Ayer fue día de Pi. El 14 de marzo es una conmemoración simbólica, pero importante, dentro del gremio de las matemáticas. El descubrimiento de Pi data de siglos y sus propiedades han sido fuente inagotable de interesantes reflexiones. Por ejemplo -una de mis favoritas- nos dice que dado que los decimales de Pi jamás se repiten y la secuencia continúa ad infinitum podemos decir que en algún lugar de esta se encontrarán los números binarios que corresponden a una imagen suya donde se le encuentre besando apasionadamente a Trotsky o una en la que camina felizmente por la playa junto a un oso polar rojo.
Las matemáticas siempre han gozado de un status especial en el mundo académico. No sólo se debe a lo sorprendente que son sus resultados o lo profundamente bellos que estos resultan. En gran medida se debe a que ahora más que nunca aquellas ciencias que no son capaces de adoptar sus métodos y formas suelen ser vistas con recelo por las ciencias que si lo hacen.
Suele existir una forma muy común de desprecio intelectual entre las ciencias dado el grado de matematización que estas pueden presumir. Sucede claramente entre los físicos y los ingenieros, los economistas y practicamente cualquier otra ciencia social, los matemáticos y cualquier otra forma de vida, etc.
El punto de la mofa, del cotilleo intelectual, es que se presume que la adopción de métodos cuantitativos más rigurosos no permite que pasen como verdaderos resultados que de otra forma podrían presumirse de tal forma.
En este sentido, las matemáticas tienen la facultad de servir como un método de validación formal de los contenidos propuestos en las distintas ciencias que la han adoptado como parte cotidiana de su estudio. Esto a pesar de que tales situaciones no hayan podido ser puestas a prueba. Un ejemplo, llevando al absurdo esta cualidad en la economía, se puede encontrar en The Theory of Interstellar Trade donde el gran Paul Krugman, en un momento de aburrición y hartazgo profesional (1978), decidió sentar las bases para el cómputo de los intereses sobre las mercancías que viajan a velocidades cercanas a las de la luz solventando así un problema conceptual que involucra la referencia temporal -surgido de la relatividad especial- y la interacción con las tasas de interés.
Tras la llegada de Trump a la Casa Blanca todo parece indicar ser que vivimos en una época donde la ignorancia -alimentada por nuestras débiles instituciones académicas y las malas prácticas del debate público- ha cobrado un poder insospechado. Parecería que más en ninguna otra época es importante recordar lo débil que puede ser la verdad ante la avalancha de la ignorancia. Desgraciadamente la postura, el anti-intelectualismo- que subyace en este ataque a los hechos -y a la verdad- no es cosa nueva. Los argumentos son de hecho ya bastante viejos.
A lo largo de la historia cuando los farsantes y los ignorantes combativos suelen ser exhibidos, generalmente por sus carencias de preparación, falta de conocimiento experto o por su simple y llana estupidez, suelen recurrir a un argumento democratizante sobre la verdad. Se amparan ante la creencia falsa de que la opinión puede valer tanto como el conocimiento experto o llevado al extremo, se infiere que resulta permisible e incluso deseable que la verdad se construya por consenso.
Este escenario, donde los dichos de cualquier fulano pueden ser sopesados con seriedad con los que se dan desde la autoridad (conferida por el conocimiento y validada por credenciales verificadas por pares), genera problemas conceptuales de harta complejidad.
Suponga usted que necesita conocer con precisión de un fenómeno cualquiera en su vida diaria. Para ello, asumiendo que no es usted autoridad en el tema (aunque conoce de él), consulta una referencia universalmente aceptada. Es así como pese a poder distinguir la lluvia de un día soleado, diferenciar las estaciones el año y contar con el sentido del tacto para percatarse del calor en el ambiente usted de cualquier forma recurriría a un dispositivo apropiado si quiere conocer con exactitud cuál es la temperatura.
En este caso es evidente que sería sumamente difícil argumentar en contra de la medición que ofrece el termómetro. Podría intentarlo, pero esperaríamos que se acepte la medición del termómetro a pesar de lo convincente de los argumentos presentados. Los problemas surgen cuando se cuestionan las formas de medir, y más aún (dada su naturaleza) cuando se habla de pronósticos.
Haciendo explícito el problema. Usted puede debatir sobre el pronóstico del clima de mañana con cierta facilidad (a pesar de no entender siquiera un poco de física ni haber escuchado jamás de las ecuaciones de navier stokes), pero sería necesario un grado de ignorancia especial por parte del interlocutor para que este pudiese aceptar argumentos que cuestionen los resultados climáticos de ayer. No obstante, es con suma tristeza que tenemos que reconocer que sucede. La contestataria ignorancia es un mal con el que desgraciadamente hay que convivir.
Un ejemplo sumamente útil sobre este empoderamiento de la ignorancia se dió en Indiana, EU, donde en 1897 se presentó, a raíz de un supuesto descubrimiento sobre el valor de Pi un proyecto de ley sobre “una nueva verdad matemática” que fue “ofrecida como una contribución a la educación que solo podrá ser utilizada por el Estado de Indiana en forma gratuita sin necesidad de pagar ningún tipo de royalties, siempre y cuando sea [fuese] aceptado y adoptado en forma oficial por la legislatura en 1897”, (Indiana House Bill No. 246, 1897).
El proponente de tal aberración ante el senado de Indiana, Taylor Record, fue convencido, al igual que un número importante de incautos legisladores, por un matemático amateur mediante aseveraciones falsas a fin de aprobar tal cosa. Afortunadamente el esfuerzo terminó siendo ridiculizado gracias a la contribución de un profesor universitario, Clarence Abiathar Waldo, quien se encargó de evitar tal atropello a la verdad.
El asunto, pretender imponer un resultado matemático falso mediante legislación parece ser una nimiedad pero se trata de un reflejo muy nítido de lo frágil que puede ser la verdad ante la arremetida de las instituciones humanas que no son a prueba de ignorantes.
Imagínese usted un mundo donde tuviéramos que discutir a cada momento cuáles hechos son verdad y cuáles no. Piense qué pasaría en el ámbito de su trabajo si la validez de cada uno de los hechos más simples que nos permiten entender la realidad fuese cuestionado. Imagine usted un mundo donde la máxima argumentativa del ignorante que debate los hechos se sostenga. Un escenario donde el dicho “esa es tu opinión y es tan válida como la mía”, se sostiene en el plano de los hechos no necesita dar muchos pasos argumentativos para terminar en decenas de mediciones alternativas sobre la temperatura, versiones distintas sobre los resultados electorales o peor aún sobre cómo se constituye en primer lugar un hecho y cuál es su validez.
Como corolario cabe decir que en México corremos hoy el peligro de caer en un escenario con ciertas similitudes. Los aparentes intentos por capturar políticamente al Inegi jamás habían sido tan claros. La imparcialidad de los datos y la credibilidad de la institución están en juego. Pocos pasos hay entre joder la vida institucional del Inegi y legislar sobre el valor de Pi. Es la pura (post) neta.
@JOSE_S1ERRA