Benito Juárez está presente. Con él los forjadores de la Reforma nos reclaman a las generaciones de este siglo la vigencia de la República sobre la base de los derechos del hombre.
México enfrenta una de las situaciones más desafiantes y riesgosas de la historia contemporánea, en lo interior y hacia el exterior. Está abonándose el camino para nuevas formas de intervencionismo y el regreso de fueros y privilegios; el resurgimiento del despotismo ligado a la depredación social. Se ha despreciado y desperdiciado todo lo conseguido en materia social, económica y política, desde Juárez, la Constitución de 1857 y la Constitución originaria de 1917.
En el interior porque crece la crispación social ya que no se atienden con pertinencia las causas de la desigualdad y la pobreza; no se escuchan las voces de inconformidad y de reclamo. Se agudiza la fractura política por la lucha facciosa y el descrédito de nuestra democracia.
En el exterior, ante la insolencia imperial y la recomposición de la competencia global. Hegemonía unipolar que se resiste la multipolaridad del mundo.
Con visión de futuro y voluntad vigorosa México debe asumir los desafíos de esta nueva realidad económica, militar e ideológica, sin sumisiones sin negarnos a nosotros mismos, sin obnubilarse en las ambiciones de 2018, y, sí, en cambio, defender implacablemente las razones entrañables de nuestra existencia como pueblo. Frente a esa pretensión fatalista, oponer, con Benito Juárez, el derecho de cada pueblo a construir su propio destino. Frente a la imposición de fuera, frente a los intervencionismos, Juárez hizo el camino de México y vislumbró, frente a la injusticia y la injerencia extranjera, la vocación irrenunciable de la república mexicana: sociedad libre formada por hombres libres, que afirma la libertad en el imperativo de la justicia social, en la igualdad entre los hombres y las naciones.
Estas y no otras son las razones y las causas de la unidad esencial de los mexicanos.
Antes que problemas de política exterior son cuestiones de política interior. Aquélla es la proyección de ésta hacia el mundo. Por ello, es la oportunidad de revisar las contradicciones, carencias e insuficiencias de la situación nacional. Las oportunidades que brindó la globalización -incluso con, y seguramente debido a, todos los defectos inherentes a ese proyecto neoliberal del capitalismo multinacional- se han traducido en mayores desequilibrios sociales y regionales. Muchos beneficios para muy pocos y carencias para la gran mayoría. Se ha creado riqueza pero no se ha distribuido equitativamente; sigue imperando “la explotación infame de los muchos para beneficios de unos cuantos”; no se ha otorgado sustento firme a las libertades con los derechos humanos y la justicia social. Al unísono del avance del neoliberalismo global, se ha impuesto por encima del Estado la fuerza del crimen organizado, la violencia y la inseguridad.
Signos ominosos todos ellos para una sociedad que en estas condiciones no puede ser democrática en tanto los individuos y las familias no puedan hacer valer los derechos que les reconoce la Constitución.
Sigue vigente, por ello, la idea de reforma fundacional del Estado y la ampliación de la sociedad civil. Reflexionar y traducir en acción el fortalecimiento de los principios y valores de la democracia. Reitero: las ingentes tareas del presente y del mañana nos convocan a no permanecer pasivos. La democracia requiere de métodos didácticos y espacios amplios para robustecer la densidad y la virtud ciudadana. Vigorizar nuestra vida pública desde sus cimientos. Seamos audaces, abiertos y eficaces. En este tiempo, la unidad de la nación, del estado y las comunidades, se finca en fundar la democracia en nuestra diversidad humana y social, así como la pluralidad en el pensamiento y en el modo de vida.
La ciudadanía democrática tiene como principal atributo la plena libertad del individuo, por ello, no se basa en una moral absoluta “y no está vinculada a ninguna moral sustancial”, ni del mercado ni de la religión. Sólo reconoce la ética social del interés general de la comunidad que debe estar contenida en la Ley.
Para avanzar en la democracia no hay que reñir con la Historia ni a estancarse en el pasado. Desde el siglo 19 quedó resuelta la cuestión de las creencias religiosas y la libertad de conciencia. En el siglo 20 el debate fue sobre la justicia social, nuestra respuesta ante la dictadura del capitalismo salvaje, ante la dictadura burocrática del socialismo real y, hoy, reafirmamos ante los paradigmas del siglo 21, la desigualdad e injusticias del neoliberalismo global.
En nuestra amplia heterogeneidad, hemos de reconocer las razones por las cuales construir una solidaria unidad que no sea ideología que opaque la comprensión de la realidad, sino una filosofía humanista desarrollada por “la individualidad moral del hombre medio” (Gramsci), que responde, sencillamente, a su naturaleza humana, al horizonte de su tiempo y a su perspectiva de vida, al margen y por encima de las creaciones de tecnócratas e intelectuales orgánicos. En esencia, se trata de los derechos humanos en cuyo corazón laten la libertad y el derecho a amar.
Son cuestiones, entonces, de igualdad y de justicia, esencia y fundamentos de la democracia que debemos perfeccionar.