasista, sexista o racista. Necesitamos, evidentemente, hacer un frente común contra la injusticia. Pero también lograr que nuestros discursos permeen justamente donde más se necesitan, entre quienes no piensan como nosotros. Parece una tarea pesada, pero no podemos soslayarla.
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