El discurso forzado siempre es abrupto, se atropella y aniquila a sí mismo, lo cual fue evidente en diversas latitudes durante el Día Internacional de las Mujeres, fecha que gracias a la lucha de la sociedad civil organizada feminista se ha posicionado como parte de la agenda política de diversas instituciones, aunque lamentablemente más por protocolo que con razón de causa; y es que entre el enarbolar la libertad y la vida libre de violencia, salen a flote los estereotipos más arraigados de la cultura machista revestidos por el romántico mito de la maternidad como hito, destino y mayor éxito de las mujeres, así como la invisibilidad de múltiples necesidades, como la educación de los hombres con perspectiva de género.
El ser madre no sólo se comprende en nuestras sociedades como una capacidad de reproducción, sino como toda una construcción de ideales y casi una obligación, excepto para aquellas que optan por la vida religiosa; por lo que incluso llega a orientar las decisiones educativas y laborales de quienes aspiran a mayores oportunidades de desarrollo… como a las que acceden con mayor facilidad los hombres; condicionando la movilidad y el ejercicio profesional de las mujeres, no sólo de las jefas de familia, también de aquellas en pareja donde no existe una distribución equitativa en el trabajo doméstico y de cuidados.
Por otra parte, se ha aceptado la necesidad de ofrecer herramientas para fortalecer las competencias intelectuales, psicológicas y físicas de las mujeres para el reconocimiento, defensa y denuncia de la violencia, como el informar sobre procesos jurídicos y los derechos que pueden exigir ante diferentes sucesos, cursos de defensa personal y orientación para crear círculos de protección ante situaciones de riesgo, así como proyectos para concienciarles sobre su empoderamiento y la resiliencia ante procesos traumáticos, pero el brindar espacios seguros y dignos no sólo es tarea de las mujeres y se ha omitido la urgencia de educar a las generaciones más jóvenes de hombres en la cultura de la paz y la equidad.
Por supuesto que el Día Internacional de las Mujeres conmemora la lucha feminista, los derechos que han logrado hacer válidos para la igualdad de oportunidades, sus vidas rescatadas, pero también las pérdidas por la violencia machista; sin embargo, es necesario impulsar la reflexión más profunda sobre aquellas acciones realizadas y omitidas por los hombres que ante aparentes avances colocan un techo de cristal que evita el pleno desarrollo de las mujeres, incluso en los espacios más pequeños en donde se sustenta la formación de las y los ciudadanos: el hogar y las escuelas.
Los hombres deben dejar de esperar e incluso renunciar a ideas relámpago de encontrar en su pareja, ya sea mujer u otro varón, a alguien que les quite la carga del trabajo doméstico, e iniciar a pensar en compartir las labores; dejar de creer que lo femenino, en un hombre o una mujer, es sinónimo de debilidad, histeria, incapacidad o “puro sentimiento”; dejar de acosar sexualmente en las calles; dejar de brindar por “las putas” en la melancolía y en la euforia, reconociendo el libre ejercicio de la sexualidad con responsabilidad en vez de exigirles comportamientos puritanos cuando el hombre ni siquiera pensaría en la posibilidad de aceptar las condiciones que vocifera.
Si las mujeres deben asumir su lucha y buscar su emancipación, los hombres también deben asumir la responsabilidad de reflexionar sobre esos actos machistas -en ocasiones aparentemente pequeños- para no cometerlos, denunciar la violencia, sumarse a la búsqueda por la igualdad y sobre todo no violentar. Sí, los hombres también padecen la violencia por cuestiones de género, pero su perpetrador no es del sexo opuesto, son ellos mismos, por lo que más les valdría iniciar a reconocer el entorno de peligro y amenaza latente que continúan construyendo al no escuchar a esas “feminazis”, “viejas locas” y “maricones” que sólo buscan que nos reconozcamos como seres humanos con las mismas oportunidades de desarrollo.
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