Los números guardan un gran poder sobre la gente. La idea misma de poder reducirse -o reducir a alguien más- a una cifra es sin duda la más escalofriante. Son tantas personas, hay tantos niños, tantas mujeres, permanecemos tantos en la habitación o en un estadio, etc.
Daniel Tammet en la poesía de los números explica con suma elegancia la relevancia de contar, enumerar y saber con certeza las relaciones que guardan algunos eventos con otros en términos de magnitud. La cotidianeidad de los números en nuestras vidas hace que estos pasen desapercibidos pero si se mira con cuidado su impacto es tan grande y su relevancia tal que cuando se hace el ejercicio de pensar en ellos suelen surgir preguntas de harta complejidad y nuevas formas de entender lo que nos acontece.
Para ejemplificar, Tammet presenta un caso límite cuando narra brevemente cómo la gente Kpelle (de Liberia) al no tener una palabra para el concepto abstracto de número, tiene una manera sumamente distinta de ver el mundo.
Tammet explica cómo es que a pesar de que los Kpelle no tienen una palabra en abstracto para los números si tienen palabras para ellos. La particularidad es que no tienen en su lenguaje números para grandes cantidades. Casi todo lo que cuentan no excede el par de decenas y cuando se llegan a enfrentar con eventos que requieren números mayores usan una palabra que sirve indistintamente para cualquier cantidad elevada, así como para el número cien.
La idea de contar, incluso de hacer sumas les parece irrespetuoso. Los Kpelle, según Tammet, piensan que contar a la gente, o incluso a los animales, de manera directa es de mala suerte y que los números deben ser tratados con respeto. A tal grado llega esta creencia que los ancianos guardan celosamente las respuestas a algunas operaciones matemáticas simples que son de utilidad.
Piense usted en el ejemplo de Tammet y cómo sería su vida si así no pudiéramos usar grandes números. Sería imposible dimensionar algunos eventos, acordar presupuestos públicos resultaría tan complicado que sería inviable, la entrada a un estadio para ver algún deporte sería francamente imposible, etc. En nuestra vida los números, los conceptos que representan y la manera en la que los tratamos son de vital importancia.
Llevando el argumento un poco más lejos, el descubrimiento de las matemáticas, la invención de los sistemas lexicográficos que usamos para manejarlas nos han permitido grandes proezas. Sin esto jamás hubiese resultado posible poner un hombre en la luna o no sería posible tener computadoras.
Pero más importante aún, tal vez, es el orden de la vida pública. Sin numeros los censos serían imposibles, no tendríamos idea de cuántos somos o cuántos seremos -si se entiende la relación de cómo se hacen estos cálculos- ni podríamos saber gran cosa de los eventos y fenómenos que ocurren a diario en nuestras ciudades ni en el mundo.
Desafortunadamente los Kpelle tienen razón en algo. El uso de los números también permite hacer con ellos algunas operaciones mentales que terminan en actos terribles. El registro cuidadoso de las víctimas de los campos de concentración que permitía maximizar los crímenes nazis contra la humanidad son un ejemplo.
La reducción al número sirve también para perder la noción de la magnitud de una tragedia. Cuando hablamos de personas que mueren en un atentado terrorista o en un accidente aéreo la idea misma de lo que representan en términos poblacionales, a mi parecer, podría ser una de las razones por las cuales nos hemos vuelto inmunes al escándalo que es que una persona pierda la vida cuando era evitable.
Por ejemplo, hablar con frecuencia de cómo en México hay más de treinta mil desaparecidos y más de un centenar de miles de muertos tal vez no ha sido suficiente. La falta de capacidad cognitiva para dimensionar estos números no es un defecto. Es parte de la arquitectura con la que funciona nuestro pensamiento. Pensemos en lo difícil que resulta pensar en un centenar de personas, o en diez mil. Tal vez podamos tomar una referencia espacial y hacerla cumplir con la tarea, digamos imaginando el porcentaje que diez mil personas representan en una plaza pública o en el Estadio Azteca, sin embargo no es una labor sencilla.
Los números permiten saber que en México la tragedia de derechos humanos y de justicia es de tal o cual magnitud facilitandonos el diseño de políticas y de acciones para hacer algo al respecto. Esto sucede a pesar de que el problema como tal nos resulte a todos de inconmensurables proporciones.
Una pregunta interesante surge cuando nos cuestionamos si es moralmente responsable dimensionar únicamente con un número una tragedia de tal magnitud. ¿No sería más adecuado hacer narrativas, explicar de otras formas, o incluso debatir otros asuntos relacionados una forma de comprender mejor el asunto?
Creo que el peligro que advierten los Kpelle es real, existe y es terrible. Sin embargo creo que los números también sirven para dignificar a las personas. Para ello sin embargo se necesita traducir.
Le propongo un experimento mental. Si dedicaramos un video con una hora -¿que tanto es una hora para hablar de la vida de alguien?- de cada persona que ha muerto o se encuentra desaparecida a consecuencia de la guerra contra el narco, asumiendo que sean cien mil los muertos y treinta mil los desaparecidos, nos tomaría, suponiendo que no durmieramos, ni trabajamos, ni comiéramos, ni fuéramos, al baño, un poco más de 14 años verlo todo.
Pero asuma usted que mágicamente mañana termina la violencia en este país. No vuelve a morir jamás alguien por la guerra contra las drogas. Piense usted que la vida va a continuar y que simplemente decidimos dedicar una hora al día para ver una historia sobre alguien que murió o se encuentra desaparecido.
Digamos que estas historias son parte de la programación de todas las emisoras de televisión pública de lunes a viernes a la misma hora. Si tal fuese el caso, asumiendo que aun los días como la Navidad o el Año Nuevo -tal vez especialmente en esas fechas sería necesario- el programa es puesto al aire. La serie, si así se le puede llamar, terminaría dentro de 500 años después de ciento treinta mil horas de historias.
Tal vez quinientos años de ver por una pequeña ventana a las familias que fueron destruidas, las vidas que fueron irreparablemente dañadas, por lo que a mi criterio es la peor decisión de política pública de la historia de este país, servirán para que nuestra sociedad aprendiese a resolver sus problemas sin que ello implique la inconmensurable pérdida de cientos de miles de seres humanos. Tal vez sería buen momento para dejar que sean esta vez los números los que nos cuenten algo.
@JOSE_S1ERRA