Labranza / Mar profundo - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Cuenta mi padre que cansado del carácter de mi abuelo huyó de su pueblo natal siendo apenas un niño. Mi padre desde pequeño conoció el trabajo de la tierra, la siembra del frijol, el cuidado del ganado y las condiciones de precariedad en donde incluso con poco o nada que les daba mi abuelo, pudo comprar un cajón de bolero. No habiendo en su pueblo natal más educación que la primaria y una academia comercial, se dispone a ir sólo a la capital de su estado para estudiar su secundaria sabiendo que la educación era su única llave para salir de un contexto al que por mucho quería dejar atrás. Mi abuela se va con él, lavar ropa ajena es su sustento y escape de una vida con mi abuelo a la que jamás regresó.

Mi madre es la segunda mujer de su casa y la tercera hija de 12. En su casa también el campo era la forma de sustento. Mi madre fue la primera que buscó la oportunidad de estudiar una carrera comercial después de la primaria, la única opción que entonces existía en su pueblo (mis padres crecieron en dos pueblos distintos a una hora de trayecto). Y con el apoyo de sus padres, y en particular de mi abuela, quien todos los días se levantaba antes de que amaneciera para preparar gorditas y vender a la gente que llegaba en ese “pueblo de paso”, concluyó sus estudios para enseguida trabajar.  Ya con sus primeros ingresos monetarios mi madre se vuelve también un sustento para su casa y para el resto de sus hermanos hasta que se casa con mi padre y emigra a Aguascalientes.

Tania Eulalia Martínez Cruz es una joven investigadora del estado de Oaxaca, quien en 2016 fue Galardonada con el Premio Nacional de la Juventud en la categoría de Logro Académico por el trabajo que desarrolla respecto a los sistemas agrícolas del maíz. En la ceremonia de premiación, Tania Martínez cuenta cómo se abrió paso para lograr estudiar gracias a becas en universidades de México (Autónoma de Chapingo) y en el extranjero (Arizona y Holanda) estas últimas gracias a las becas Fulbright-García Robles y Conacyt, respectivamente. Narra cómo a su corta edad llegó a la Ciudad de México sin hablar bien español dado su origen mixe y describe de manera objetiva y emotiva su historia en un contexto tan desprotegido y bajo una vida personal, familiar y social de abundantes carencias, incluso violencia familiar y alcoholismo. Al inicio de su relato Tania dice: “Hablar de mi historia, es hablar de mi abuela, de mis padres, de sus andanzas de su lucha día con día. Mi abuela Eulalia, mi fortaleza, mi referencia, fue madre por primera vez a los 14 años. Una mujer mixe que no fue a la escuela, que no hablaba español, pero una mujer siempre trabajadora… Mi madre, mi ejemplo de perseverancia”. Tania incluso comienza sus discurso citando las palabras de su abuela en su dialecto mixe, la encomienda de llevar el rebozo que porta: “Llévate este rebozo, quiero que les digas a los que viven allá en el otro mundo quiénes somos, cómo vivimos y qué hacemos. Llévatelo para que nos recuerdes, para que nunca nos olvides”.

Escucho la historia de Tania, y pienso en la historia de mis padres, de mis abuelos, de mis abuelas, de sus luchas, de mis luchas y aquellas que otros viven. Y es que sí, siempre he pensado que no sería quien soy sino fuera por los que me antecedieron. Dicen que las nietas son en mayor medida la genética de las abuelas, no lo sé. Pero la historia de Tania me hace re pensarlo, aunque en el fondo no lo crea, por más que mi padre insista que soy yo quien más se parece a mi abuela. Lo que sí creo es que somos resultado de nuestros contextos, de nuestra genética y de nuestras decisiones. Contextos muy infames en algunos casos. Hoy reconozco que no he tenido que realizar esas jornadas largas y cansadas de trabajo físico como mis abuelas, pero que soy la suma de todos sus esfuerzos. Mujeres a quienes las circunstancias las orillaron a salir de su pueblo o quedarse en él.  Hoy yo me he ido y me he quedado, y regreso a mis orígenes donde con seguridad ellas están ahí. Es fácil hablar desde las apariencias, para bien o para mal. Las apariencias de los otros, como de quien con cierta comodidad nunca hubiera tenido una vida de sacrificios. Es evidente y desproporcionado las condiciones de injusticia e inequidad de la sociedad donde vivo, y no creo que es el esfuerzo personal el que prevalece y supera todos los retos. Pero sí creo que reconocer el pasado no es sólo para no querer repetirlo, sino para saber cómo es que hemos labrado para llegar hasta donde estamos y saber trazar aunque sea un poco, sólo un poco, el rumbo de nuestro destino y que les fue vedado a nuestras madres y abuelas, a nuestros padres y abuelos en su camino.


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